En la entrega anterior habíamos afirmado que la violencia, desde su naturaleza instrumental, más que un producto de seres humanos, es el producto de artefactos de eficacia demoledora. Ello así porque es conducida por la categoría medios-fines, realidad que pone en desventaja a cualquier ser racional que pueda ser un obstáculo para que la misma pueda obtener el fin trazado.
Esta manera de pensar y de actuar es muy anterior a los pensamientos filosóficos existencialistas que pusieron en evidencia los judíos en Alemania, puesto que se le ha adjudicado a Maquiavelo el haber dicho que “el fin justifica los medios”, premisa que muchas veces va en contra de la dignidad humana. Que siempre será el supremo de los valores de las personas.
Mirándonos en el espejo de los judíos que casi exterminaron los alemanes y viendo el reflejo de la violencia mediada por la acción política, se puede afirmar que la verdadera sustancia de la acción violenta es regida por la categoría medios-fin cuya principal característica, aplicada a los asuntos humanos, ha sido siempre la de que el fin está siempre en peligro de verse superado por los medios a los que justifica y que son necesarios para alcanzarlo.
Uno de los problemas que pone en aprieto el entender a la violencia como una forma de terror es debido a que esta elimina la comunicación entre los seres racionales; es decir, imposibilita el discurso, el diálogo entre los hombres, la acción común, la identidad –que es gerundio- y la personalidad de los que son sometidos a esta forma de terror. Cuando se da este extremo, aquí hay que ver el terror como el dominio de la violencia, puesto que el poder es abolido. En otras palabras, el terror puede ser considerado como una variante de la violencia. l
