Una gran novela

La justicia dominicana en general se tambalea y la penal, particularmente, “hiede” a mono mojao, con permiso de los “señores” monos. Nuestro sistema de justicia penal es una farsa. Debe ser el peor del universo, o, por lo menos,…

La justicia dominicana en general se tambalea y la penal, particularmente, “hiede” a mono mojao, con permiso de los “señores” monos.

Nuestro sistema de justicia penal es una farsa. Debe ser el peor del universo, o, por lo menos, de la vía láctea. Y todo bien, a quien le importa eso. Total “más se perdió en la guerra”, dice el pueblo, resignado al papel que le asigna un grupo que se ha empinado sobre las necesidades y miserias de las mayorías y que manejan los hilos de la justicia (y de todo y todos) como hábiles titiriteros.
Claro no había que ser mago, pitonisa ni hechicero para saber el resultado. Y confirmar la falta de criterio y de sentido de la historia del juez.

Al respecto, por qué alarmarse. Eso ahorita se olvida. Además, la historia la escriben los vencedores (por lo menos la historia oficial).

El problema es que quizás perdimos todos. Quizás cruzamos la línea trazada por Pizarro, pero en nuestro caso de la decencia mínima y hemos quemado lo poco que nos quedaba de esperanza en la justicia, evidentemente instrumentalizada.
Nuestra “justicia” (con comillas) está formada para excluir al que no tiene, al que no sabe, al que no tiene influencias, a los pobres diablos, a los “nadie”, como diría Eduardo Galeano. Los demás son intocables, nombran jueces, otorgan canonjías, casas, apartamentos, cargos públicos, becas al extranjero: todo. Tienen, en síntesis, “millones” de razones para ser protegidos y bendecidos y ubicarse, como el Súper hombre nietzscheano, “más allá del bien y del mal”.

A los jueces de verdad, a los de carrera, se les podría criticar mucho, como que son poco creativos y se hacen conservadores a cambio de estabilidad. Pero a los “jueces” supremos –salvo alguna excepción- como palmera colonial o veleta en medio del océano, se les puede endilgar que se doblan según sople el viento, que son débiles de carácter y muy agradecidos del poder que los nombró.

Pero no quiero hablar sobre decisiones supremas predecibles sino de “Crónica de una muerte anunciada”, una de las mejores novelas escritas por el genio colombiano García Márquez.

Una pequeña novela en cuanto a extensión, pero casi perfecta en relación a la carpintería, que la hace especial. Una trama clara, personajes bien delineados, un ambiente acorde con la narración y una mezcla de precisión y ambigüedad en los detalles que la colocan entre lo mejor del género.

Desde el inicio sabemos que matarán a Santiago Nasar los hermanos gemelos Pedro y Pablo Vicario, para vengar una afrenta a la moral de la familia. Incluso parece que estos buscan la manera de que algo o alguien eviten el resultado. Pero la vida, el destino, el azar o las coincidencias operan para que estos lo maten con unos cuchillos de descuartizar animales, en las puertas de su casa.

Al principio hay una imagen atinada al enrarecido y difícil ambiente que vive el pueblo, Santiago Nasar se despertó lleno de “cagada de pájaros”, referencia poéticamente transportable a otros escenarios igual de fétidos. Aquel sueño pudo ser una predicción, más Santiago estaba confundido, como muchos ilusos acá.

Pero se acaba el espacio y aún no describo ni analizo la gran novela del Nobel Colombiano. Lo haré después, más allá de lo puramente anecdótico, en relación a decisiones u actuaciones por todos conocidas que llenan de mal olor, inmundicias y vergüenza más que a la justicia, al país.

Desde hoy escribo menos de justicia y de política que de novelas y poesía, es menos estresante. Y más limpio.

¡Ahh, la vida!

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