El costo del populismo en Argentina

Mauricio Macri, empresario e ingeniero civil, asumió la Presidencia de Argentina el 10 de diciembre del 2015, convirtiéndose así en el primer presidente no peronista ni radical democráticamente elegido en Argentina en los últimos cien años.

Mauricio Macri, empresario e ingeniero civil, asumió la Presidencia de Argentina el 10 de diciembre del 2015, convirtiéndose así en el primer presidente no peronista ni radical democráticamente elegido en Argentina en los últimos cien años.Macri y su equipo sabían que habían heredado un despelote de gran magnitud. El déficit de las finanzas públicas mostraba una tendencia creciente e insostenible, registrando un 7.8% del PIB si se excluyen las utilidades del Banco Central de la República de Argentina (BCRA) y del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), un fondo que fue creado por decreto en julio del 2007 cuando se dispuso el traspaso de los fondos de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) al actual sistema de reparto. Cuando se incluyen las utilidades del BCRA y FGS, el déficit baja a 5.3%, un nivel igualmente insostenible.

Para algunos, el problema fundamental tiene su origen en el exceso de personal en el sector público argentino, y en especial, por la gran cantidad de “ñoquis”, empleados públicos que cobran sin trabajar en Argentina. La realidad es que estos, según estimaciones de KPMG ascienden a 210,000, equivalente a 5.25% de los 3,995,000 empleados públicos en Argentina. El costo anual de los “ñoquis” es de 20,160 millones de pesos, equivalente a 0.37% del PIB, explicando apenas un 7% del déficit del sector público consolidado del 2015 (5.3% del PIB).

La realidad es que la mayor parte del déficit del sector público en Argentina tiene su origen en los elevados subsidios energéticos que se conceden a la población. Mientras hace diez años éstos representaban un 0.6% del PIB, el año pasado ascendieron a 3.5% del PIB, equivalente a las dos terceras partes del déficit del sector público del 2015.

El creciente déficit del sector público en la Argentina ha provocado un fuerte aumento de la deuda pública. Dado que la economía prácticamente no creció en el 2014-2015, el crecimiento de la deuda pública -en porcentaje del PIB-, prácticamente replicó la magnitud del déficit del sector público consolidado. La deuda pública pasó de 36% del PIB en el 2011 a 56.5% en el 2015.

Algunos se preguntarán cómo pudo endeudarse el Gobierno de Argentina sin tener acceso a los mercados globales. Recordemos que en el 2005 y 2010 Argentina forzó reestructuraciones o megacanjes de la deuda del Gobierno con los tenedores de bonos, las cuales permitieron canjear US$82,500 millones de bonos globales por el equivalente de US$45,800 millones en bonos par, de descuento, globales en dólares, y cuasi-par en pesos argentinos. Luego de los megacanjes forzados no había apetito para nuevos bonos argentinos. A esto se agregó la pelea con los “holdouts” o fondos buitres, tenedores de bonos globales de Argentina que no aceptaron participar en los megacanjes del 2005 y 2010.

¿A quién entonces le vendió bonos el Gobierno de Argentina para financiar su déficit? A su Banco Central. El Gobierno le entregaba bonos en dólares al BCRA a cambio de las reservas internacionales que este mantenía. Eso explica en gran parte el porqué la reservas brutas del BCRA, que sobrepasaban los US$52,000 millones a final del 2010, cayeron a US$25,563 millones a final del 2015. El BCRA no sólo financió el desorden fiscal que prevaleció a partir del 2010 prestando sus reservas al Gobierno, sino también con la transferencia de sus utilidades y la concesión de cuantiosos adelantos al sector público.

Como se puede observar, Macri heredó un gran desorden fiscal, a lo que debemos agregar, una participación insuficiente en el Poder Legislativo. Con sus aliados, apenas cuenta con 89 de los 257 diputados y 16 de los 72 senadores. En otras palabras, Macri ha recibido un regalo envenenado de su antecesora, la peronista populista Cristina Kirchner.

Desde que asumió el 10 de diciembre, Macri ha optado por jugársela. El 17 de diciembre desmanteló el llamado “cepo cambiario”, un sistema de restricciones cambiarias implantado en octubre del 2011 para detener la erosión de las reservas del BCRA. El peso argentino se depreció en 40% ese día al pasar de 9.83 a 13.76 pesos por dólar. Eliminó para la mayoría de los productos gravados y redujo de 35% a 30% para el caso de la soya, los recargos o retenciones a las exportaciones establecidos en el 2002 para compensar al fisco por las ganancias excesivas que la devaluación del peso generó a los exportadores. Eliminó los subsidios a la electricidad, lo que implicó aumentos de 300% o más en las tarifas que pagaban los usuarios beneficiados por el subsidio de 12 años establecido por el kirchnerismo. Elevó las tasas de interés para corregir las tasas reales negativas prevalecientes en los últimos tres años y contener las presiones inflacionarias y devaluatorias. Llegó a un acuerdo con los fondos buitres, lo que le permitió colocar el pasado mes de abril US$16,500 de bonos en el mercado global. Finalmente, comenzó a despedir a los “ñoquis”.

¿Sacará a Argentina del despelote sin controlar el Congreso ni la calle? Requerirá de una ingeniería social, no civil, de mucho calibre para lograrlo.

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