Pedro Mir, a 16 años de su partida su poesía sigue latente

El valor de la obra del Poeta Nacional dominicano Pedro Mir (San Pedro de Macorís, 3 de junio de 1913-Santo Domingo, 11 de julio de 2000) adquiere más preeminencia con el paso del tiempo por el carácter imperecedero de su sensibilidad poética…

El valor de la obra del Poeta Nacional dominicano Pedro Mir (San Pedro de Macorís, 3 de junio de 1913-Santo Domingo, 11 de julio de 2000) adquiere más preeminencia con el paso del tiempo por el carácter imperecedero de su sensibilidad poética y su compromiso permanente frente a lo social y humano.

Hoy se cumplen 16 años del fallecimiento de esta lumbrera de la literatura de trascendencia internacional, cuyos aportes han dejado huellas profundas en más de una generación de poetas dominicanos; y aunque en las más recientes hornadas literarias del país sea solo un referente obligado, de alguna manera su obra perdura por lo que significó en su momento en el derrotero social, político y cultural de la nación, según explica el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes 2016, José Rafael Lantigua.

El exministro de Cultura y el Premio Nacional de Literatura 2013, José Mármol, analizan el valor de la obra de Pedro Mir, a quien consideran como el poeta dominicano más influyente, por leído, comentado, estudiado y recitado o declamado.

“Especialmente por su poema de 1949, ‘Hay un país en el mundo’, en el período comprendido entre las postrimerías de la dictadura trujillista, que lo forzó al exilio, y la explosión social y política que estremeció a la nación desde el derrocamiento de Juan Bosch, su primer promotor y guía intelectual, pasando por la Guerra de Abril de 1965 y el despotismo represivo balaguerista de la primera etapa, hasta la llegada al poder del Partido Revolucionario Dominicano –PRD- entre finales de los años 70 e inicios de los 80”, recuerda Mármol (Premio Casa de América 2012 en el género poesía por la obra “Lenguaje en el mar”).
Sostiene que “Pedro Mir sigue siendo el poeta social dominicano por excelencia, tanto aquí como allende los mares. Especialmente, a causa de dos de sus obras: ‘Hay un país en el mundo’ (1949) y ‘Contracanto a Walt Whitman’ (1952)”.

Al subrayar los aspectos más relevantes, en la obra poética y en prosa de Pedro Mir, Mármol se detiene en dos elementos que le parecen “fundamentales para la cosmovisión y la praxis creativa de un artista de la palabra de su estatura”, que son: su particular sensibilidad frente a lo social y humano, por un lado, y por el otro, su excepcional dominio del lenguaje y conocimiento de los preceptos estéticos y las técnicas creativas por medio de la lengua escrita.

“Fue un maestro de la escritura y también lo fue de la oralidad. Era un privilegio escucharle en el aula universitaria dictar sus lecciones de estética o de historia. Mayor lo era escucharle leer sus poemas. Daba la sensación de que ponía alas al verso y que hacía de la percepción de su sentido una puerta al infinito”, recuerda el autor de El ojo del arúspice (1984); Encuentro con las mismas otredades I (1985), Encuentro con las mismas otredades II (1989) y La invención del día (1989.

Contribuciones notables
Al abordar la valorización a los aportes del Poeta Nacional, José Rafael Lantigua entiende que en el país se le ha dado importancia a la obra del escritor Pedro Julio Mir Valentín (nombre de pila de Pedro Mir), “mucho más en la generación sesentista que fue la que recibió de manera directa su influjo y su presencia”.
“Creo que, aún con reparos injustos y en algunos casos innecesarios, es totalmente válido el título que recibiera en vida de Poeta Nacional. Además, hay contribuciones notables suyas en el ensayo, en la narrativa y en los estudios históricos y del arte”, sostiene.

La bibliografía de Pedro Mir es fecunda, con títulos como: Hay un país en el mundo(1949), Contracanto a Walt Whitman(1952), Seis momentos de esperanza (1953), Poemas de buen amor y a veces de fantasía (1969), Amén de Mariposas (1969), Tres leyendas de colores (1969), El gran incendio (1969), Viaje a la muchedumbre (1971), Apertura a la estética (1974), Las raíces dominicanas de la doctrina Monroe (1974), El huracán Neruda (1975), La gran hazaña de Límber y después otoño (1977), Cuando amaban las tierras comuneras (1978), Fundamentos de teoría y crítica del arte (1979), La noción del período en la historia dominicana (1981), ¡Buen viaje, Pancho Valentín! (Memorias de un marinero) (1981), Historia del hambre en la República Dominicana (1987), Estética del soldadito (1991), El lapicida de los ojos morados (1991), Primeros versos (1992) y Ayer menos cuarto y otras crónicas (2000), entre otros.

Un recuerdo imborrable
Don Pedro era un hombre encantador, de conversación fascinante, de hablar preciso, cuidadoso de las formas y con una voz cantarina que seducía a su interlocutor. Me obsequió en una ocasión un texto narrativo muy hermoso que me dedicara y que no está publicado en ninguna de sus obras completas. Lo conservo como una reliquia.

Fui a verle a su casa cuando ya su situación pulmonar reducía sus condiciones de vida. Vino desde su habitación a la sala cargando a cuestas el tanque de oxígeno que le permitía a duras penas respirar. Era fuerte verlo en esas condiciones, a pesar de que siempre mantenía el buen humor y sobre todo una concepción de la vida y de la muerte muy propia: -Mira Lantigua, qué bueno que vengas a verme para que te des cuenta que me están quitando el aire para que no respire, pero yo sigo insistiendo ante estos duendes molestosos para que no me fastidien más, aunque parece que no podré vencerles-. Al fin, lo vencieron esos duendes pero libró la batalla y nos legó su presencia, su carisma, su poesía y su historia. Es uno de los grandes de la nación dominicana. l

Un poema fundacional

Para Lantigua, el país posterior a la Era de Trujillo no fue fundado en las calles ni en las plazas ni en los discursos ni en las proclamas políticas. “Ese país fue fundado por un poema que nos descubrió desnudos en la orfandad de los sueños, que nos vinculó con la necesaria esperanza, que nos enseñó que estábamos colocados en el mismo trayecto del sol, que éramos oriundos de la noche y que, en medio de una frondosa geografía el campesino breve, seco y agrio moría descalzo y la tierra no le alcanzaba para su bronca muerte.

Todo lo demás vino después, pero primero fue el poema de Mir y sus secuelas. Es por tanto ‘Hay un país en el mundo’ un poema fundacional”.

Es por eso que define a Pedro Mir como “el poeta que sembró la esperanza entre los dominicanos” y que “creó la estela y el recuerdo de lo que fuimos y de lo que somos; que creó el sueño de libertad y lo más resaltante: la abierta posibilidad de redención. ¿Qué otro poeta ha hecho eso en la conciencia nacional?”.

 

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