El eterno diluvio que ha conmocionado a la República Dominicana, se acerca a su fin. Ha causado bastantes estragos. Entre los más importantes se encuentran las más de siete mil personas todavía desplazadas, 15 provincias han sido declaradas en estado de emergencia y cinco comunidades se encuentran incomunicadas. La prioridad ahora es ayudar a las personas desplazadas, particularmente a las 338 que se encuentran en albergues. La situación que vivieron cientos de personas en Villa Isabela en Puerto Plata es desgarradora y traumática.

Entre los daños a las familias cuyas viviendas se vieron afectadas, los cultivos y la infraestructura, las consecuencias de la lluvia no terminan hoy. Pero es probable que, sin lluvia, la conversación continua sobre la misma disminuya.

Ha sido interesante escuchar las conversaciones de las personas sobre estas semanas de lluvia. Observé con atención la exasperación que mostraban algunas personas y el enojo de otras. La irritación con lo que inicialmente fueron unos pocos días de lluvia, se volvió hasta una indignación. La lluvia fue una conversación de Estado, comentada en cada rincón del país; desde la Legislatura hasta los transportistas. Desde los fruteros en las esquinas, hasta el estudiantado en aulas de clase.

Todo esto me ha hecho reflexionar, ¿qué pasaría si conversáramos sobre la violencia contra la mujer como conversamos sobre el diluvio en que se ha visto envuelto nuestro país?

Si examinamos con cuidado las estadísticas nos daremos cuenta que, así como todo el país se vio afectado de una manera u otra por las lluvias, así mismo cada persona que vive en este país guarda relación con el tema de la violencia contra la mujer… aunque mucha gente ni siquiera lo sepa. Sea como perpetradores, víctimas o relacionados de uno de los dos, todo el mundo en la República Dominicana está afectado por la violencia contra las mujeres y niñas.

Así como se vieron afectados los vehículos bajitos y los salones de belleza, así mismo millones de familias dominicanas se ven afectadas por las repercusiones patriarcales en la vida de las mujeres. ¿Dónde está la indignación por eso? ¿Dónde está la gran conversación social?

¿Nos atrevemos a imaginar qué pasaría si habláramos de la violencia contra la mujer como hablamos de la lluvia?

Cuando la gente vea en las noticias que la violencia no cesa, todo el mundo soltaría una palabra malsonante u otra: “¡¿hasta cuándo es que vamos a vivir en esto?!”. Cuando salga a la calle y se haga consciente de que probablemente en ese preciso momento a alguna mujer o niña la están violentando, la gente exigiría acción inmediata de las autoridades: “¡¿qué es lo que hay que hacer para acabar con esta situación?!” Todo el mundo se preocuparía, desde la oposición hasta las iglesias.

Durante el diluvio, la violencia no paró; cobró y traumatizó más vidas. Cercenó la vida, por ejemplo, de una muchacha llamada Thalía que estaba embarazada de ocho meses.

Un hombre, su expareja, la mandó a acuchillar y pagó para que otros cuatro hombres cometieran el crimen. También durante la conmoción de las lluvias, un hombre entró a una vivienda con una escopeta y violó a una mujer frente a su hija. Probablemente cientos de situaciones de violencia machista no llegaron ni a titulares. Esa vaguada es constante. Lamentablemente, no tiene fecha de caducidad como la advertencia de los famosos tres meses. Los golpes y las vejaciones llueven sobre las mujeres y niñas todos los días del año desde hace siglos.

¿Te indignan y te exasperan a ti también como lo hizo la lluvia? 

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