Nunca se habían visto tapones de esa magnitud. La gente se cambiaba a las 2:30 porque tenía una reunión a las 7:00. Los que leen en autobús tuvieron la oportunidad de leerse Los Miserables solo en el camino de ida del martes al siguiente viernes. Todo estaba lleno de cemento, varillas regadas, pedazos de madera. A veces en las habitaciones la gente buscaba una foto vieja que quería enseñarle a alguien y probablemente se iba a encontrar con una varilla adentro del closet. – “¿Y esta varilla?”, – “Eso es del paso a desnivel que están haciendo como a cuatro cuadras de aquí”.

El caos era tan grande que ni siquiera estaban bien cercadas las áreas a las que no podía pasarse. Si te descuidabas podías pasar de ser un peatón, a ser un obrero que no tiene protección y está vestido con la ropa de irse a su casa al final de la jornada. Eso fue lo que me pasó.

Yo estaba en la universidad y me dirigía a la clase de las 4:00 pm. Eran como las 3:30. Voy caminando por la 27 de Febrero rumbo a la Máximo Gómez para tomar un carro público que me deje en la Avenida Bolívar para tomar otro hasta la PUCMM donde estudiaba.

Por unos días, el acceso a la Gómez a través de la 27 desde el Este estaba cerrado, era solo un mar de materiales de construcción que parecía los residuos de un maremoto. Había que dar una vuelta entrando por la Cruz Roja y saliendo por detrás del Banco Popular, para luego bajar a la 27 de nuevo. Era más largo que un día sin pan.

Pensé que para evitarme esa vuelta tan larga y tediosa, simplemente voy caminando derecho por la 27, cruzo la Gómez y ahí tomo mi carro hasta la Bolívar. Por un momento hasta me sentí inteligente: “la gente con tal de no caminar 300 metros en 4 minutos, prefiere estar en un tapón como 15 minutos. Yo mejor camino. Soy más inteligente que ellos”.

Al estar cerrada la esquina pasé de la acera al asfalto, pues no había tránsito. Voy caminando con buena velocidad y empiezo a ver bajo mis pies clavos, pedazos de madera, pedazos de cemento seco. Ninguna señal que me detenga, ninguna cinta amarilla, ningún letrero de “Cuidado, Zona en Construcción”. NADA.

Luego cambia a pedazos grandes de cemento, casi piedras y el camino se está accidentando, pero sigo caminando con velocidad. Después comienzo a caminar solo sobre pegotes de cemento duro, ya me levanté del asfalto, solo toco cemento. En ese momento pensé “que desastre”, y justo después el cemento pasó a estar fresco. Como si hubiese metido los pies en un charco de Cerelac. A la velocidad que iba me vine a dar cuenta en lo que me había metido como al cuarto paso.

Ya los pies están adentro de cemento. Los zapatos no se ven. Me frizo y miro para abajo. Analizo si lo que me está pasando es verdad. Miro para delante como instinto de buscar ayuda, y mínimo me imagino encontrar algún supervisor corriendo hacia donde mi para sacarme, pedirme disculpas, llevarme a mi casa en su vehículo personal y regalarme un par de zapatos nuevos. En vez lo que me encontré fueron tres obreros como a 50 metros de mi, que se estaban riendo de mi de la peor forma: señalándome. “Saludos ira. Bienvenida”.

Miraba para mis pies, pero obviamente no los veía, luego miraba a los tres obreros que continuaban su carcajada. Poco a poco me armé de paciencia, fui sacando los pies paso a paso, tratando de que algún zapato no se me quedara adentro.

Me fui a mi casa despacio, caminando como si estuviera pisando huevos. Por los próximos 100 metros iba chorriando cemento, hubiese sido fácilmente rastreable. Llegué a mi casa, dejé todo en el lavadero, me cambié y salí a la clase de las seis, pues la de las cuatro hace rato que me la perdí.

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¿Quién es Carlos Sánchez?

Hijo de doña Yolanda. Es conocido principalmente por sus monólogos. Pionero en el estilo “stand up comedy”, después de 9 años trabajando para el mercado nacional, ha realizado presentaciones para un público latino internacional. Y tras ello, lanzó su DVD compilando varios de sus shows. Sin duda, todo un «showman» aplatanado. Puedes seguirlo mediante su cuenta de Twitter: @CarlosComic
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