Ojeadas a un premio (¿in/oportuno?) (2 de 2)

6. Una digresión, con pesquisas y cautelas, antes de seguir el caminoEl párrafo anterior, es obvio, no parece escrito por Mario Vargas Llosa. La vehemencia de ese libelo, nombrado Los parias del Caribe, nos regresa a la prosa del panfleto…

6. Una digresión, con pesquisas y cautelas, antes de seguir el camino
El párrafo anterior, es obvio, no parece escrito por Mario Vargas Llosa. La vehemencia de ese libelo, nombrado Los parias del Caribe, nos regresa a la prosa del panfleto que en los años 60 inundaba las plazas universitarias de todo el continente. Lemas y consignas estalinistas y antifascistas, junto a patadas voladoras lanzadas al odioso capitalismo y contra la clerecía (encargada de esparcir el “opio de los pueblos”) constituían los argumentos habituales de aquellos papeluchos estudiantiles. (Me pregunto, aquí y ahora, ¿cuál fue la utilidad, el propósito real de don Mario al machacar en su escrito al Cardenal Nicolás López Rodríguez?)

Sobre la referencia de Vargas Llosa respecto a Hitler y el exterminio de judíos, no se me ocurre nada más concluyente que reproducir algunos párrafos de la carta con que la comunidad judía del país refuta a nueve rabinos norteamericanos que, de seguro inspirados en el artículo de don Mario, repitieron similares ideas el pasado 28 de enero. Decían los rabinos: “la crisis humanitaria en la República Dominicana con respecto a la deportación de ciudadanos haitianos se asemeja a algunos de los capítulos más difíciles y perturbadores de la historia judía”.

Los judíos dominicanos, con sencillez, argumentaron: “Nuestra comunidad judía tiene una eterna gratitud con el pueblo dominicano que nos acogió durante la época más oscura de nuestra historia, bajo la persecución nazi en Europa. Fue el único país de la región que utilizó su diplomacia para acogernos. Es irónico que ahora este país sea comparado con el régimen nazi”.

En cuanto a sus críticas sobre nuestro Tribunal Constitucional, cabe decir que don Mario no es dominicano y, como tal, carece de toda facultad para enjuiciar y desafiar las decisiones de las Altas Cortes nacionales. Aunque no lo parezca, somos un país independiente desde hace 172 años. Con grandes esfuerzos hemos creado un orden jurídico y unas instituciones –en agraz, imperfectas, es cierto_ pero estables y cada vez más firmes. A él le consta que formamos una comunidad decorosa, sin discriminación ni rencores, y donde no caben los belicismos ni las malquerencias.

Los dominicanos entienden, apoyan y practican la solidaridad entre naciones amigas. Quizá seamos débiles, parcos e incapaces para erguirnos y contestar amenazantes sermones como aquel que reza “…la República Dominicana tendrá que acatar esta decisión, a menos que decida –algo muy improbable—retirarse del sistema legal interamericano y convertirse a su vez en un país paria”.

Somos extremadamente lábiles, es cierto. Pero cada nación tiene el derecho de fijar las pautas de su orden legal. Como país democrático, creamos nuestras leyes conforme a los usos y costumbres nacionales, y bajo amparo de la vasta inteligencia jurídica que nos viene de Roma y de Francia. No creo que don Mario ignore que la Constitución haitiana establece un juis sanguinis (“derecho de sangre” de los latinos) de aplicación universal, con el generoso propósito de brindar cobijo al haitiano nacido en cualquier lugar del cosmos. ¿Cómo y por qué hablar, así, de haitianos sin nacionalidad? No es aplicable ni es real, en virtud de tal estatuto, la noción jurídica de un haitiano paria.

¿O será que don Mario, a través de una velada analogía, sugiere que el desdichado haitiano que se fuga a territorio dominicano (celaje presuroso, sin registro siquiera de su propia existencia, ajeno además a nuestra memoria social y a la intimidad de una lengua en la que hablamos y pensamos desde hace quinientos años) ha de encarnar “parte constitutiva” de la sociedad dominicana? ¿Lo ha dicho en serio el gran literato peruano? ¿Piensa así, ahora, el mismo individuo que expresara algunos años atrás que “las relaciones entre los dos países están signadas por una tradición de desconfianza, animadversión, guerras, ocupaciones y matanzas”?

Con todo el amor que don Mario derrama sobre la familia, no debe olvidar que su segundo heredero carece de la potencia y del bagaje necesarios para discernir (y, ciertamente, interpretar) el fondo de lo que ha sido nuestra sangrienta relación histórica con Haití. Lo más penoso es entender, ahora, que esas irresponsables y majaderas consignas emanadas de un puñado de grandes naciones (aquellas que impregnan el pensamiento y la acción de Naciones Unidas y sus organismos periféricos) constituyeran el motivo de este erróneo zigzagueo del gran novelista peruano.

7. El ámbito del premio
Nada caracteriza mejor la atmósfera en que se cuecen siempre los premios que el concepto de vector euclidiano. Poco importa el motivo de la recompensa: la corona de belleza, el laurel que honra la filantropía o el galardón literario; siempre será lo mismo. Si concebimos el vector como una magnitud física con medida, punto de aplicación, dirección y sentido, por supuesto que nos acercaremos a la intelección del tema.

De manera sencilla podría explicarse la medida de esta decisión (su canon, su valía): nada más que reconocer a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel y Premio Cervantes de Literatura, sin objeciones el más conspicuo escritor vivo de nuestra lengua. Luego veamos la segunda parte: el punto de aplicación, el sentido y la dirección del vector/premio. Uno se pregunta: ¿obedece a algún objetivo político, a menos de 100 días de unas elecciones, el avivar la controversia entre nacionalistas furibundos, la vasta grey religiosa y el puñado que defiende a rajatabla la incorporación masiva de haitianos intérlopes como “parte constitutiva” de la sociedad dominicana? Es obvio que la adjudicación del premio no parece estar asociada a plan alguno. ¿Cuál, entonces, fue la razón de un dictamen que en este momento coloca al Ministerio de Cultura ante las puertas del más colérico debate? Pienso que esas incógnitas quedarán por siempre sin una respuesta estimable.

Jorge Luis Borges, tal vez la más alta expresión literaria de nuestra época, nunca recibió el Premio Nobel. Está claro: la Academia sueca sabía muy bien de la grandiosa categoría del escritor, pero al mismo tiempo era dueña del tino necesario para anticipar la turbulencia social derivada de un laudo a favor del herético escritor argentino. ¿Resultado?: Borges no obtuvo el Nobel de Literatura; premio al que fue candidato durante casi treinta años.

8. Quisimos tanto a Mario…
En párrafos anteriores me permití traer al recuerdo algunos episodios en que la más apasionada y rigurosa búsqueda de la verdad sirviera a Mario Vargas Llosa para alentar señeros cambios de rumbo en su pensamiento. Quiero imaginar, apoyado en tales precedentes, que su sensible intelecto lo hará fluir (como sucediera con el rechazo a la brutalidad castrista, al igual que en la disyuntiva entre totalitarismo y libertad que encarnaran Jean Paul Sartre y Albert Camus) hasta tocarse estrechamente con la verdad del caso haitiano.

Sólo será posible tal desenlace, claro, cuando el gran escritor aleje la mirada de esa envilecida partitura que algunos han colocado en el atril de su vástago (para una cantata que él, don Mario, con solidaridad filial ha hecho suya) y permita emerger al Vargas Llosa de las mejores horas. Al hombre civilizado (con esencias venidas de Homero, de Platón, de Cervantes) que expresara en Estocolmo: “La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa dónde estemos, existe un hogar al que podemos volver”.

9. A fin de cuentas
De verdad, yo habría postergado hasta el día de ese reencuentro previsible la ocasión de entregar a Mario Vargas Llosa el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña. Y acaso en ese instante oírle hablar de la andadura de don Pedro tras las huellas de nuestra lengua, y de igual forma escalar junto al peruano hasta la ilusión de aquella Magna Patria donde aún reverdecen los sueños de un continente.

Las cosas, sin embargo, no sucedieron así. Y esta es mi gran pena.

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