María sube al mercado a la 1:00 a.m. “como un hombre” -vive en la rivera del río Ozama, en el barrio de Capotillo- a recoger los granos de guandules dispersos en las calles para revenderlos. De eso mantiene, a sus 60 años, a algunos de sus hijos y nietos, que malviven con ella en una casucha que se inunda cada vez que llueve. Poco sabe esta mujer que vino de San Juan de La Maguana hace 20 años, que hay una Ley que la ampara por entrar dentro del rango de las personas mayores de edad: la Ley 352-98, sobre Protección a la Persona Envejeciente.
Para la Ley, se considera “envejeciente” a todos los que tienen 65 años o más, o de menos que, debido a este proceso, experimente cambios sociales, materiales, psicológicos y biológicos. “Es el segmento de la población que requiere de mayor atención por su naturaleza vulnerable”, afirma el documento.
La vejez es inminente. Llega para no marcharse, muy a pesar de los esfuerzos, a menos que la muerte sorprenda primero. Ya lo dijo Rubén Darío en su canción de otoño en primavera “Juventud Divino Tesoro… ¡Ya te vas para no volver!”. El mundo envejece, sobre todo en los países de menor ingreso. El aumento es tal que en cinco años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que habrán más ancianos que niños menores de cinco años de edad.
Cuando en el 1980 los envejecientes rozaban los 500 millones de personas, para el 2050 La Oficina de Censo en Estados Unidos estima que habrá 1.500 millones en todo el mundo. La esperanza de vida alcanzará niveles nunca antes vistos, lo que significa que con mucha suerte, el joven de 20 que esté leyendo esto, tiene la oportunidad de conocer a sus bisnietos.
Los estudios han llamado la atención de la OMS, por lo que han decidido dedicar el tema del Día Mundial de la Salud de este 2012 precisamente al envejecimiento de manera que no se quede en teorías, sino que se ejerciten una serie de medidas para que llegar a la ancianidad no ponga de rodillas a un país y sea una desgracia, más que un orgullo, para el que lo vive. Aunque una vida prolongada signifique que hay quizá un mejor sistema de salud y que las personas se están preocupando por mantenerse sanas, se necesita más que un papel con los derechos que conciernen a las personas mayores, si el Estado al garantizarlo en esa ley, no la cumple.
Abandono
Carsia Manzanillo es de Hato Mayor del Rey. Tiene 80 años, dos hijos y siete nietos (aunque titubeaba al contarlos mentalmente. Quizá son más). Se ubicó en Capotillo, en una zona más alta que María, pero cerca del río. Vino a la Capital siendo una niña. Sus padres murieron estando pequeña. De su marido se separó y no tiene ayuda más que de unos chorizos que vende, cuando aparece el dinero para comprarlos. El día que conversaba con los reporteros de Pandora, no había podido comprarlos, por lo que ese día no había con qué comer.
Carsia es una mujer sana y fuerte. Únicamente “sufre” de la presión; por dicha divina, ya que no tendría para comprar las medicina. Muy a pesar de la triste condición en la que ve pasar sus días con una de sus hijas y nietos, dice creer en Dios: “Imagínate mi hija, hay que darle gracias a Dios por todo”.
El caso de Mercedes Martínez es similar. Tiene 12 años sentada frente a la puerta de la Iglesia Las Mercedes, en la Zona Colonial. Luce limpia y en sus cabales a sus 82, que profesa orgullosa. Conversó y posó ante la cámara muy animosa, hasta que nos dijo la razón de porqué estaba allí, mendigando limosnas: “Tengo un hijo pero me botó por la mujer”, dice esta vez con la mirada perdida en otro lado y con un semblante distinto.
Uno se pregunta: ¿Será cierto? ¿Será capaz un hijo de abandonar a su madre? ¿No tendrá más familiares? En su art. 13, el reglamento dice que “todo envejeciente indigente, desamparado, incapacitado y en general, tiene derecho a recibir una pensión alimenticia adecuada de sus familiares, de manera que le garanticen una vida digna y segura”.
¿Dónde está la familia de estas mujeres?
Es un derecho que les confiere, según lo afirma este código, permanecer, según sea el caso, y por orden de prioridad, en el hogar de sus hijos o hijas. A falta de ellos, por ausencia o fallecimiento, la responsabilidad recae sobre los nietos o nietas, o sobre sus hermanos o hermanas.
No hay empleos
Para nadie es un secreto que la situación laboral está difícil en este y otros países como España, que ha saltado a la palestra internacional por las movilizaciones de distintos sectores identificados en personas con distintas edades, unidas en reclamo de oportunidades; indignados por el panorama económico, por la corrupción de la clase política y empresarial y su vulnerabilidad ante esta realidad.
Rubén Peña Castillo, de 82 años, es abogado, pensionado hace poco más de 15 años. Dice que los jubilados son considerados seres inservibles, que no aportan nada a la sociedad. Coincide con el informe de la OMS, en que los mayores contribuyen con su experiencia laboral, a dar soporte en distintas áreas a la sociedad.
Se queja de las condiciones deficientes para transportarse: “las calles no están diseñadas para los ancianos”. Rubén se desplaza todos los días desde el Mirador Sur, donde vive, hacia la calle El Conde. Después de 37 años de trabajo en la administración pública, fue pensionado y dice que lo que le dan no le alcanza, por lo que todavía tiene que asumir “picoteos” (trabajo informal y temporal, sin contrato) en condiciones inadecuadas. “Los que trabajan con seriedad son los que más sufren”.
De su lado, Alejandro García del Rosario, fue zapatero durante muchos años, lo liquidaron pero no fue pensionado. A sus 60 y tanto, se dedica a zapatero independiente. No ve la vida en el país con muchas oportunidades ni cree en la ayuda: “aquí hay demasiada corrupción”. En su rostro no hay ni pista de esperanza.
Derecho a la recreación
Hay que superar el estereotipo de que los mayores están confinados a pasar sus días encerrados en una casa o en un asilo. Nada hay menos cierto que eso. A pesar de que el nivel de energía no es el mismo que el de un joven, tienen derecho a la educación, a participar de actividades recreativas, culturales y deportivas. Los estigmas, apunta la OMS, limitan su participación y puede llevar a los jóvenes a crear barreras que lo excluyentes.
Los asilos son los lugares destinados para dar asistencia y recreación a los ancianos. Sin embargo, los pocos que hay están sobrepoblados. Un caso es la red de hogares para ancianos de Capotillo, que pertenece, a su vez, a un red llamada Hogares, de la Dirección de Protección a la Vejez de Ministerio de Salud. Son diferentes a los que conocemos como asilos, porque, según explica Cristian Restituyo, médico geriatra de planta de este hogar, funcionan como una especie de “day care”. La modalidad es darles cuidados para que no se enfermen es lo que llaman medicina preventiva-, así como apoyo psico-social, a los que son de condiciones vulnerables en este sector.
El doctor Restituyo indica que lo más difícil son los casos de ancianos que llegan depresivos por el abandono familiar y por la pobreza extrema en la que viven. Juan Gómez, administrador del hogar, nos cuenta que funciona desde el 2 de noviembre del 2002 y actualmente reciben diariamente 53 envejecientes. También hay habitaciones para los que quieren dormir la siesta. Hay alrededor de 48 hogares dispersos en todo el país.