A lo largo de la historia del arte, cuando empezamos a estudiar los períodos estilos o movimientos, empiezan a surgir ciertos datos que de un modo u otro nos permiten conocer la realidad de ciertos acontecimientos del pasado. No obstante, es sabido que la historia en general es recogida en libros y/o documentos en función de los hechos y las circunstancias.
Otro aspecto relevante en este asunto es que la subjetividad no escapa a la impresión que podamos formarnos sobre un momento en específico. Cada cual ve las cosas según sus intereses en la mayoría de los casos. Es por ello que nos ha costado entender el contexto artístico dominicano y nos parece que la realidad que vivimos no es ajena a otros espacios extraterritoriales.
Adentrándonos al tema que nos ocupa, hemos venido observando cómo el arte nacional se viene segregando, se han ido formando grupos de dos, de tres, de cuatro y hasta de cinco… sólo si un ente calificado establece que una obra de un artista incipiente formará parte de una muestra en la que figuran piezas de los ya consagrado, se integra.
Pero a veces se presenta una serie de obras donde ninguna tiene que ver una con la otra, porque lamentablemente lo que se estila es amontonar los cuadros en un espacio y luego, por “experiencia” se empiezan a colgar en las paredes sin ningún estudio previo. Salvo algunas excepciones es difícil encontrar un archivo que nos permita comprender el ¿porqué? de algunas exposiciones, pues carecemos de investigación.
Estamos de acuerdo en que hay que apoyar los nuevos talentos, pero hacer eso al precio de colocar las obras entre las de otros que poco o nada tienen que ver entre sí, pasa a ser un tema serio porque la obra es como la vida, tiene un período de gestación y madurez, de manera que debe irse exhibiendo en relación a su evolución. De otro modo, cuando el artista se cuestione sobre su trascendencia, puede descubrir que todo no ha sido más que un mito.
