¿Creó Platón la imagen de Sócrates de la forma en que, según muchos, Pablo ideó al Nazareno? La pregunta no deja de ser urticante y las biografías contienen coincidencias interesantes.
Ambos tienen acusación de anarquía, de sublevación al orden. De enseñar ideas no establecidas. Ninguno escribió una sola línea, el diálogo era su escenario y su sola presencia, magisterio. Tuvieron discípulos de todas las clases sociales y dejaron escuela, cambiando ambos la historia.
Erasmo de Rotterdam, por “un tiempo la mayor y más resplandeciente gloria de su siglo”, según Zweig, solía orar: Oh, Sancte Sócrates, ora pro nobis, acercándolo a la divinidad, mientras “al hijo del hombre” lo intercambiaron por Barrabás. Uno muere en la cruz, manifestando dudas muy humanas en el instante supremo y con algunas mujeres a sus pies; el otro toma el veneno de forma casi plácida, rodeado de sus discípulos.
Platón, el creador -o quizás ciertamente solo el copista- de Sócrates, plantea en “La República” una inteligente disputa sobre la justicia que ha sido desde entonces parte central del debate en la “tradición intelectual de la cultura” occidental.
Estas dos tesis la representan Sócrates y Trasímaco. Para Sócrates la justicia es un término absoluto y perfecto, asimilable a la virtud y a la sabiduría, en contraposición a la injusticia, que es imperfecta y se asemeja al vicio y a la ignorancia. Según él, quien detenta el poder –una minoría- lo utiliza en beneficio de los inferiores, que son mayoría.
Trasímaco, de su lado, planteo que: “lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte, (…) Cada gobierno establece las leyes según su conveniencia: la democracia, leyes democráticas; la tiranía, tiránicas, y del mismo modo los demás. Al establecerlas, muestran los que mandan que es justo para los gobernados lo que a ellos conviene, y al que se sale de esto lo castigan como violador de las leyes y de la justicia”.
Sintetizando esta idea con el siguiente argumento: “La justicia y lo justo es un bien en realidad ajeno al que lo practica, ya que es lo conveniente para el más fuerte que gobierna”.
Y finaliza: “Hay que observar, candidísimo Sócrates, que al hombre justo le va peor en todas partes que al injusto. (…) Así, Sócrates, la injusticia, si colma su medida, es algo más fuerte, más libre y más dominador que la justicia”.
Para Trasímaco una minoría de personas fuertes e inescrupulosas domina a la mayoría “de débiles”, y gobierna en beneficio propio, imponiendo unas leyes que deben ser acatadas y consideradas justas.
Sin dudas Sócrates tiene una posición éticamente correcta, pero impracticable en sociedades imperfectas e individualistas. De su lado, Trasímaco, esgrime una tesis realista y comprobable.
Sócrates era un santo y pensaba como tal. Trasímaco un ser humano, de carne y hueso.
El Nazareno, de su parte, nos daba un mandamiento nuevo: “ámense los unos a los otros”. Seguro hay justicia en el amor.