Una profunda reflexión en torno al traumático devenir del país desde la dictadura hasta la democracia es lo que podría provocar en el lector la novela “Lo que vieron las casas victorianas”, de Manuel Brugal Kunhardt, en la que el personaje central es víctima del poder en ambos modelos, brutal y sutil, pero no menos cruel, diferenciados apenas en la mera formalidad.
Ignacio Montilla Alonso es un médico puertoplateño que paga su rebeldía antitrujillista con encarcelamientos, torturas y confinamiento en un manicomio. En los tiempos que vivía fuera de las ergástulas dictatoriales se convertía en un “bajeado”, como llaman los dominicanos a las personas que no son del agrado de los gobiernos de turno.
Rosa, su compañera de toda la vida, comprende el alcoholismo al que le conduce el sufrimiento físico y existencial, pero no lo tolera tras el asesinato del dictador y el advenimiento de la “democracia”, proceso en el que hasta llegaron a ocupar la codiciada embajada parisina, tras el golpe de Estado a Bosch. Su crítica al oficialismo sigue, pese al nombramiento por el presidente Balaguer en Patrimonio Cultural, donde se entrega a la protección arquitectónica de su vieja ciudad. El “bajeado” de la dictadura lo es también de la democracia, y sucumbe asesinado en la última lucha que dio sentido a su vida: la defensa de las casas victorianas, que da título a la novela. El “desarrollo” que borró la vida de Ignacio, arrasó valores hasta degradar la vida política, no solo en Puerto Plata sino en todo el país, lo que probablemente quiere advertirnos Brugal Kunhardt en su relato conmovedor. Una crítica contundente a la mediocridad predominante. “Porque no cedió su dignidad al poder avasallador, su existencia estuvo marcada por el sufrimiento”, dice el panegirista en el cementerio. Que en la actualidad democrática existan “bajeados” por oponerse a reformas antojadizas a la Constitución, debiera estudiarse a profundidad.
