La corrupción y la crisis sacan a miles de personas a la calle en Israel

Jerusalén.- En plena crisis por el coronavirus, las calles de Tel Aviv y Jerusalén se han visto estos días llenas de miles de israelíes que, afectados por la crisis económica de la pandemia o frustrados por la corrupción, luchan por distintas causas que se funden en un mensaje común: «Fuera Netanyahu».

Aunque ahora se está produciendo una segunda ola del virus podría decirse que, en comparación con las cifras de otros países, la COVID-19 no ha golpeado muy fuerte a Israel. Hasta el momento son 415 las personas que han perdido la vida en el país, de nueve millones de habitantes, por esta enfermedad, y que, desde febrero, ha contagiado a poco más de 50.000.

Los números, sin embargo, no reflejan el profundo impacto que el coronavirus ha tenido en la sociedad israelí, acostumbrada a unirse frente a enemigos comunes, por lo general externos. En este caso, el enemigo es interno y no, no es la pandemia, sino el Gobierno, y más concretamente el primer ministro, Benjamín Netanyahu.

Al juicio en su contra por cohecho, fraude y abuso de confianza en tres casos separados de corrupción, se ha sumado el juicio de una parte considerable de la sociedad, que lo acusa de no haber manejado responsablemente la pandemia y de abandonar a los cientos de miles que perdieron sus trabajos en los últimos meses, en los que el desempleo ha pasado de un 3,3% a un 21%.

Así, las protestas semanales anticorrupción, hasta ahora marginales y lideradas por gente mayor, han sido propulsadas por nuevos y diversos grupos que optaron por unirse para dar más fuerza y visibilidad a sus reclamaciones.

«Lentamente la gente está entendiendo que todo empieza y termina con Netanyahu y que hay una conexión directa entre la situación económica de la población y el desempeño de este Gobierno», explica a Efe Amir Haskel, exgeneral del Ejército y fundador del llamado Movimiento de las Sillas.

Desde el 2016 Haskel, que sirvió durante 32 años en las Fuerzas Armadas, se sienta todas las semanas junto a sus compañeros frente a la residencia del primer ministro en Jerusalén para pedir su renuncia en el marco de una lucha que describe como «marcada por los valores, la moral y la identidad de Israel» y que –agrega– «no puede tener a una persona acusada de corrupción tomando decisiones clave para el futuro del país».

Hace algunas semanas, el arresto de Haskel y la incautación, violencia policial mediante, de los equipos utilizados por su movimiento para manifestarse, sacaron a la calle a miles de personas, organizadas o espontáneas, decididas a hacerse escuchar.

A diferencia de otras protestas masivas, como las del 2011 por el coste de la vivienda, esta vez el foco no fue la liberal Tel Aviv sino Jerusalén, y los manifestantes no se agruparon en parques sino a las puertas de la residencia de Netanyahu, bloqueando calles en el oeste de la ciudad y desencadenando violentos enfrentamientos con la Policía, que dejaron varios heridos y decenas de arrestos.

Simultáneamente, en Tel Aviv, colectivos de trabajadores, especialmente autónomos y crecientes números de desempleados protestaban también a miles, incluso decenas de miles, pidiendo mayor apoyo económico para hacer frente a las consecuencias de la pandemia. Al principio se decían apolíticos y hasta echaron de una manifestación a un grupo de activistas anti-Netanyahu, pero con el paso de los días se fueron mezclando y hoy se han convertido en un gran movimiento prácticamente indivisible.

«Lo que nosotros queremos es apoyo económico pero principalmente volver a trabajar. Necesitamos el dinero y no podemos hacer nada más que protestar», explica a Efe Alit Uliamtero, productora de eventos y residente de Tel Aviv.

«No estaba previsto unirnos con las protestas contra Netanyahu, pero es imposible ignorar la conexión, porque cuando el problema es financiero, las reclamaciones son contra el Gobierno. Si el primer ministro fuese otro, nuestras reclamaciones serían contra otro, pero ahora el primer ministro es Netanyahu, así que todo se une», señala, y argumenta que el movimiento al que pertenece «no es apolítico sino apartidista» y agrupa a gente de izquierdas y de derechas.

Para el analista político Amir Oren, a diferencia de otras manifestaciones del pasado, «estas protestas van para largo porque la pandemia puede durar mucho tiempo y son precisamente las restricciones implementadas para detener al virus las que sacan a la gente a la calle porque no le alcanza el dinero».

Consultado sobre la posibilidad de generar un cambio real, Oren dice a Efe que «podrían desencadenar nuevas elecciones», ya sea por presión a Netanyahu o a sus socios de coalición, y cree que las manifestaciones continuarán «hasta que se satisfagan sus demandas». EFE

 

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