“Narraré hasta que Dios me lo permita”

Nos abrió las puertas de su casa, un hogar humilde, lleno de historias contadas por decenas de fotografías, reconocimientos, premios y pergaminos colgados en las paredes y por los records amarillentos de las carreras de caballos realizadas d

Nos abrió las puertas de su casa, un hogar humilde, lleno de historias contadas por decenas de fotografías, reconocimientos, premios y pergaminos colgados en las paredes y por los records amarillentos de las carreras de caballos realizadas durante los años dorados del Hipódromo Perla Antillana, que conserva como un tesoro colocados en orden cronológico en un pequeño estante en la sala de su vivienda.Con el paso cansado por el transcurrir del tiempo, “El Mago”, como es conocido, nos condujo hacia un saloncito, donde conserva laminadas, viejas entrevistas y fotografías con personalidades y amigos queridos, algunos ya fallecidos. Allí nos sentamos y comenzó a narrar su historia de vida, desde el inolvidable despertar de su pasión por los caballos, sus años de juventud, y la necesidad de ganarse el sustento que lo llevó por diferentes rumbos, hasta descubrir que narrar carreras de caballos era y es lo que quiere hacer, como él mismo afirma “hasta que Dios me lo permita”.

1. Tremenda pela
Recuerdo una vez que le falté a mi mamá y ella venía con la correa a darme y me fui corriendo. Eso fue como a las tres de la tarde y llegué como a las seis de la tarde y ella me recibió como si nada. Yo pensé “bueno ya todo pasó”, pero como a las diez de la noche, tocaron la puerta de la casa y era mi papá, ellos estaban separados, pero ella lo llamó. Cuando él llega pregunta: “¿dónde es que está el guapito que te faltó el respeto? Y me dio una tremenda pela. Esa fue la única.

2. Casi un diluvio
Los domingos jugábamos pelota todo el día, pero un sábado cayó un aguacero tremendo y el domingo siguió lloviendo. Ese día no pudimos jugar y mi hermano me dijo que me iba a llevar al hipódromo y le respondí: “¿al hipódromo?”,  y me dijo: “sí, para que veas las carreras de caballos. Eso es muy bonito”, y le dije que no, él siguió insistiendo hasta que me convenció. Llegamos y lo primero que veo es una potranquita con una blusa verde y marrón, un jockey venía sobre ella, me impresionó y pregunté que cómo se llamaba y me dijeron: “Princesa”. Cuadraron los caballos y ganó Princesa. Me encantó la carrera. Yo tenía 12 ó 13 años. A la semana siguiente, los muchachos se estaban preparando para el juego de pelota del domingo y yo les dije: “bueno, busquen otro, porque yo voy para el hipódromo”. Ellos se sorprendieron mucho y desde ese día, todos los domingos cogía para allá.

3. Quería ser jockey
Hice una costumbre ir al hipódromo los domingos, primero iba en las mañanas para ver los entrenamientos. Cada día me gustaba más, tanto que quería ser jockey y llegué a inscribirme en la escuela de Jockey, pero yo tenía 16 años y estaba sobrepeso. El peso de los jockey para comenzar debe ser menor de 100 libras, así que tuve que olvidarme de esa idea.

4. Cantante de Bingo
El señor, Gay Makel, mi jefe, que me cogió un cariño tremendo, me dijo: “Symon (Simón) tú te atreverías a cantar el bingo” y le dije que sí. Me dijo: “no digas nada”. Como a los 15 días el señor Domingo, que era el que cantaba, ya eran las tres de la tarde y no había llegado, me dice Gay: “Symon vas a cantar”, él se colocó detrás de mí, canté la primera mano, vio que todo iba bien y me dejó solo. Así me convertí en cantante de bingo.

5. El narrador
Comencé a trabajar en La Voz del Trópico, en un programa que se llamaba Hípicas Dominicales y un buen día, me dicen que el señor Guillermo Asmar, que administraba el hipódromo en esa época, quería conversar conmigo y fuimos donde el señor Brea Peña, que era el dueño de Radio Comercial, que era por donde se transmitían las carreras de caballos. Nos fuimos a la oficina del señor Brea Peña y me informaron que a partir del siguiente domingo yo narraría las carreras de caballos y les dije que no, porque nunca lo había hecho y ellos insistieron hasta que me convencieron.

6. ¡A correr fanáticos…!
Yo había aceptado narrar, pero no tenía prismáticos. El narrador anterior tenía unos y se los pedí prestados, me aseguró que me los llevaría antes del domingo y nunca llegó. Llegó el domingo y el señor Brea Peña trajo el equipo. Lo instaló y me dijo: “aquí se abre, pides el cambio y aquí cierras”. Yo iba a estar solito ahí. Tocan el clarín y comienzan a cuadrar los caballos para la carrera, pero falta uno y estoy nervioso por la falta de ese ejemplar, de repente se abren las compuertas y salen todos los ejemplares disparados y Dios me pone en los labios la frase “A correr fanáticos…”. Esa frase quedó pegada para siempre.

7. Amor eterno
Me casé en el año 1967 con Grecia Altagracia, a quien considero parte de mi vida. Duramos 13 años de amores, 27 de casados y cinco separados, es decir, 45 años, tuvimos dos hijos Simoncito y Armandito. Fue una separación dolorosa. Duré cinco años solo, esperándola, ella no quiso volver. En eso enfermó y me llamó simoncito de Nueva York y me dijo que ella estaba muy mal y yo quise ir a verla. Cuando llegué a la casa, conversamos y lloramos. Ella comprendió que había cometido un grave error dejándose llevar de chismes. Un sábado, cuando salí del hipódromo, fui a verla y la encontré muy demacrada. Yo vivía en Santiago y me marché. A las cinco de la mañana, me llamaron para decirme que había muerto. Mi esposa era para mí una reina. Todavía la amo.

8. La muerte de Trujillo
Esa noche yo estaba cantando el bingo y fueron a jugar las esposas de Amiama Tió y la de Imbert Barreras, y de pronto, como a las nueve de la noche, ellas se levantaron para irse y les dije: “pero caramba se van y todavía faltan los mejores premios” , pero ellas se marcharon. Terminé el bingo, salí y me fui a un restaurante a cenar y cuando salgo viene un grupo como de 50 guardias. Sólo sé que uno de ellos me dijo: “Simón vete a acostar, ¿qué tú haces en la calle a esta hora?” y encontré un chofer que me llevó a la casa. Al otro día, ese mismo chofer se presentó en mi casa, a las nueve de la mañana, y me dijo que habían matado a Trujillo.

9. Otros tiempos
Yo fumaba y recuerdo que vengo subiéndo la calle 30 de Marzo, con mi cigarro y de repente veo que viene subiendo mi profesor de cuando yo estaba en quinto curso y cuando lo vi boté el cigarrillo, por respeto al profesor. Antes uno no le podía faltar a un vecino, ni a la gente mayor. Es muy lamentable, pero estamos viviendo una vida totalmente distinta. Será por las obligaciones de los padres que no le dejan mucho tiempo con sus hijos.

10. La Revolución
Me llamó un amigo y me dijo que pusiera a Radio Comercial. Escuché a Peña Gómez que mandó el pueblo a la calle. Yo dije: “bueno me voy a meter en esta cuestión”. Cogí mi motor y me fui, lo dejé en una estación que había en la calle Manuel Ubaldo Gómez y llegué a La Voz Dominicana. Cuando entro, Blanco Peña dice: “que ahora hable Simón” y cuando voy yo, me dice Hugo Hernández Llaverías: “déjame a mi y después tú hablas” y comenzó hablar y en eso llegó uno y voceó: “señores, corran, que Morillito los está buscando”. La Fuerza Aérea mandó los guardias y salimos todos corriendo.

Un hombre sencillo que ama su profesión

Nacido en La Romana, en 1935, hijo de Agnes Adina Swanston y Charles Pemberton. A los dos años vino a vivir en la capital. Estudió en la Escuela República de Argentina. Es la primera persona que por su labor en la hípica, ha sido condecorada por un presidente, en el año 2007. Es el único inmortal del deporte hípico hasta el momento. El 29 de abril de este año fue erigido un busto en su honor, en el Hipódromo V Centenario.

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