El camionero y sus subespecies: el “patanista” que ahora arrastra uno de “ñapa”; el conductor del camión de la basura, el de tanqueros de combustibles y de agua, salvando las diferencias en equipos y actitudes; el de camión de volteo, que riega materiales por dondequiera que pasa; el del “trompo” que transporta concreto “empañetando” con sus “plastas” de hormigón convertidas luego en molestos obstáculos en calles y avenidas; el del millón de Daihatsu con cualquier clase de mercancía; los de pesada carga que suben de los muelles como asmáticos dinosaurios de cuerpo cuadrado, todos con pestilente carga de contaminante humo negro, que satura de hollín los pulmones de una población que, indiferente, ignora los males que acarrea ese aire viciado. Esta es clase aparte, con licencia para abusar, agrupados en poderosos “sindicatos” autorizados a “rullir” el presupuesto nacional, para los que hay combustibles exonerados que alcanzan para establecer grandes y lucrativos negocios subterráneos y les sobra capacidad para imponer exclusividades y tarifas, dando sentido a la máxima de que “el poder es para usarlo”. Grupos de presión, que en ocasiones coquetean con el poder político y que han sido bautizados por la población, como “los dueños del país”. “Choferes” que conducen conscientes del tamaño y fortaleza del “pájaro” que manejan, tan rápido como permite su elefante con patas de gomas, sonando cornetas de aire que aflojan dientes y sacuden empastes, para que los que corren el riego de ir delante de ellos, no reciban sus embestidas sin el “aviso” previo y como expresión de “no soy guapo, pero abusador, sí”. Es la manifestación práctica de que “papeleta mató a menú” y que “el peje grande se come el chiquito”; si le das, perdiste; si te da, te arrolla Es frecuente verlos transitar por el lado izquierdo de las carreteras de carriles múltiples, ocasionando atascos por su velocidad, al recorrer espacios largos en paralelo con otro “peje” de igual tamaño y velocidad de tortuga. En el conductor de vehículos pesados toma forma la actitud criolla del abusador que se siente protegido por una estructura organizada con todos los recursos necesarios para colocarlo por sobre la ley de tránsito y los estamentos para aplicarla.
De los 3.4 millones de vehículos de motor registrados en la Dirección de Impuestos Internos a enero del 2015, cerca de 400,850 son vehículos de carga o volteos, donde el 36.66% de los primeros y el 34.07% “vive” en la Capital, contribuyendo con peculiar forma de conducirlos, a enmarañar aún más el complicado tránsito capitalino. Exentos de la “revista”, anacrónico requerimiento oficial, convertido en impráctico y molesto impuesto, se les ve transitar como moles desmembradas a los que falta parte de su carrocería, semejando bestias metálicas de la fauna criolla como chatarras rodantes de cuerpo mutilado en las mil batallas por la subsistencia diaria.