Las importaciones agropecuarias

Los gremios del sector agropecuario, por décadas la cenicienta de los sectores productivos del país, han estado muy activos reclamando una revisión del DR-CAFTA. Entienden que la liberalización de las importaciones de origen agropecuario…

Los gremios del sector agropecuario, por décadas la cenicienta de los sectores productivos del país, han estado muy activos reclamando una revisión del DR-CAFTA.
Entienden que la liberalización de las importaciones de origen agropecuario estipulada en el acuerdo, aunada a la falta de políticas públicas vigorosas y decididas que faciliten el incremento en la productividad, está teniendo como consecuencia que la producción nacional esté siendo desplazada. A esto se sumaría la falta de rigor en la observancia de las normativas nacionales, a veces por el engaño deliberado y omisión cómplice, en materias como clasificación y tratamiento comercial, que recrudecen estos impactos.

Pero, ¿qué dice la evidencia?, ¿qué dicen las estadísticas sobre el comportamiento de las importaciones agropecuarias en el país?, ¿tienen sustento los reclamos de los gremios del sector?

Una revisión del comportamiento del volumen de las importaciones para un conjunto de productos de alto peso en la producción nacional total y que podrían ser susceptibles de ser impactado por importaciones crecientes, en particular desde Estados Unidos, apoya la queja. Efectivamente, aunque no en todos, en la mayoría de los casos, las importaciones han crecido de forma significativa, la producción nacional ha visto reducir su participación en el mercado nacional, y en varios casos, la producción total ha venido declinando.

La evidencia en los productos pecuarios

Entre 2005 y 2016, las importaciones de carne de pollo en sus diferentes formas se multiplicaron por siete. En 2005 apenas superaban las 6 mil toneladas métricas, equivalentes a poco más de un 1% del consumo, pero en 2016 alcanzaron más de 34 mil toneladas. Esto equivale a cerca de un 10% del consumo total y a un 11% de la producción nacional. Según datos del Ministerio de Agricultura, en esos 10 años, la producción esencialmente se estancó.

Por su parte, entre 2005 y 2015, las importaciones de carne de cerdo se multiplicaron por 8.6, pasando desde unas 1,700 toneladas en 2005 hasta 15 mil toneladas en 2015. En 2005 satisficieron el 2% de la demanda, pero en 2015 ese porcentaje alcanzó casi 22%. El volumen de producción, por su parte, declinó en más de 20%.

En ese mismo lapso de tiempo, las importaciones de carne de res se multiplicaron por 13, aunque los volúmenes de esta última son relativamente bajos. En 2015, alcanzaron unas 8,400 toneladas, cubriendo el 4% de la demanda doméstica. En comparación, en 2005 sólo cubrió 1%. La producción total aumentó, pero solo hasta 2007. A partir de ese año, no ha crecido.

En total, el volumen de importaciones de carnes se multiplicó por 2.7 entre 2005 y 2015, y el principal país proveedor de todas ellas es, por mucho, Estados Unidos.

Por su parte, el volumen de importaciones de lácteos ha ido fluctuando de manera intensa a lo largo de los últimos 10 años. En 2015 cerró con un volumen apenas 12% superior al de 2005, y su participación en el consumo total bajó desde 34% hasta 30%. Sin embargo, el volumen de queso importado, especialmente desde Estados Unidos, se multiplicó por 2.5.

La evidencia en los productos agrícolas

En los productos agrícolas, por su parte, el balance no es tan negativo para la producción. Entre 2005 y 2015, las importaciones de arroz, el principal rubro de la agricultura dominicana, fluctuaron, pero en 2015 cerraron siendo significativamente inferiores a las observadas en 2005, reduciéndose desde 38 mil toneladas hasta 10,400 toneladas.

Sin embargo, en contraste, las de habichuelas, otro producto relevante de la agricultura, se multiplicaron por 3.4 en ese período, pasando desde unas 12 mil toneladas, hasta más de 41 mil. Casi toda la provisión de habichuelas importadas viene de Estados Unidos. En promedio en el periodo, la participación de las importaciones en el consumo total fue de 55%, y se aprecia que la producción ha sido inestable.

La mayor parte del resto de los productos agrícolas con peso elevado en la producción y consumo nacional de alimentos no enfrenta una competencia importada significativa. Se trata de musáceas, tubérculos, hortalizas y otros productos de diversos tipos.

En el caso de las importaciones de frutas, estas casi se duplicaron, pero los volúmenes son relativamente bajos y se concentran en frutas no tropicales como manzanas y uvas, que pudieran no competir directamente con la producción doméstica. Otras importaciones relevantes como las de maíz, aceites comestibles y trigo, que son de grandes volúmenes, tampoco compiten directamente con la producción nacional. Las de maíz, que son principalmente un reflejo de la producción de pollos porque es un insumo crítico, se multiplicaron por 1.46. Hasta 2013, las de trigo habían crecido en poco más de 20%, y las de aceites y grasas comestibles aumentaron un 24% entre 2005 y 2015.

El reclamo y las políticas

La evidencia estadística es contundente y deja lugar a pocas dudas de que las importaciones agropecuarias han venido desplazando la producción doméstica.

No hay que ignorar que una parte de la producción no es afectada, ya sea porque su producción se exporta, como el caso del banano y el cacao, o porque se trata de productos en los que no existen capacidades productivas y competitivas particularmente elevadas en Estados Unidos u otros proveedores.

Sin embargo, los productos potencial o efectivamente afectados por las importaciones tienen un peso lo suficientemente elevado en la producción, el empleo y los recursos agropecuarios, como para no ser ignorados.

Como se ha dicho en reiteradas ocasiones, el problema fundamental es de productividad y capacidad para competir, y por tanto, de debilidades sempiternas en las políticas de desarrollo sectorial que exploten las “potencialidades escondidas” de la agropecuaria.

La propiedad pequeña, la baja capacidad asociativa para superar algunos de los problemas de la pequeñez, la falta de estímulo y apoyo para lograr el cambio tecnológico, las restricciones crediticias, y la posición subordinada en las cadenas que conectan la producción con los mercados son barreras que hasta ahora han sido infranqueables para lograr que, en un contexto de apertura, la agropecuaria preserve y expanda sus espacios hacia donde sea posible, sin dejar de reconocer que habrá espacios que ceder.

Mientras más se dilate el país en tomar en serio este asunto, menos probabilidad habrá de que segmentos importantes de la economía rural dominicana sobrevivan, y con mayor intensidad se sentirán los reclamos por frenar las importaciones, vía última y costosa para evitar la debacle sectorial.

Si estamos en este punto en que crecen los reclamos por proteger la producción de las importaciones, es porque se hizo poco por habilitarla, para producir más y mejor y competir en mercados más abiertos.

Es probable que se haya hecho tarde, y que el país ya esté en la encrucijada entre arriesgarse a proponer enmiendas selectivas al DR-CAFTA que podrían costarle en otras áreas, pero con la esperanza de, ahora sí, “hacer lo que nunca se ha hecho”, o aceptar, sencillamente, que es el fin para una parte importante de la agricultura dominicana.

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