Venezuela, esta vez sin Chávez

En diciembre del pasado año, en un artículo que serví para este mismo periódico, y justamente comentando el escenario político en Venezuela tras el regreso de Chávez a su país a disponer detalles previos a lo que se convertiría en su partida&#8230

En diciembre del pasado año, en un artículo que serví para este mismo periódico, y justamente comentando el escenario político en Venezuela tras el regreso de Chávez a su país a disponer detalles previos a lo que se convertiría en su partida definitiva y, a raíz de eso, del posible ascenso de Nicolás Maduro a la presidencia, decía yo: “…Chávez es uno de los líderes políticos contemporáneos más carismáticos y de mayor trascendencia en América Latina y ese elemento se convertirá en el principal obstáculo a un gobierno suyo– de Maduro- pues constantemente estaría expuesto a un “juicio social” de parte de los millones que a nivel interno de Venezuela  conciben al comandante como el sucesor de Bolívar y como –aun cuando no me guste este término- “su redentor”.

Hoy, viendo el nivel de tensión que ha caracterizado el escenario postelectoral, cualquiera puede darse cuenta de que, efectivamente, a Nicolás Maduro le espera una tarea sumamente ardua frente al ejecutivo.

De los resultados electorales tan polarizados puede colegirse que el liderazgo de Chávez no solo fue la piedra en el zapato para las aspiraciones presidenciales del opositor Capriles Radonski, sino que también, paradójicamente se convirtió en algo parecido para las de Nicolás Maduro, quien, aun siendo el escogido por éste para sucederle, debió llevar sobre sus hombros la responsabilidad de insuflar en la militancia chavista el ánimo y entusiasmo de su comandante, aderezado con el dolor de la pena por su partida, objetivo que no logró de manera total, lo que provocó la abismal reducción a tan solo un 1.59% de aquellos 10 puntos con los que en las elecciones de octubre pasado le ganara Hugo Chávez a Capriles. Una forma desafortunada de comenzar un periodo presidencial que tendrá de frente a casi un 50% del electorado, convertido en una sólida oposición.

Por el momento, ambas partes hacen lo que deberían hacer. Con un electorado divido, el cual representa casi la mitad de los electores para cada sector, le corresponde a Maduro manejarse con prudencia, pues es obvio que un país políticamente polarizado puede llegar a convertirse en una olla de presión que al explotar genere un estado de anarquía tan vasto que arrastre al oficialismo al abismo y desacredite totalmente las instituciones en las cuales se sustenta su gobierno, produciéndose un inminente coup d’état.

En la acera del frente, la cantidad de votos obtenidos por Capriles le consagra definitivamente como líder de la oposición venezolana y mal podría él hacer si, en un escenario de turbulencia postelectoral en la que sus prosélitos esperan verle dirigiendo “el pataleo” contra el orden constituido a partir de unas elecciones cuyos resultados ellos cuestionan, se quedase tranquilo en su casa, aun a sabiendas de que los resultados electorales efectivamente no lo favorecieron al punto tal de llevarlo al solio presidencial.

El nuevo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, incluso en estos momentos de tensión en los que han muerto ocho personas y se cuentan más de sesenta heridos, no solo enfrenta a una oposición descontenta, sino que también enfrenta a su mentor y “padre” como él le llama, Hugo Chávez. Esto así porque, en un país en donde prevalecía la figura de un líder como vector inmanente de poder, con una capacidad asombrosa de solución carismática a los problemas, una vez producida su definitiva desaparición física deben tomarse una de dos opciones: dar pasos para sustituir esa democracia personalista en democracia institucional –lo que puede ser mal visto por seguidores obtusos- o tratar de equipararse –tarea casi imposible – al líder supremo de esa democracia. Dos caminos paralelos y sumamente difíciles que habrán de acompañar a Nicolás Maduro en todo lo que dure su gobierno y frente a cualquier ejecutoria, no importa la índole.

Capriles sabe el rol que le toca jugar ahora y está manejándolo a su favor, pues no podría hacer otra cosa que asumir el tono que exhibe actualmente. Aun así, es bueno que entienda que enardecer las masas es más fácil que acallarlas y que llevarlas a un estado de crispación mas allá de lo controlable podría conducir a Venezuela a vivir momentos de anarquía e ingobernabilidad que no solo le harían daño al gobierno sino a su propio futuro político. Por lo pronto, Capriles tiene todavía 20 días después de las elecciones para presentar sus impugnaciones al proceso y, aunque el bullicio por un supuesto fraude continúa siendo alimentado, todavía no ha dado el paso de impugnar oficialmente y se ha decantado por la opción de la movilización pidiendo un recuento de votos que, aparte de desacreditar al árbitro electoral, sembrará la semilla de la desconfianza, no solo en este, sino en todos los procesos electorales venideros.

En cuanto al reconocimiento que le niegan algunos países al gobierno de Maduro es bueno decir que el sistema de relaciones internacionales se basa en la igualdad de los Estados, así como en la libre determinación de los pueblos, por lo que, el hecho de tener que depender de la aprobación o no de determinado país a un gobierno de uno de los Estados que conforman la comunidad internacional equivaldría a reconocer que ese país está por encima de aquel al que  reconoce –o no lo hace-  y por tanto la igualdad y la prohibición a la injerencia a la que hacen referencia tantos textos de carácter internacional como la Carta de las Naciones Unidas, la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, la misma Carta de la OEA o los  Pactos de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales y de Derechos Civiles y Políticos, firmados en Nueva York en 1966, entre otros instrumentos internacionales, solo serían un pliego más de ideas utópicas sin aplicabilidad practica.

 Más allá de todas estas cosas, ojalá que la prudencia marque el paso de los próximos días y que Venezuela se enrumbe por senderos de paz, hermandad y desarrollo. Su pueblo noble y trabajador lo merece y, con todo derecho, América Latina así lo demanda.

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