Muchas personas, de todas partes, en todo el mundo y en todos los idiomas, pretenden tener la respuesta para cada pregunta. No pueden quedarse callados, sienten una imperiosa necesidad de externar su opinión, de decir lo que piensan, aun cuando nunca antes hayan escuchado del tema en cuestión.
En muchas ocasiones le dan la interpretación que les parece o les suena.
Opinan siempre, sin importar lo complejo o específico del asunto.
Pretenden tener, aunque sea un mínimo de conocimiento sobre temas científicos, económicos, históricos, políticos, de salud y educación, así nunca hayan asistido a la escuela.
El ser humano, en una gran mayoría, habla más de lo que escucha, por eso, al final es poco lo que en verdad logran comprender con exactitud.
Basta con mirar los programas de televisión en donde realizan encuestas sobre cualquier situación. Los encuestados, difícilmente admitan desconocer de lo que se les está preguntando. Opinan, hablan, seguros de sí mismos.
No en vano reza el dicho: “La ignorancia es atrevida”. ¡Y sí que lo es!
Lo mismo ocurre con los temas judiciales, con todo y lo complicada que suele ser la interpretación de las leyes, incluso para los mismos abogados, aparecen miles de personas que sin ningún conocimiento de Derecho, discuten y descalifican al más experimentado de los juristas.
Saben más de Derecho Penal que Eugenio Raúl Zaffaroni y más de Derecho Civil que Jean-Etienne-Marie Portalis.
Nadie les gana en establecer penas y sanciones y claro, en cuestionar decisiones judiciales. ¡Todo un atrevimiento!
Lo peor es que estas personas no se dejan aconsejar y si alguien trata de hacerles entrar en razón, es tildado de engreído y de que pretende saber más que todo el mundo. Es así como recurren a los típicos ataques del ignorante, aquel que abraza su ignorancia y cree que ya no necesita aprender mas, ni saber más de lo que ya sabe.
Es una pena saber que esta conducta continuará, pues para estas personas ellas están en lo correcto y todos los demás están equivocados.