Retomando el tema de la edición anterior, podemos agregar que de la exhibición de las obras del artista francés Gilbert Kieffer en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo –presentadas el año pasado-, lo primero que nos atrae es la luminosidad y expresividad del conjunto. Así, vamos recorriendo con la mirada cada signo, los cuales parecen iniciar un viaje galáctico que en términos estéticos nos deja ver que la realidad queda a un lado y, por medio de las sensaciones, se construye un puente metafísico que conecta el pasado con el futuro, donde el momentum en que se produce la obra queda relegado a la experiencia para poder figurar lo que parecería abstracto o más bien desconocido.
Y es que Gilbert Kieffer se apropia de una variedad de símbolos de la cultura nazca, pero cuidado, que ha estado ensayando con representaciones culturales de otros espacios geográficos que han despertado cierto grado hermenéutico por el origen, así como su creciente interés por la civilización maya e incluso la taína.
Este grado de cuidado por el estudio de elementos precolombinos no han devenido al azar, a nuestro modo de ver están asociados al artista por su naturaleza cósmica. Las impresiones que nos llegan es que la naturaleza siempre procura inspirarnos para convertirnos en portavoz de mensajes de vida y espiritualidad. El arte, se ha convertido a través del tiempo en uno de los medios por excelencia para develar aspectos del pasado e incluso del futuro. De modo que como ente creador, es un móvil perfecto para comunicar y despertar del mito: la magnanimidad de la creación.
Ahora bien, hablamos del tema de la “apropiación” porque si bien el artista sugiere y centra las inscripciones de la cultura nazca en el caso específico de la muestra del MAM, pero lo interesante es que sólo se vale del elemento en sí para dimensionar la cosmogonía que representan, amparado en la energía de su condición de artista o mensajero de la luz. Continuará.