La ONU y el conflicto en Siria

“…preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos…

“…preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles…” así inicia el preámbulo de  la Carta de las Naciones Unidas que fue firmada por 51 Estados en San Francisco, luego de casi cinco años de largas negociaciones para arribar al texto final y como consecuencia inmediata de los horrores vividos por la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial.

Este texto es considerado como una especie de “Carta Magna” de la Organización de Naciones Unidas, porque con ella se inicia el tinglado de este sujeto de derecho internacional y se establecen los órganos institucionales  que regirán como estamentos constitutivos en el funcionamiento cotidiano de la misma.

Evidentemente el papel que debía desempeñar la ONU en el escenario internacional necesariamente tendría que tender al establecimiento de una distancia significativa con el papel jugado por su antecesor o “hermano mayor” la Sociedad de Naciones, cuya ineficacia sirvió de base para el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Las Naciones Unidas no solo deben preservar a la humanidad del flagelo de la guerra, en su articulado se establece explícitamente la defensa a los principios de no intervención, de la autodeterminación de los pueblos, la integridad territorial, la defensa de los derechos humanos, pero también establece que debe servir como marco para la “… solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario…”. Llama la atención, en ese sentido y solo para hacer reminiscencia de algo conocido por muchos, que aun cuando la Carta de Naciones Unidas se firmó el 26 de junio de 1945, nada pudo evitar que dos meses más tarde, el 06 de agosto de 1945 para ser exactos, el avión “Enola Gay” lanzara una bomba atómica sobre Hiroshima y  que tres días más tarde hicieran lo mismo, esta vez en la ciudad de Nagasaki, con un saldo aproximado de 300,000 víctimas civiles.

Naciones Unidas no ha podido evacuar una resolución hasta el momento que tienda a vislumbrar una posible salida al conflicto civil en Siria. Y todo este escenario nos trae a la memoria asuntos parecidos como que no hubo ninguna resolución contra Somoza, Trujillo, Pinochet, Strossner, Perón y las dictaduras militares de Argentina y Perú o la de  Duvalier en Haití. Tampoco pudo la ONU librar a la República Dominica de una intervención norteamericana en 1965, y tampoco hizo nada para encontrar una solución al conflicto una vez producido. Y esos hechos tenían, viéndolos en retrospectiva, menos aristas de difícil solución que la que tuvieron las invasiones a Afganistán, Irak, en las que el alcance de su desempeño fue igualmente insuficiente, y de seguro, menos elementos de conflicto que los que posee la problemática Siria.

En el conflicto por el que atraviesa Siria existe una conjunción de elementos tan diversos como complicados que, sin embargo, sobre la premisa de una concepción idealista como la nuestra, debería ser tema de preocupación y quizás Naciones Unidas hasta debería declararse en “sesión permanente” hasta tanto no se encuentre una manera de preservar los derechos humanos de los ciudadanos, tanto civiles como militares, envueltos en el conflicto.

No obstante, al parecer no es esa la actitud que se está asumiendo desde el organismo internacional sino que más bien hay un escenario de medición de fuerzas entre los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad mientras el conflicto interno en Siria aumenta su proporción cada vez más, y quién sabe si, incluso, se está atizando desde fuera una confrontación de mayores alcances pues Siria denunciaba ayer que había encontrado armamento estadounidense e israelí en manos de los rebeldes, mientras del otro lado se acusa a Rusia de proveer armas y de vender a Siria aviones de combate por un valor de 427 millones de euros.

De manera que, Siria es hoy por hoy parte de una reedición de la contención geopolítica que existía en la guerra fría, en la que dos polos poderosos desplegaban su poder para evitar la expansión uno del otro y en cuya solución debió existir la disposición diplomática de ambos lados y de la Iglesia, sin que la ONU desempeñara un papel de real importancia, para la búsqueda definitiva de una solución.

Ojalá que en este caso, la diplomacia juegue el rol que le corresponde y que todavía muchos le niegan y que la ONU no solo se limite a dar a conocer el número de víctimas sino que ofrezca soluciones viables, contundentes y rápidas.

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