¿Hasta cuándo el caos?

Nos preocupa el deterioro de la capa vegetal, de los bosques, las aguas superficiales, sean lagunas, lagos y manantiales, y con ellos también las aguas subterráneas, en fin, la creciente pérdida de recursos esenciales para la vida. Esa inquietud…

Nos preocupa el deterioro de la capa vegetal, de los bosques, las aguas superficiales, sean lagunas, lagos y manantiales, y con ellos también las aguas subterráneas, en fin, la creciente pérdida de recursos esenciales para la vida.
Esa inquietud es manifiesta entre un importante porcentaje de la población, y también lógicamente entre quienes tienen bajo su responsabilidad el cuidado del ambiente en toda la República.

Pero convivimos con otros indetenibles deterioros. Los entornos urbanos que debían ser por igual motivo de alarma. La realidad es que nos hemos habituado a ellos, con un costo enorme para la habitabilidad de hoy y mañana. Y no hablamos de las villas miserias que conocemos. Hablamos de los espacios formalmente considerados como los corazones de las ciudades, o en el menor de los casos, de las zonas que reúnen los elementos mínimos de lo urbano: calles asfaltadas, con aceras y contenes, viviendas más o menos formales, etcétera. Todo eso se está degradando y lo aceptamos como si no fuesen indicadores que nos sugieren que vamos directos a la quiebra del hábitat para aparejarnos al arrabal.

María Teresa Morel lo describe muy bien en una crónica publicada el lunes pasado: “La ciudad posible que prometió alguna vez el alcalde del Distrito Nacional, Roberto Salcedo, continúa sumida en el caos y el desorden. Áreas verdes, aceras, isletas y calles de la Ciudad Primada de América lucen llenas de obstáculos que afectan el libre tránsito y afean el entorno. Ante la falta de una adecuada y responsable política de defensoría del espacio público, las aceras sirven para todo, menos para la circulación de los peatones. Así, se instalan comedores ambulantes, paleteras, talleres de mecánica y ebanistería; repuestos, barberías, tiendas de ropa, electrodomésticos y calzados; mercados de frutas y vegetales, paradas de transporte, bancas de lotería y hasta “viviendas”…

María Teresa nos habla del Distrito Nacional, pero esa realidad se repite en todas las ciudades, en unas con mayor gravedad que en otras.

El ADN está rendido ante una realidad que le es propia, pero que compete a todos. ¿Dejaremos que las ciudades definitivamente sean inhabitables o detendremos el caos?

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