En la búsqueda de recompensa

Las filas para recibir alimentos regalados en diciembre y las trifulcas que suelen acompañarlas nos resienten. Provocan desazón. Desprenderse de algo para concederlo a otro nunca ha sido malo, pero la forma en que se da o se recibe puede conducir…

Las filas para recibir alimentos regalados en diciembre y las trifulcas que suelen acompañarlas nos resienten. Provocan desazón. Desprenderse de algo para concederlo a otro nunca ha sido malo, pero la forma en que se da o se recibe puede conducir a estados espirituales difíciles de describir, porque tocan las fibras inescrutables que le confieren características esenciales al género humano.

Los concurrentes en sus singulares mismidades, la pérdida de una cosa llamada vergüenza. Todo se transforma en alegre espíritu deportivo altamente competitivo, o bruscamente, en una competencia desgarrante. ¡Rompe el alma!

Nada es nuevo. Es inevitable reencontrar en los restos mnémicos aquellas imágenes horribles: personas en el tumulto desmembrando un pollo vivo o un tierno cerdo. Cosa del ayer. Ahora son cajas o fundas, pero encierran las mismas historias.

Si giramos la mirada veremos los patrocinadores. Un acto protocolar abre el espectáculo: abrazos, afectos, incluso ternuras y agradecimientos. Minutos después toda esa belleza puede quedar sepultada en un aluvión de manoteos, tirones, golpes y heridas.

Comprensivamente, la gente busca alivios. Requiere alimentar sus necesidades básicas en estos días. Está acicateada por la miseria que sólo ella conoce, rodeada de ofertas mediáticas imposibles de tocar para una “feliz Navidad”.

Y pensar que la auspiciosa generosidad se afinca en el valor del efecto recordatorio, como abono mediante el cual se cultiva la esperanza de una fidelidad conveniente.

Lo hacen todos. Los que pueden elevar el don de la generosidad al más alto nivel desde el poder central y sus ramificaciones, o quienes reproducen desde sus laderas igualmente demagógicas otras acciones de ocasión propias de estos días, como compartir con una hambrienta familia en un barrio miserable el milagro de la Navidad.

Compartir con espíritu solidario el pan, ayudar a las capas menos favorecidas, aún sea por un día, no tiene que ser necesariamente repudiable. Lo que irrita es cómo la pretendida acción de bien se degrada, se envuelve en frívolos abrazos y sonrisas sólo auténticos a la hora de capturar las imágenes para propósitos y motivos mediáticos.

No se debe dar en búsqueda de recompensa.

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