No siempre somos tan bien ponderados por nuestros semejantes como para esperar que nos valoren y nos den el lugar que merecemos en la sociedad o en la vida. Sin percatarnos siquiera, nos anulan entre veloces rutinas, acrobáticos proyectos y el habitual mareo emocional. Y aunque crecemos en experiencia, sagacidad y recursos, quedamos rezagados a merced de alguna sacudida. Es hora de entender que la comodidad nunca busca a la felicidad, que el éxito se mueve en paralelo y que la realidad solo dirá dónde te encuentras, la inteligencia dónde deberías estar, pero es la fe la que te llevará a donde Dios determinó que llegues. Él ve lo que nadie ve, cuando nadie te ve. Recuerda: la fe es el atajo donde camina la obediencia, se entrena la osadía y pasea la sabiduría.