La ópera prima del director Raúl Camilo estará desde mañana en las carteleras de cines del país

Lo que siento por ti es una propuesta oportuna, divertida y de excelente factura. Pero, de todas las consideraciones que se le pueda tener, de las más diversas, la de mayor importancia es la que responde a una necesidad de tratar historias de personas con discapacidades, y con el respeto que lo hace.

Este filme nos trae tres historias sacadas de la vida dominicana, en las que nos acerca a niños y adolescentes de condiciones, tales como autismo y síndrome de Down.

El guion (de Giovanna Bonnelly) es bien trabajado en su estructura y así mismo va la edición rigurosa (de Gina Giudicelli y José Miguel Mejía), sin baches, y un sonido limpio. El diseño de producción (de Carlos Germán) acata la estructura bien pensada. La fotografía es conservadora y balanceada, sin disonancias (marca de Peyi Guzmán), y las actuaciones se corresponden con la dirección de las historias entrelazadas que se conciernen merecidamente.

Toda la película se corresponde con las convenciones del cine que retrata historias de discapacitados: definición de la discapacidad, inclusión social y cultural, rebate prejuicio social con respecto a portadores de discapacidades, inclusión escolar, solidaridad social y familiar, y muy especialmente, que las historias y tramas surgen de acontecimientos de la vida real. Valiéndose del melodrama –que, por cierto, está muy bien justificado– y de herramientas del drama y la comedia, el autismo y el síndrome de Down son presentados en su pluralidad ideológica, visibilizando lo que hay de específico en cada ser humano y en las más renovadas modalidades de superar limitaciones.

En ese sentido, el filme se encamina romper prejuicios, al tiempo que da sentido a la lucha por la inclusión social –un aspecto que merece toda la atención del Ministerio de Cultura, la Dgcine y, sobre todo, el apoyo a quienes trabajan con discapacitados en el arte–. El filme expone las necesidades de la vida adulta de portadores de discapacidades, como es la de vivir con independencia. Tener inclusión social y cultural es vital, pero seguido viene la cuestión de la vida adulta con autonomía –un aspecto que no abarca el filme y que suponemos (sugerimos) puede ser tema absoluto de una parte dos de Lo que siento por ti– (La inclusión laboral es posible y eso lo demostramos cuando, quien escribe, realizó teatro con sordos, ciegos y discapacitados físico-motores, entre 1978 y 1986 en RD y Brasil, que consiguió empleos para 38 discapacitados).

Entre las historias, la que se mantiene con fuerza dramática es la de Ana (Yordanka Ariosa), una madre cuyo esposo la abandona, a ella y a los hijos de ambos (Leo y Juan, dos adolescentes con autismo con una vida escolar y familiar convulsa). El tesón que pone Ana en todo, con tal de mantener un proceso de inclusión de sus hijos, se ve recompensado poco a poco, e impacta a sus vecinos del barrio, a sus colegas de trabajo, a la gente la escuela y con quien se topa en la calle. Anda calle arriba, calle abajo, con sus muchachos de las manos, grudados en su ser y respondiendo ante cualquier prejuicio, como gata boca arriba y sin pelos en la lengua para dar a cada quien su respuesta. Bellamente interpretada, Ana es nuestra, la asumimos, es la clase de mujer dominicana valiente y luchadora que queremos como madre, hermana, hija, amiga y compañera.

Hay un momento en que muestra toda su humanidad, la que oculta, su extenuación emocional, pero el director sabiamente la pone sola en un estupendo plano secuencia. Ella sabe que está sola, pero a nadie le muestra debilidad, eso se lo guarda. Otro maravilloso momento es el de Leo y Juan, en el que uno de ellos muestra esa capacidad con números (que retrotrae a la película La soledad de los números primos). Pues bien, esa subtrama justifica con fuerza a la historia particular de Ana, Leo y Juan. Es el punto culminante en que ya no los vemos más con cierto sentimiento de conmiseración.

Las otras dos historias están protagonizadas por Jorge (Frank Perozo) y Diana (Nashla Bogaert), quienes nos muestran el drama que vive una pareja que no logra concebir y que, precisamente, cuando ocurre no es lo que esperaban. La forma en que se presenta es colmada de clichés, razón por la cual sus interpretaciones no alcanzan más que un nivel aceptable. El director quiso darles fuerza, pero no había cómo, pues está cargada de escenas fatuas y redundantes. Funciona bien como pie de amigo de las anteriores.

La que completa la trilogía de historias entrelazadas es la de Carlos (Félix Germán) el papá de Luis, un adolescente con Síndrome de Down, invitado a participar en los II Juegos Latinoamericanos de Olimpíadas Especiales en a la que asisten juntos. La historia cuenta que “se produce una conexión que cambia por completo la vida de ambos”, pero sabemos que eso es parte de un proceso más largo, aunque como es representado tiene validez.

Es una película necesaria, útil. Y, sobre todo, es un filme que retrata, de cuerpo entero, que la mujer dominicana es la que carga ‘pesao’ en la sociedad patriarcal que le ha tocado.

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