Cobro de deuda fue móvil de asesinatos víctimas fueron atadas con alambres de púas

La trágica noticia les llegó a los familiares de las víctimas a través de pesadillas, la noche del primer día de la desaparición de  Alberto Ramírez Cuevas y Eduardo Lara, muertos a palos y quemados luego sus  cadáveres en el mismo lugar en que

La trágica noticia les llegó a los familiares de las víctimas a través de pesadillas, la noche del primer día de la desaparición de  Alberto Ramírez Cuevas y Eduardo Lara, muertos a palos y quemados luego sus  cadáveres en el mismo lugar en que los investigadores presumen fueron asesinados amarrados con alambres de púas después de que ambos salieran en una motocicleta con destino a La Mina, un caserío del distrito municipal de Tábara Abajo ubicado  a ambos lados de la carretera Azua-Barahona.

En efecto, Marino Mora no pudo dormir durante toda la noche porque soñó que una patana le había pasado por encima a su hermano Eduardo, mientras Aracelis, la esposa de Alberto, se pasó toda la madrugada sentada en la cama luego de oír repetidas voces de desesperación de su marido “que pedía auxilio porque era perseguido por varios individuos para darle muerte”.

Con presagios tan horribles y la extraña coincidencia de que ninguno de los dos hombres tenía la costumbre de amanecer fuera de sus casas, les resultó fácil a los familiares de los dos desaparecidos lograr la solidaridad de los vecinos para organizar la búsqueda por la ruta que Alberto y Eduardo dijeron que harían la tarde que fueron vistos por última vez en el barrio La Placeta, en Azua, donde ambos vivían.

Dos camionetas repletas de gente de la vecindad partieron hacia el lugar donde se construía una antena de una empresa telefónica, donde Alberto trabajó “pegando blockes” en una pared que delimita el contorno de la obra. Sin embargo, al cabo de varias horas de buscar entre guázabaras y cambrones, ningún rastro encontraron. Al contrario, cuando se le preguntó al vigilante de la obra, Miguel Méndez Rossó, alias “La Mosquita”, éste dijo que llevaba varios días sin ver a Alberto, a quien conocía muy bien porque ambos trabajan en el mismo lugar desde hacía alrededor de tres meses.

Al segundo día los familiares dieron parte a las autoridades policiales y del Ministerio Público, mientras otro grupo de vecinos se dirigió a la zona a reiniciar la búsqueda, la cual descontinuaron sólo cuando llegó la noche.

No  obstante, durante el tercer día de búsqueda, en un aislado montecito, Wilson, hermano de Alberto, avistó el cadáver quemado de un hombre, que más luego en el Instituto de Patología Forense de Azua se pudo establecer que pertenecía a un joven de unos 30 años, que fue muerto a palos con desprendimiento de la masa encefálica  y que tenía alrededor de una semana de haber sido asesinado, aunque la identidad del desgraciado nunca se logró establecer pese a que muchos en Azua conjeturaron que se trataba de un haitiano “por la sana dentadura que tenía”.

El hallazgo del cadáver del desconocido concitó más interés para renovar los esfuerzos de la búsqueda de Alberto y Eduardo en la creencia -sin entrar en detalles para sustentar la hipótesis de una tragedia como comentaban- de que habían corrido la misma suerte.

Infundados o no, los temores de lo peor resultaron ciertos al quinto día de la búsqueda, cuando en el recodo de una vereda de malezas y arbustos recién quemados fueron localizados dos cadáveres, uno boca arriba y otro boca abajo, tan incinerados que sólo mediante estudios forenses fue posible determinar a quienes correspondían, aunque sin esperar los resultados la noticia de que se trataba de Alberto y Eduardo  era de todos conocida.

EVIDENCIAS FISICAS. Con una escopeta, una piedra y un palo ensangrentados en la escena del crimen, los investigadores dejaron en prisión al guardián de la antena y luego apresaron al ingeniero Juanico Silvestre Pérez y a su hermano Freddy, quien fungía como maestro constructor de la obra, contra quienes fueron solicitadas medidas de coerción de seis meses de prisión que fueron acogidas por el juez de la Instrucción, Marino Vicente Rosado. 

El fiscal Rafael Brito Peña ponderó como evidencia, además, una deuda de RD$9,260 que por concepto de mano de obra no pagada que tenía el ingeniero Silvestre Pérez con el albañil Alberto Ramírez.

Dos semanas atrás, esa deuda fue motivo de una acalorada discusión entre la víctima y Freddy, el hermano del ingeniero, porque se le expidió un cheque que no tenía fondos cuando fue presentado en el banco.

El Ministerio Público también valoró como una coartada, para fines de la acusación, el hecho de que en horas de la tarde del mismo día de la desaparición de Alberto y su amigo Eduardo un motorista fue enviado a la casa del albañil para que “fuera adonde el ingeniero para pagarle el dinero que le adeudaba”.

En realidad, los investigadores sostienen la hipótesis de que cuando esa situación se produjo ya los dos hombres estaban asesinados (en horas de la tarde del 10 de junio) y que se recurrió a esa falsa para obviar las sospechas cuando el crimen fuera descubierto y se pusieran en marcha las pesquisas.

Detalles

Suceso
El asesinato de Alberto Ramírez y Eduardo Mora se produjo cuando ambos salieron a cobrar un dinero el 10 de junio pasado y cuatro días después, el 14 de junio, sus cadáveres fueron hallados quemados y atados en un monte próximo a Tábara Abajo.

Defensa
Vecinos de la comunidad de Tábara Abajo defienden la inocencia del guardián Miguel Méndez Rossó, de quien dicen es “una persona incapaz de matar a alguien”.

Decisión
En una revisión de la medida de coerción, la Corte de San Cristóbal dejó en libertad provisional al ingeniero Silvestre Pérez, previo el pago de una fianza de dos millones de pesos.

Golpes
Los investigadores policiales determinaron que con la escopeta del guardián las víctimas fueron golpeadas hasta desprenderles la masa encefálica.

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