Esencia del conductor dominicano (2)

El camionero y sus subespecies: el “patanista” que ahora arrastra uno de “ñapa”; el conductor del camión de la basura, el de tanqueros de combustibles y de agua, salvando las diferencias en equipos y actitudes; el de camión de volteo, que&#8230

Esencia del conductor dominicano (2)

El “padre de familia”, el “sacrificado conductor de concho” el “obrero del volante”, quedó atrás, como figura legendaria, desaparecida junto a “concho primo”, hoy organizado en mafias dueñas de rutas y de la voluntad oficial, dando&#823

El camionero y sus subespecies: el “patanista” que ahora arrastra uno de “ñapa”; el conductor del camión de la basura, el de tanqueros de combustibles y de agua, salvando las diferencias en equipos y actitudes; el de camión de volteo, que riega materiales por dondequiera que pasa; el del “trompo” que transporta concreto “empañetando” con sus “plastas” de hormigón convertidas luego en molestos obstáculos en calles y avenidas; el del millón de Daihatsu con cualquier clase de mercancía; los de pesada carga que suben de los muelles como asmáticos dinosaurios de cuerpo cuadrado, todos con pestilente carga de contaminante humo negro, que satura de hollín los pulmones de una población que, indiferente, ignora los males que acarrea ese aire viciado. Esta es clase aparte, con licencia para abusar, agrupados en poderosos “sindicatos” autorizados a “rullir” el presupuesto nacional, para los que hay combustibles exonerados que alcanzan para establecer grandes y lucrativos negocios subterráneos y les sobra capacidad para imponer exclusividades y tarifas, dando sentido a la máxima de que “el poder es para usarlo”. Grupos de presión, que en ocasiones coquetean con el poder político y que han sido bautizados por la población, como “los dueños del país”. “Choferes” que conducen conscientes del tamaño y fortaleza del “pájaro” que manejan, tan rápido como permite su elefante con patas de gomas, sonando cornetas de aire que aflojan dientes y sacuden empastes, para que los que corren el riego de ir delante de ellos, no reciban sus embestidas sin el “aviso” previo y como expresión de “no soy guapo, pero abusador, sí”. Es la manifestación práctica de que “papeleta mató a menú” y que “el peje grande se come el chiquito”; si le das, perdiste; si te da, te arrolla Es frecuente verlos transitar por el lado izquierdo de las carreteras de carriles múltiples, ocasionando atascos por su velocidad, al recorrer espacios largos en paralelo con otro “peje” de igual tamaño y velocidad de tortuga. En el conductor de vehículos pesados toma forma la actitud criolla del abusador que se siente protegido por una estructura organizada con todos los recursos necesarios para colocarlo por sobre la ley de tránsito y los estamentos para aplicarla.

De los 3.4 millones de vehículos de motor registrados en la Dirección de Impuestos Internos a enero del 2015, cerca de 400,850 son vehículos de carga o volteos, donde el 36.66% de los primeros y el 34.07% “vive” en la Capital, contribuyendo con peculiar forma de conducirlos, a enmarañar aún más el complicado tránsito capitalino. Exentos de la “revista”, anacrónico requerimiento oficial, convertido en impráctico y molesto impuesto, se les ve transitar como moles desmembradas a los que falta parte de su carrocería, semejando bestias metálicas de la fauna criolla como chatarras rodantes de cuerpo mutilado en las mil batallas por la subsistencia diaria.

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El “padre de familia”, el “sacrificado conductor de concho” el “obrero del volante”, quedó atrás, como figura legendaria, desaparecida junto a “concho primo”, hoy organizado en mafias dueñas de rutas y de la voluntad oficial, dando paso a un nuevo conductor que combina la violación de la Ley 241, anacrónico estamento jurídico del tránsito, con la fractura de las propias leyes naturales, y esto, con funestas consecuencias.

La aparición del taxista, expresa la arrabalización vehicular, manifestación de lo temerario en peculiar encaste entre la imprudencia y la velocidad, como vientre materno, que engendra monstruos de siete cabezas y uniforme actitud.

Expertos en la conducción a la izquierda, “pasándole por encima” al que se le interponga, invadiendo la vía contraria y “un tolete de hombre” colocándose primero en la fila, en pos de un “servicio” y el cumplimiento de los tres minutos, ofrecidos por el operador de la “base” y tratando de que otro taxista más vivo, no le “robe” el pasajero.

El agente de tránsito se hace cómplice de la temeridad e imprudencia, que les da paso antes que al zoquete, que como buen “pariguayo”, sigue creyendo que la ley es para cumplirla y los reglamentos para acatarlos, se coloca paciente y sumiso en su fila, esperando la orden de paso, actitud ciudadana de civismo práctico que provoca burlas, con mofas sazonadas con destempladas cargas de irrespeto y malas palabras.

Si al que pretende cumplir las leyes de tránsito le adornan canas, los epítetos de “viejo e’mie…” no faltan, porque en esa manifestación de la conducción va involucrada el evolucionado “respeto” a los demás y la carga de burla hacia la vejez, sin entender que el “anciano” llegó y lo del otro, está por verse.

El taxista es sinónimo de imprudencia y manejo temerario, poniendo en riesgo la vida propia y la de otros, destacando la personalidad del criollo que para lograr un objetivo, violenta todo principio, quebranta leyes y aplasta, y si de paso puede “serrucharle el palo”, quedará realizado en orgásmica descarga mental de satisfacción por haber “jo….” al prójimo.

La no reglamentación sobre el negocio de taxis, habilita a cualquier “petaca” a transportar pasajeros a velocidad subsónica y para ello solo precisa de afiliarse, sin color de pintura específica, a una base de comunicación y agazaparse en una equina estratégica, para salir disparado como bólido ante el requerimiento de un “servicio”.

¿Responsabilidad civil? ¿Garantías para el pasajero? Ningunas… ¿Autoridad?… ¿Con qué se come eso? Todo esto, mientras los agentes de Amet “cogen piedra pa lo ma chiquito” y se “embullan” dedicando tiempo y energías a “operativos” para atrapar motoristas, para luego transportar equipos a granel, en camiones al “canódromo” y complicarle la existencia de terrible manera, a más de soportar todas las humillaciones posibles y satisfacer el clásico “boroneo”. l

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