El atardecer de un símbolo eterno

Desde mi infancia hasta el día de hoy, contrario a muchos – sobre todo a los románticos – detesto los atardeceres… me producen tristeza. Las primeras experiencias que recuerdo y que están asociadas a este fenómeno ineludible que se superpone&#8230

Desde mi infancia hasta el día de hoy, contrario a muchos – sobre todo a los románticos – detesto los atardeceres… me producen tristeza. Las primeras experiencias que recuerdo y que están asociadas a este fenómeno ineludible que se superpone a la luz del día, provienen de reminiscencias de niño en las que, aquellas montañas que rodeaban el pequeño valle en el que estaba enclavada la cálida morada de nuestros padres – allá por las lomas de Constanza –  servía de cuna a las ya débiles luces del sol que comenzaban a agonizar y a dar paso a la taciturna y enorme oscuridad, que solo esclarecía su aspecto cuando, a lo alto, allá en el firmamento, comenzaban a brillar las tintineantes estrellas… y en cuanto a la tristeza, solo se deshacía cuando la madre, sabedora de esa debilidad, dedicaba unos minutos a “arrullar” a su primogénito.

Esta columna se escribe en momentos en que la oscuridad cuasi inminente del ocaso se superpone a una vida impresionante, llena de tragedias y de dolor, de luchas, derrotas y victorias, pero sobre todo de mucha gloria, triunfos, de ideales servidos y de satisfacción por el “bien hacer” en la existencia de un prohombre, símbolo de la paz y la reconciliación racial del siglo XX y de la lucha imperecedera en la defensa de los derechos fundamentales de los oprimidos y segregados bajo la irreverente teoría de la supremacía racial, Nelson Mandela, y eso, como en aquellos cándidos momentos de la infancia, me entristece profundamente.

En la vida frugal, perseverante, luchadora y llena de bondad de Mandela, hay una enorme lección, oportunamente aplicable a la sociedad en la que “sobrevivimos” hoy, y muchas razones para celebrar eternamente su existencia.
No solo luchó contra la dominación y abuso que imponía la minoría blanca sobre la mayoría negra, sino que también estuvo en contra de cualquier acción en contra de la paz que viniera desde los negros contra los sectores que les habían sometido a la segregación y al escarnio, tanto así, que no utilizó su influencia, después de salir de la cárcel, para salvar a su esposa Winnie de ir a prisión por actos reprochables a los ideales por los que luchó y por los que siempre, como se puede notar esta frase suya, estuvo dispuesto a dar su vida: “En el curso de mi vida …. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He promovido el ideal de una sociedad democrática y libre…Es un ideal por el que espero vivir, hasta lograrlo. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir” NM.

Casi veintiocho años en la cárcel (1962 -1990) no le hicieron colocar el odio por encima de sus ideales “…si la gente puede aprender a odiar, también se le puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario” NM, y al ser elegido presidente por el sufragio universal –celebrado por primera vez en Sudáfrica- en 1994, y siendo el primer presidente negro, se dedicó a conformar una “nación arco iris” con la esperanza de que en su seno, tanto blancos como personas de color vivirían en paz.. “… mi ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades” NM.

Las protestas que actualmente se escenifican en varios puntos del mundo podrían deber su mística a aquellas manifestaciones pacíficas en las que, a costa de la propia vida y motivados por el deseo común de reconocimiento a la condición humana existente bajo el color de la dermis, dirigió en sus años mozos Nelson Mandela, hasta el punto de que fue catalogado como terrorista el mismo que, en 1993, recibiría el Premio Nobel de la Paz.

Mayores peligros se ciernen sobre la sociedad de hoy. No hay mayor valor en las acciones de un hombre que aquellas que buscan el bien común a costa incluso de su propia existencia. La lucha por derechos fundamentales del ser humano ha variado hoy hacia otros tipos de reclamos no menos importantes y a los cuales, con incólume perseverancia, no se debe renunciar. Derechos económicos; derechos colectivos y difusos o aquellos derechos llamados de quinta generación;  derecho a recibir los servicios a favor de los cuales se tributa; derecho a estar informados sin la tendencia voluntariosa hacia la que el poder financiero desvía la comunicación; derecho a que nuestros políticos y no políticos no se lucren con el erario público, en fin, todas causas de peso por las que Mandela estaría en pie de lucha.

La historia de Sudáfrica, en lo que tiene que ver con los aspectos más importantes de reivindicación y avance político, social y económico, y la de Nelson Mandela es una sola; de hecho, cuando el mundo contemporáneo ha tenido que mirar hacia África, lo ha hecho mirando hacia él, pues en todos esos momentos su magia e imagen han eclipsado cualquier otra cosa, incluso en el 2010, el Mundial de Fútbol, se convirtió  en un evento que no era una atracción en sí mismo, sino que llamaba la atención del mundo sobre una nación que se había sobrepuesto a sus carencias y a sus heridas históricas y lucía reconciliada como obra sempiterna de Mandela, lo que hasta películas inspiró.

Aun así, su historia personal parece que en estos  momentos se bifurca de ese “todo” llamado Sudáfrica, pues contrario a la de ésta, el concepto físico de la historia humana no es infinito. Ojalá, empero,  este asomo de atardecer no sea más que una triste ilusión, de no ser así, sus propias palabras de satisfacción podrían iluminar “palpitantes” el firmamento y tal vez traernos un poco de consuelo. “La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad” NM.

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