Cuando, después de una historia clínica, se sospecha la ocurrencia de un hematoma subdural, el diagnóstico debe ser confirmado mediante estudio de imágenes cerebrales obtenidas por la tomografía axial computada (TAC) o la resonancia magnética (MRI). Las imágenes por lo general se presentan como una colección hiperdensa que tienen forma semilunar, entre la capa interna del cráneo y la convexidad del parénquima cerebral, que denuncia la presencia de una colección de sangre.
La imagen puede tener color blanco, en el hematoma reciente, debido a la mayor densidad, comparada con la del tejido cerebral, lo que indica la presencia de sangre. Pero, puede tener color negro, que indica menor densidad, en los casos de hematoma de mayor duración, crónico, correspondiente a la presencia de sangre que se ha transformado en un líquido amarillento con células y proteínas de la hemoglobina degradada por la reabsorción del hematoma.
Los hematomas laminares, que tienen aspecto de una fina lámina, son más difíciles de diagnosticar, y en ocasiones pueden pasar desapercibidos. La resonancia magnética define mejor los límites del hematoma subdural y del edema que le acompaña, por eso es la técnica de elección para determinar la edad del hematoma. Este disminuye progresivamente de densidad y luego, va a dejar la imagen de una raya, como si fuera un arañazo de gato o pequeñas calcificaciones en su cicatriz. El tratamiento del hematoma subdural es esencialmente quirúrgico, y se trata como una urgencia médica. Se realiza una trepanación o pequeños agujeros para disminuir la presión y drenar el hematoma. La técnica quirúrgica dependerá de la magnitud del sangrado. En los casos de grandes hematomas se hace una craneotomía con una abertura más amplia. Se deja un drenaje por unos días.