Carta a Ramón Benito

Podría decirte Monseñor, por todo el respeto y admiración que me mereces. Tal vez hubiera sido más solemne, además, mencionar en el título de este artículo tus apellidos “de la Rosa y Carpio”. Pero me salió algo informal, casi un sano…

Podría decirte Monseñor, por todo el respeto y admiración que me mereces. Tal vez hubiera sido más solemne, además, mencionar en el título de este artículo tus apellidos “de la Rosa y Carpio”. Pero me salió algo informal, casi un sano atrevimiento, rayando en un exceso de confianza: Carta a Ramón Benito. En consecuencia, te pido perdón por el inevitable tuteo.

Te tocó la importante misión de sentarte en la silla de la santidad hecha persona, monseñor Juan Antonio Flores. Llegabas con los vientos del oriente, bendecido por la Virgen y con un aura de pastor fiel a las enseñanzas del evangelio, sencillo, inteligente, organizado, visionario… y muchas virtudes más.

Cuando nos enteramos de la noticia, el padre Dubert me dijo contento: “Monseñor de la Rosa hará un gran trabajo en favor de la Iglesia, tiene todas las condiciones para ello, es un extraordinario sacerdote, sólido intelectual y estudioso de la realidad de la sociedad dominicana”. El jesuita español tuvo toda la razón.

Cuando asumiste tu misión, te ganaste de inmediato el corazón de la arquidiócesis, en especial el de Santiago, ciudad que te acogió de inmediato como uno de sus hijos predilectos. Creo que hasta olvidamos pronto que no habías nacido aquí.

Con nosotros estuviste casi 12 años de inmensa y fructífera labor apostólica, donde la Iglesia siguió avanzando con pasos firmes, promoviendo la fe, orientando a las comunidades, creando parroquias, organizando grupos, dando la mano amiga a los más necesitados…

Como arzobispo tu voz se hizo sentir. Tu palabra precisa era escuchada con atención por todo el mundo, sin importar la condición de cada cual. Tus planteamientos la gente los seguía. Te convertiste en un guía moral para la sociedad.

Compartí contigo muchas veces. Conocí al ser humano excepcional, a la persona entregada a la Iglesia, al hombre con un sentido estricto de la justicia, al defensor acérrimo de la verdad, a alguien prudente pero a la vez firme, al pensador profundo, al orador convincente, al magnífico comunicador. Ese es Ramón Benito.

En abril tomará tu lugar otro excelente pastor: monseñor Freddy Bretón, también muy querido y valorado en estos lares. Estoy convencido de que ahora, aunque tengas menos responsabilidades, seguirás orientando para bien a nuestro pueblo. Ya sabemos la agradable noticia de que te quedarás viviendo en nuestro Santiago, donde continuarás siendo uno de nuestros símbolos dignos de imitar.

Gracias por permitirme colaborar contigo durante estos años, fue un honor inmenso. Aprendí mucho. Estaré siempre a tu servicio. Continuaremos en contacto Ramón Benito, y espero que en los próximos días juguemos una partidita de dominó, donde confío en que no me ganarás de nuevo.

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