El 25 de diciembre recibí un hermoso regalo, en mi única salida, que fue visitar a una amiga a quien quiero mucho y, por años, no le había vuelto a visitar. Al verme, se para y exclama: “¡Qué visita tan especial! ¡Cuánto tiempo!”, con un efusivo abrazo. Durante el mismo, apretándome fuertemente y soltándome, con mis manos agarradas y mirándome a los ojos con una contagiosa risa, me dice lo siguiente: “¡Qué bien estás, muchacha! Dime de ti.”, y casi en secreto se acerca a mi oído y me dice: “Cumplí cien años en octubre, ni me lo creo”, y explota de risa. Lúcida, coherente, sin quejas ni achaques, por el contrario, al sentarnos, me narra lo siguiente: “¿Supiste que me caí a los 98, hace dos años, y me rompí la cabeza del fémur?”, y nuevamente rompe en carcajadas diciendo: “El doctor, supuestamente por mi edad, decía que era difícil que caminara, pero ahora a los 100 me hicieron una tremenda fiesta todos mis hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, de apaga y vámonos. Bailé hasta desternillarme, aunque tuve que durar varios días acostada descansando. Mira que ni coja camino.”
Al preguntarle la fórmula para llegar a su edad con estas características que Dios le ha regalado, primero me dice que ni la vende ni la presta, pero que me la va a decir, y fue: “Vivir cada momento con lo que tienes, darle base a los hijos y formación, ya que con ello mira los resultados, cómo estoy rodeada de mi familia, disfrutando hoy de todos ellos, con sus familias bien llevadas”.

He querido terminar este año, al cual sólo le faltan dos días, con esta reflexión conjunta de que, como señalé en la columna anterior, de nada sirven las quejas, sino más bien accionar en el día a día, haciendo un buen transcurrir del mismo y enfrentar lo que trae para nosotros. Esperemos un 2018 con disposición de trabajar, colaborar, dar, recibir, para que con ello en nuestro país, nuestra sociedad y nuestras familias se operen los cambios que cada uno de nosotros independientemente necesite ver culminar. Claro está, poniendo a Dios como centro de todo lo que hagamos y en cuyas manos, sin importar condición, estamos seguros. Bendiciones sobreabundantes para todos, dejando la expresión a Dios por el Rey David en Salmos 65:11: “Tú colmas el año de bendiciones, tus nubes derraman abundancia”.

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