Tres colosos del periodismo

Cuando les hablo a estudiantes de periodismo, casi siempre me hacen la pregunta de a quienes considero los mejores periodistas del país. Les respondo que sólo puedo hablar de mi experiencia personal durante las tres últimas décadas del siglo pasado,&#

Tres colosos del periodismo

Cuando converso con estudiantes casi siempre preguntan a quienes considero los mejores periodistas del país. Les respondo que sólo puedo hablar de mi experiencia personal durante las tres últimas décadas del siglo pasado, tiempo en el que trabajé&#82

Cuando les hablo a estudiantes de periodismo, casi siempre me hacen la pregunta de a quienes considero los mejores periodistas del país. Les respondo que sólo puedo hablar de mi experiencia personal durante las tres últimas décadas del siglo pasado, tiempo en el que trabajé para diarios, agencias internacionales de noticias y otros medios de comunicación, parcial o a tiempo completo.

En mi personal clasificación recuerdo perfectamente a tres colosos: Germán E. Ornes, Rafael Herrera y Francisco Comarazamy. Ornes era la encarnación del periodismo tradicional, en el que la información objetiva era la esencia del oficio. Entendía que nada contaminaba más una noticia y, por ende, el derecho del público a estar bien informado, que cuando un redactor filtraba sus prejuicios en sus notas. Los discípulos de Ornes aprendieron a guiarse por esa norma básica, lo que hizo de El Caribe un referente del buen periodismo informativo. Ornes cuidaba cada cosa que publicaba y sus editoriales, aunque frío casi siempre, eran textos perfectamente acabados e impecablemente escritos. Contrario a lo que se creía de él, era un obcecado respetuoso de la libertad de opinión y abría las páginas del diario al talento y al buen decir, sin importar tendencia o ideologías.

Herrera, en cambio, era un celoso incorregible de su espacio, que no permitía sombras a su alrededor. Sus editoriales eran lectura obligada, por un estilo muy peculiar que sobresalía más por la forma que por el contenido. Comarazamy, que estuvo siempre a la sombra de ambos, fue siempre, sin embargo, el más completo de los tres, y aunque carecía de los antecedentes académicos de Ornes y del asombroso lirismo de los editoriales de Herrera, tenía mejor formación periodística y mucho mayor capacidad de trabajo, atributos que brillaban y pudieron verse en sus hermosos artículos hasta el último día de su vida.

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Cuando converso con estudiantes casi siempre preguntan a quienes considero los mejores periodistas del país. Les respondo que sólo puedo hablar de mi experiencia personal durante las tres últimas décadas del siglo pasado, tiempo en el que trabajé para diarios, agencias internacionales de noticias y otros medios de comunicación, parcial o a tiempo completo.

En mi personal clasificación recuerdo perfectamente a tres colosos: Germán E. Ornes, Rafael Herrera y Francisco Comarazamy. Ornes era la encarnación del periodismo tradicional, en el que la información objetiva era la esencia  del oficio. Entendía que nada contaminaba más una noticia y, por ende, el derecho del público a estar bien informado, que cuando un redactor filtraba sus prejuicios en sus notas. Los discípulos de Ornes aprendieron a guiarse por esa norma básica, lo que hizo de El Caribe un referente del buen periodismo informativo.
Ornes cuidaba cada cosa que publicaba y sus editoriales, aunque frío casi siempre, eran textos perfectamente acabados e impecablemente escritos.
Contrario a lo que se creía de él, era un obcecado respetuoso de la libertad de opinión y abría las páginas del diario al talento y al buen decir, sin importar tendencia o ideologías.

Herrera, en cambio, era un celoso  incorregible de su espacio, que no permitía sombras a su alrededor. Sus editoriales eran lectura obligada, por un estilo muy peculiar que sobresalía más por la forma que por el contenido. Comarazamy, que estuvo siempre a la sombra de ambos, fue siempre, sin embargo, el más completo de los tres, y aunque carecía de los antecedentes académicos de Ornes y del asombroso lirismo de los editoriales de Herrera, tenía mejor formación intelectual y mucho mayor capacidad de trabajo, atributos que brillaban y pudieron verse en sus enjundiosos artículos hasta el final de su vida, a los 104 años de edad.

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