Álex Rodríguez se destaca en el terreno de juego de una forma que pocos mortales se hubiesen atrevido a pensar.
Sus seguidores tenían un deseo de verle trillar el sendero del éxito como en sus mejores años, pero en un juicio sereno, despojado de pasiones, era muy osado proyectar que el número 13 de los Yanquis tendría hoy 10 cuadrangulares.
Fuera de eso, y no menos importante, vale la pena resaltar la madurez que ha demostrado el designado de la escuadra de rayas en episodios recientes que, de no haber manejado con astucia, le hubiesen regresado a la época en la que era el dueño de los titulares que venden: los negativos.
No hay mejor noticia que “una mala noticia” y eso Rodríguez lo ha evitado.
No mordió el anzuelo con el tema del bono de los famosos seis millones de dólares, cuando todos los medios esperaban una reacción que sirviese de chispa para que iniciara una crisis. Álex fue todo un diplomático y prefirió gozarse la ovación de pie que recibió de los parroquianos yanquistas en su gran noche de pasarle a Willie Mays, de quien atinadamente dijo que era insuperable.
Luego vino Jorge Posada, a quien honestamente no he logrado entender el porqué saltar a estas alturas de juego con una andanada contra Rodríguez y Roger Clemens.
Hay que colegir que solo busca vender su libro, pero escogió una manera con poca elegancia.
Por más que diga, Posada no es Salón de la Fama. No es como que alguno con vínculos de esteroides le ha quitado su espacio en la inmortalidad. Todo lo contrario, pienso que Álex y Clemens reunían los méritos antes de que empezaran los problemas con sustancias.
Pero Álex solo le tiró flores al otrora receptor de los Yanquis. Dijo que era su amigo.
Rodríguez está duro con el bate y fino en sus opiniones.
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