Peor que el ébola

La extemporánea campaña electoral se llevará de encuentro no sólo peligrosas intenciones de retorno político. De paso acabará con lo que pueda haber quedado de la reputación de agencias manipuladoras de encuestas, empeñadas en preservar un…

La extemporánea campaña electoral se llevará de encuentro no sólo peligrosas intenciones de retorno político. De paso acabará con lo que pueda haber quedado de la reputación de agencias manipuladoras de encuestas, empeñadas en preservar un liderazgo negado a reconocer que su tiempo quedó atrás, tras haber dejado una larga mancha de corrupción e impunidad que el país arrastra consigo como un fardo muy pesado y costoso. Según la encuestadora personal del expresidente Leonel Fernández, si las elecciones fueran “ahora” éste ganaría en todos los escenarios posibles con un 59% de los votos en primera vuelta, un porcentaje mayor al que obtuvo en las tres elecciones en las que ya fue escogido como presidente de la República.

ASISA, que así es como se llama la agencia, ha producido un milagro de resurrección mayor que el que sacó a Lázaro de su tumba. La encuesta no hace referencia a los crecientes niveles de rechazo que otras mediciones le asignan al señor Fernández, que en algunos segmentos de población superan el porcentaje de popularidad que le atribuye, lo cual le resta todo valor. El expresidente no es ningún tonto para creerse tal cuento, aunque sabe bien el efecto que en las masas produce ese tipo de vaticinio. ¿Quién puede creer en un pronóstico que adelanta las elecciones en 19 meses? ¿Y a qué viene ese anuncio?

La única explicación entendible es que el expresidente no puede estarse quieto ni se concibe ya fuera del poder, que él manejó a su antojo. Eso explica su excesivo accionar desde el mismo día en que tuvo que entregar el poder, entrando de inmediato en una irracional competencia, viajando para exhibirse cada vez que su sucesor cumplía, en el país o en el exterior, con un obligado compromiso oficial, que sus áulicos en los medios resaltaban como si todavía fuera el inquilino del Palacio Nacional o el faro que guía a la república. Su ego es una amenaza para la nación peor que el ébola.

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