Monseñor Juan Antonio Flores Santana

IN MEMORIAMEn una de mis anteriores entregas presenté mi tristeza y condolencias porque últimamente han fallecido figuras importantes que por su excelente comportamiento y servicios rendidos a la comunidad nacional,…

IN MEMORIAM

En una de mis anteriores entregas presenté mi tristeza y condolencias porque últimamente han fallecido figuras importantes que por su excelente comportamiento y servicios rendidos a la comunidad nacional, regional o local gozaban del aprecio, respeto y admiración como fueron el Dr. Luis Heredia Bonetti, quien se destacó como abogado internacionalista; Yaqui Núñez del Risco, excelente maestro de la palabra oral y escrita; Doña Renee Klang de Guzmán, excelente Primara Dama (1978-1982); Don Oscar de la Renta, excelente modisto y un hombre con un alto sentido de la dominicanidad y ahora lloramos a un apóstol de nuestra Santa Madre Iglesia Católica, monseñor Juan Antonio Flores Santana, quien fuera el segundo obispo de la diócesis de La Vega, donde sustituyó al santo y valiente obispo monseñor Panal; tercer arzobispo de Santiago donde antes había pasado mi compueblano y amigo monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, creador y fundador de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Ante su grandeza es poco lo que se pueda decir de monseñor Flores, hombre humilde, gran sacerdote y excelente obispo, quien dejó huellas imborrables por su maestría demostraba en la diócesis que le tocó dirigir.

Me tocó el honor de conocerlo en el Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino, localizado en el Recinto donde hoy funcionar la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), pues en 1949 ingresé al Seminario para realizar estudios clericales que abandone a los tres (3) años porque como dice el precepto bíblico “muchos son los llamados y pocos los escogidos”, y ya monseñor Flores cursaba los estudios Teológicos, pues había ingresado en 1941, y por su humildad y bondad, sus compañeros lo bautizamos como (homo bono) que traducido del latín al español significa hombre bueno.

Me cabe el honor de que murió muy agradecido de mi y siempre lo manifestaba, porque en 1990 siendo yo ministro de Educación, le entregué la Escuela Primaria República de Panamá en La Vega, para que sirviera de práctica a los estudiantes de la Carrera de educación de la prestigiosa Universidad Católica Tecnológica del Cibao (UCATECI), fundada por él y que funcionaba en La Vega bajo la responsabilidad del obispo de esa diócesis.

No hay espacio para expresar la vida de santidad que hasta su muerte vivió y exhibió monseñor Flores, ni tampoco destacar su valiosa labor e iniciativas llevadas a cabo en las diócesis que le tocó pastorear, entre las cuales destaco las siguientes:

Su Santidad Paulo VI, el 22 de abril de 1966, nombra a monseñor Flores obispo de La Vega. Monseñor Flores fue consagrado obispo el 12 de junio de 1966. Este mismo día tomó posesión de la diócesis de La Vega, que entonces incluía el territorio de la más tarde creada diócesis de San Francisco de Macorís.

Cuando informó a su madre que había sido elegido obispo, doña Secundina Antonia, en su acostumbrada actitud de humildad, solo le contestó: “Tú sabes que tienes que portarte bien”.

Entre sus prioridades, en esta diócesis, tuvo la de incrementar la obra de las vocaciones sacerdotales y eclesiales en general, la catequesis, la promoción humana y la justicia social. Dedicó tiempo a preparar la futura diócesis de San Francisco de Macorís. Entre otras obras promovió la fundación del Centro de Promoción campesina; el Seminario Menor Santo Cura de Ars; La Universidad Tecnológica del Cibao –UTECI-; el Centro Educativo para niños pobres “El Carmen”; el Hogar de Ancianos; el Monasterio de Carmelitas Contemplativas, en La Vega, el Monasterio de Monjas Cistercienses, en Jarabacoa y la nueva Catedral de La Vega.

Desarrolló un amplio trabajo de lucha comunitaria, debido a los problemas sociales creados con la explotación de las minas de ferroníquel en Bonao, de oro, en Pueblo Viejo, Cotuí, y los grandes desalojos de familias en la construcción de las presas de Hatillo, Cotuí y Rincón, La Vega. Esta labor la realizó conjuntamente con los miembros de las Asociaciones Campesinas, del Centro de Promoción Campesina y de Radio Santa María. En el archivo del Obispado de La Vega dejó varios tomos inéditos sobre esa lucha social.

Escribió valiosas y profundas obras como las siguientes: Sin dejar de cumplir con su deber pastoral dedica tiempo para escribir: Ha escrito varios libros, entre los más destacados están: “Dios y el Hombre”, escrito cuando estaba en La Vega, donde se recogen en forma de catequesis las nuevas enseñanzas del Concilio Vaticano II, respetando las verdades y normas tradicionales de la Iglesia, para así advertir y corregir las desviaciones o distorsiones de algunos sacerdotes y catequistas de entonces. Esta obra va por la tercera edición, con un total de 18 mil ejemplares.

Paz a sus restos.

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