La finalidad de las cárceles

A través de la historia, la finalidad de las cárceles o prisiones ha ido cambiando, de ser un simple medio de retención para el que esperaba una condena o pena de muerte, a ser una condena en sí misma, es decir que el simple hecho de ser detenido&#823

A través de la historia, la finalidad de las cárceles o prisiones ha ido cambiando, de ser un simple medio de retención para el que esperaba una condena o pena de muerte, a ser una condena en sí misma, es decir que el simple hecho de ser detenido y recluido en una cárcel es ya una condena. Esto por las condiciones infrahumanas que se vive en esos lugares. Por eso no hay mejor definición de cárcel que aquella de la canción: “la cárcel es un cementerio de hombres vivos”.

Acogiendo las definiciones de los teóricos y los expertos en la materia penitenciaria, la cárcel es un medio que tiene como objetivo proteger a la sociedad de aquellas personas definidas como peligrosas y no aptas para la vida en libertad y al mismo tiempo que se intentaba su reinserción, pero también podía ser utilizado como un medio de presión política en momentos difíciles. De hecho, la reinserción en la sociedad como sujetos útiles, casi nunca se consigue.

Michel Foucault, (1926–1984), filósofo, sociólogo e historiador francés, profesor de la cátedra Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France, en su obra “Surveiller et punir” (Vigilar y Castigar) señala que la utilización de las cárceles como pena sancionadora de la delincuencia, es un fenómeno reciente que fue instituido durante el siglo XIX.

También señala dos formas de castigo para los reclusos. La primera, “la tecnología de castigo monárquica”, todavía era utilizado en el siglo XVIII, que consiste en la represión de la población mediante ejecuciones públicas y tortura.

La segunda: el “castigo disciplinario”, es la forma de castigo practicada hoy día.
Según Foucault el castigo disciplinario le da a los “profesionales” (psicólogos, autoridades carcelarias, facilitadores y guardias), poder sobre el prisionero. La duración de la estancia depende de la opinión de los profesionales.

Antes de la era moderna las cárceles sólo se utilizaban para retener a los prisioneros que estaban a la espera de ser condenados o de ser absueltos de una manera efectiva y definitiva. Los prisioneros permanecían retenidos en un mismo espacio, sin consideración a su delito y tenían que pagar su manutención.

En el siglo XVIII la desorganización de los sistemas penitenciarios era de tal magnitud que los sospechosos y acusados de un mismo delito, es decir, cuando había más de un acusado de cometer un hecho, podían cambiar la versión de los hechos antes de su proceso, pues como estaban en un mismo recinto tenían la facilidad de ponerse de acuerdo en cuanto a las versiones.

La aplicación de la justicia de la época era de dominio público. Se mostraban los suplicios a los que eran sometidos los acusados así como las ejecuciones de los mismos, en el caso de que fuesen condenados a la pena de muerte.

Michel Foucault menciona los grandes recintos o la nave de los locos, como ejemplos particulares de privación de libertad anteriores a la época moderna.
Contrario a la condena que establecía una pena de prisión relativa o que vaya de acuerdo a la magnitud del delito o la falta cometida, las prisiones de esa época servían como medios de exclusión para todo tipo de personas marginales, tales como delincuentes, enajenados mentales, enfermos, huérfanos, vagabundos y hasta las prostitutas, quienes eran recluidos sin orden, a fin de acallar las conciencias de las “honradas” personas sin más aspiración que la de hacerlas desaparecer.

Las cárceles en la sociedad organizada

La creación de las cárceles como instituciones en las sociedades organizadas y que apuntaban hacia la modernización, surgió ante la necesidad de mantener en secreto el tratamiento de la delincuencia. Las ejecuciones con las que se castigaba a los infractores, las cuales se realizaban en las plazas públicas como forma de imponer terror a los ciudadanos y tratar de persuadirlos para que se alejen de las acciones delictivas, fueron cada vez más discretas hasta desaparecer por completo de la vista pública.

Mientras que las torturas fueron modificadas o sustituidas por otros métodos y formas de castigo.

Foucault señala que escoger la prisión se debió a una elección por defecto, en una época en que la problemática era, mayoritariamente, la de castigar al delincuente.

La privación de libertad se revelaba como la técnica coercitiva más adecuada y menos atroz que la tortura.

Foucault afirmó que, desde sus principios, la eficacia de las prisiones fue motivo de importantes debates. A partir del siglo XIX la prisión evolucionó rápidamente, se convirtió en lo que Foucault denominó como una institución disciplinaria. Su organización, consistía en un control total del prisionero que estaba vigilado constantemente por los carceleros.

El Panopticón

En la filosofía del “Panopticón” de Jeremy Bentham, pensador inglés, padre del utilitarismo (nació en Houndsditch, 1748 y murió en Londres, 1832), se encontró la perfecta ilustración de la nueva técnica carcelaria. El Panopticón publicado en 1787, fue definido como el más notable y revolucionario de sus proyectos, el cual tenía como objetivos reformar la moral, preservar la salud, vigorizar la industria, difundir la instrucción, aliviar los gastos públicos y todo mediante una idea de arquitectura para mejorar el mundo, que denominó “La cárcel perfecta”.

El “Panopticón” sería una edificación carcelaria en forma circular, compuesto de innumerables celdas solitarias, provistas de grandes ventanas con verjas que podrían ser vigiladas por un solo guardián atisbando desde una torre en el centro del círculo. Un punto esencial de ese proyecto, como lo notó Foucault, es que el custodia o agente penitenciario, podría ver a los reclusos pero estos no lo verían a él. Siendo Jeremy un economista utilitario, más que un experto en prisiones, la idea de su propuesta era rentabilizar el concepto, por eso no lo limitó a las penitenciarias. También afirmó que sería aplicable a industrias, asilos de pobres, lazaretos, hospitales, manicomios y escuelas.

Volviendo a Foucault, sus teorías fueron puestas, parcialmente, en dudas, pero se vieron mejoradas con los trabajos sobre la “Sociología de la experiencia carcelaria” (2004), de Gille Chantraine, sociólogo francés, estudioso de la conducta carcelaria. Según este autor, si bien el castigo corporal dejó de existir, éste fue reemplazado por otra forma de castigo menos violenta, aunque siguió siendo castigo de acuerdo con los valores de las democracias occidentales.
En medio de las teorías, propuestas y proyectos, los objetivos de la cárcel fueron evolucionando con el paso del tiempo. La idea de que el prisionero tenía que reparar o resarcir el daño que había causado a la sociedad, fue tomando conciencia en la misma.

El encarcelamiento tenía que ir acompañado del trabajo, el delincuente pagaba con la prisión, una deuda, no directamente a sus víctimas, pero sí al daño que su comportamiento había causado a toda la sociedad. Tras haber cumplido su condena y pagado la deuda, el delincuente quedaba exento de toda culpa y podía reiniciar una nueva vida.

Aunque para la concretización de estas ideas todavía falta mucho por hacer, con un sistema carcelario, al menos en los países latinoamericanos, donde la inversión de recursos en los reclusos representa una ínfima cantidad, muy por debajo de los presupuestos carcelarios de los países industrializados, el hecho de considerar la prisión como un lugar de reeducación del delincuente se contempló tiempo después y la prisión se fijó otros objetivos: el cambiar a los delincuentes y adaptarlos para una vida normal en la sociedad. Su principal idea era la de reeducar y reformar a las personas que habían tomado un camino equivocado.

Las cárceles actuales son lugares que, además de los reclusos, también albergan estos ideales que, realmente, no se cumplen, pero la cárcel se justifica, más o menos, de acuerdo con los países y con los períodos en función de estos ideales.

Para presentar una idea de lo explicado más arriba, en el caso de República Dominicana la inversión en la alimentación de los reclusos, por citar solo un renglón, en el 2008, para citar un caso, fue de 510 millones de pesos que divididos entre los 16,746 internos en 35 instituciones penitenciarias, equivale, aproximadamente, a 80 pesos diarios. Esto, de acuerdo al informe de la Dirección General de Prisiones correspondiente al 2008 en el que destaca que ese año “se consumieron casi 6 millones de raciones alimenticias, a un costo de 492 millones de pesos, que suministraron los Comedores Económicos, para los internos, sin sumarle el gasto en gas licuado de petróleo, unos 18 millones de pesos. Este revela que las condiciones de vida en las cárceles están muy lejos de ser ideales, aunque las autoridades están inmersas en la implementación de un nuevo modelo para mejorar las condiciones de los internos.

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