El empoderamiento real de la diáspora

Después de cincuenta años de historia es lógico que la diáspora tenga raíces profundas. La obra silenciosa es enorme. En Nueva York, para solo citar un ejemplo, más de 400 supermercados, unas 20 mil bodegas, unos 15 mil salones de belleza, unas&#823

Después de cincuenta años de historia es lógico que la diáspora tenga raíces profundas. La obra silenciosa es enorme. En Nueva York, para solo citar un ejemplo, más de 400 supermercados, unas 20 mil bodegas, unos 15 mil salones de belleza, unas 10 mil barberías, y miles y miles de farmacias, clínicas médicas, oficinas de real state, multiservices, miles de restaurantes, más de 50 mil taxistas y unas 10 mil bases de taxis, factorías, laboratorios dentales, etc. Intelectuales, científicos, profesores, abogados, médicos, enfermeras, ingenieros, egresados de universidades de Estados Unidos, en franco ejercicio de sus carreras. Un ejército dominicano, bilingüe y multilingüe, creciendo en el exterior.

Somos 1.5 millones de dominicanos en Estados Unidos. Solo en Nueva York, más de 100 mil estudiantes en las escuelas primarias y secundarias, y 26 mil en las universidades, graduándose unos cinco mil profesionales anualmente.
Traducido en miles de empleos y millones de impuestos municipales, estatales y federales al gobierno de los Estados Unidos. Y en más de diez millones anuales en remesas hacia la República Dominican, tanto en dinero como en ropas, zapatos, electrodomésticos, compras y regalos a toda la familia. La fuerza de la diáspora y su empoderamiento es real.

Una infraestructura empresarial envidiable. Pudiera hacerse la conexión de más alta rentabilidad entre el campo dominicano y la diáspora, pero no es así. Un mercado mundial como lo es Nueva York en manos de dominicanos, y sin embargo, no hay un plátano criollo en los supermercados ni en las bodegas, sí ecuatoriano, hondureño y mexicano. Un poder extraordinario para generar desarrollo económico, desaprovechado. Un poder para que la economía dominicana despegue a velocidad de misil. Los mangos de Baní o los plátanos barahoneros, y todos los productos marca-país, desconectados del mercado natural de Nueva York.

Hace 25 años que tenemos esa infraestructura empresarial, y los consumidores, y nada ocurre. Nada. Todo pasa a espaldas del Estado. Es solo el producto de la iniciativa privada personal de cada inmigrante. Sin proyecto global ni planificación del Estado o el sector privado. Si hubiese voluntad política y alguna dirección o planificación el final del túnel mostrara la luz. Pero que va. Sólo Pedro Mir, el poeta nacional que vio el país colocado en el mismo trayecto del sol, tuvo el acierto, la visión correcta de entenderlo y vaticinarlo a tiempo: el destino de la República Dominicana está en la diáspora. El empoderamiento de la dominicanidad en el mundo es una realidad.

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