Maternidad tras las rejas

Cuando Shadday crezca no recordará que su primer año de vida transcurrió en la celda de una cárcel.

Cuando Shadday crezca no recordará que su primer año de vida transcurrió en la celda de una cárcel. Pero para su madre, Idetzy González, de 21 años, ese episodio será inolvidable.

A esta bebé de ocho meses la quieren mimar todas las reclusas del Centro de Corrección y Rehabilitación Najayo-Mujeres, como a las otras dos bebés que viven en pabellón de madres.

Para llegar a esa sección del penal hay que atravesar una amplia antesala decorada con dibujos del ratón Mickey y el pato Donald, equipada con dos mesas, sillas y un librero vacío.

A la izquierda hay una puerta que da a un pequeño patio donde se lava y se tiende la ropa.

Las estrechas celdas rectangulares de unos 2.5 metros de largo están concebidas para que en cada una duerman tres mujeres, pero en el pabellón de madres sólo conviven dos por celda y el espacio para la cama que queda libre se usa para acomodar la ropita y lo que necesita la criatura recién nacida.

Idetzy González podrá tener a su bebé con ella hasta que alcance los doce meses de edad. Para cuando tengan que despedirse deberá tener claro a dónde irá la niña.

Su caso es especial. Ella es de Panamá y no tiene familiares en Santo Domingo. “No quiero que a mi niña se la lleven a una guardería pública. Eso me tiene muy triste”, dice entre sollozos.

El momento de la separación es el más difícil para las madres. La encargada del trabajo social del penal, Elizabeth Luciano, expresa que la mayoría de las madres salen con su bebé en los brazos y que son muy pocos los casos en los que el niño debe entregarse a un familiar.

El caso de Idetzy se complica porque en Panamá ella tampoco tiene familiares cercanos.

“He hablado con una tía que me dice que está dispuesta a cuidarla, pero no sé.

Lo que pido es que me dejen cumplir mi condena en Panamá porque será más fácil para mí ver a mi niña”, expone Idetzy, que cree que es muy poco el tiempo que le permiten estar con su cría.

En otros países, como Argentina, las madres tienen derecho a permanecer con sus hijos hasta que éstos cumplan los cuatro años de edad.

Luego, los pequeños se entregan a un familiar o se trasladan a un centro de cuidado infantil del Estado. Mientras que en España, las reclusas tienen consigo a sus hijos hasta los tres años.

Entre tres y cuatro reas ingresan embarazadas cada año a Najayo-Mujeres. Si en una cárcel del modelo tradicional llega una reclusa embarazada se traslada a una que se rija por el nuevo modelo.

Luciano recuerda que a Najayo Mujeres llegó una madre que cumplía condena en La Romana.

Las mujeres que tienen sus bebés quedaron embarazadas antes de ser apresadas debido a que aquellas que tienen derecho a la visita conyugal se someten a planificación.

De los 23,000 internos en las cárceles del país, 600 son mujeres.

A dos celdas de distancia de la morada de Idetzy, una bebé de 20 días de nacida es acurrucada por su madre.

Sugeidy Cordero, de 20 años, cuida celosa a su niña Wilandy, su cuarta criatura. Los demás, el mayor tiene siete años, están bajo el cuidado de su padre y su abuela materna en su vivienda del sector Gualey, en el Distrito Nacional.

No hay preocupación en Sugeidy por el tiempo que por ley una reclusa debe permanecer con su bebé, pues ella, condenada a un año de prisión y dos años de trabajo comunitario por intentar introducir media libra de marihuana a la cárcel de La Victoria, cumplirá con su condena en menos de tres meses.

“Yo estoy tranquila. Nunca me dejo derrumbar por nada, sino que lo enfrento. Hoy estoy aquí tranquila. Ya casi me voy. Mi niña y yo estamos bien, no nos falta de nada. Pero eso no quiere decir que no deseo estar libre”, indica.

La dirección de la prisión abastece a las madres de pañales desechables, leche de fórmula y todo lo que pudiera necesitar para el cuidado de las niñas.

Las reas salen custodiadas a cumplir con las citas médicas.

Luciano explica que mientras las reclusas tienen a sus bebés con ellas se les exime del deber de participar en cursos de formación, quehaceres de limpieza o cualquier oficio que les corresponde cumplir dentro del penal.

“Ellas participan de alguna conferencia, si así lo desean. Le dejamos todo el tiempo para que se dediquen a sus hijos”, apunta.

Najayo-Mujeres, con capacidad para 296 reclusas, tiene 262 internas, de las que una está embarazada y tres están con sus bebés. Las tres mujeres que acunan a sus bebés detrás de los barrotes aseguran que desconocían de su estado de gestación al momento de ser apresadas.

“Me enteré porque me lo dijeron cuando me ingresaron aquí. Fue muy duro. Lo único que hice fue llorar y llorar.

Todos los días lloraba”, recuerda Idetzy, condenada a cinco años por entrar al país con dos kilos de cocaína. Mafiosos le habían prometido pagarle 15,000 dólares.

Idetzy cuenta que por lo regular Shadday duerme toda la noche, por lo que un día normal suele empezar a las ocho de la mañana. “Ella despierta.

Yo la alimento, juego un poco con ella. A eso de las diez se vuelve a dormir y al mediodía la levanto para bañarla y alimentarla. Las horas se me van jugando con ella y atendiéndola”, comenta.

Secuelas de la separación
La mayoría de las reclusas son madres. Separarse de los hijos para muchas es la condena más dura que deben cumplir.

Alexandra Báez (nombre ficticio), de 33 años, narra que cuando le tocó entregar a su niño a la abuela luego de que cumpliera el tiempo establecido en la cárcel fue un momento muy difícil, por lo que recibió la asistencia psicológica.

“Una de las cosas más dolorosas es que tus hijos crezcan sin ti. Esto ha sido demasiado grande”, indica.

Entre los obstáculos para mantener el contacto emocional entre el niño o niña y sus padres están la distancia, el hecho de que no cuentan con un adulto que los lleve a visitarlos, la falta de recursos económicos y los conflictos familiares. Alexandra ve a sus hijos dos horas al mes.

Para su familia, que vive en San José de Ocoa, es difícil trasladarse hasta el penal con más frecuencia.

Asimismo, el pensamiento de que la cárcel no es un lugar apropiado para que los niños visiten es otra barrera. “Mi niño que nació aquí tiene tres años. Me decía tía o me llamaba por mi nombre. Eso me dolía mucho.

Mi mamá le enseña que yo soy su madre y ya está comprendiendo”, sostiene.

Recomendación de la ONU
El sistema de derechos humanos de las Naciones Unidas en un documento elaborado en 2006 plantea que los Estados deben considerar medidas alternativas diferentes a la detención preventiva para madres con bebés y niños que dependen de ellas, incluyendo el que se establezca claro cómo, cuándo y quién determinará que esos niños existen y tomarlos en cuenta al evaluar si una detención preventiva es o no necesaria.

“Los Estados deben meditar sobre el costo social que implica aumentar el uso de las penas de privación de la libertad de mujeres por delitos no violentos, tomando en cuenta las graves consecuencias que el encarcelamiento de la mujer tiene para la familia y la importancia de una buena relación familiar como factor clave en la prevención de delitos”, apunta el informe.

Propone que se dicten sentencias alternativas, sin privación de la libertad, para infractoras de delitos no violentos. l

Resaltan el valor del amor maternal

La psicóloga Olga María Renville explica que la madre es el vínculo más importante en los primeros años de la vida del niño o niña, por lo que cuando hay una interrupción violenta o inesperada se crea un vacío en el infante.

Dijo que es una situación muy compleja, porque si la persona cometió un delito debe cumplir su condena y no porque sea madre se le puede dejar pasar.

Explicó que lo ideal sería que las cárceles contaran con espacios adecuados para que esos niños permanezcan en ese lugar el tiempo más extenso posible y que en ese lapso reciban todas las atenciones y la formación que requieran.

“Si el niño nace y crece en un lugar como ese, no le resultará extraño. Aunque es importante que el chico se relaciones con otros de su edad, más daño le causa separarse a muy temprana edad de su madre”, señala Renville.

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