Señor director. Bien lo dijo Confucio, “No importa cuán lento camines, siempre y cuando no te detengas”. No necesariamente llegan más felices los que van más deprisa y llegan primero, las prisas agotan, nos privan de la belleza de la observación y nos obligan a hacer paradas urgentes para descansar. Los que llevan menos prisas pero sin llegar a ser muy lentos, se agotan menos y siempre llevan ventaja, pues su aparente lentitud les permite apreciar el paisaje y observar mejor las delicias y bondades del camino, de esa forma mantienen el alma gozosa y su cuerpo se restaura al compás de cada pisada, mirada y bocanada de aire que entra por sus pulmones y sale agradecido a formar nuevamente parte del entorno y de las almas que habitan el sendero que transitamos.

Esta otra frase de Confucio, “Donde quiera que vayas, ve con todo tu corazón” viene a ser un complemento de la anterior.
Precisamente cuando cargamos con todo el corazón es cuando vamos gozosos, atentos y despiertos, el cansancio se siente menos y la alegría del Ser se mantiene durante todo el trayecto, por muy duro que sea. Un buen referente de esto lo es el Quijote de la Mancha, sin dudas Miguel de Cervantes usó esta filosofía de Confucio para escribir su obra maestra, en la cual nos muestra al Quijote, un hombre que saturado y atormentado por tanta teoría caballerística, sediento de acción siente el llamado a poner en práctica lo que leyó y cree firmemente que aprendió (aunque para todos simplemente enloqueció), pero lo hace con un accionar incoherente, inocente e ingenuo.

La locura irracional de este hombre racionalmente cuerdo pero poseído por una loca fantasía, atormentado, valiente y decidido, vestido con la torpeza que caracteriza a una recurrente afición (o adicción), raya en el ingenio de las fijaciones y la fantasía mentalmente abismal y en un amor obsesivo y generoso que quiere impresionar para ganar terreno en el corazón de su amada.

Esta historia no sería nada si no viviera en ella otro personaje racional, Sancho Panza, cuya lealtad salpicada de ingenuidad tras recibir falsas e ilusas promesas, y su capacidad de entendimiento de las locuras de su amo y señor, cuyo arrebatador bloqueo mental hace que contrasten de manera magistral, la demencia ilusoria y grandeza imaginativa de un hombre “letrado”, frente a la ignorancia y humildad de otro hombre quizás más demente que él desde otro punto de vista, dando como resultado una obra inmortal de la literatura universal.

Ambos personajes emprendieron su camino hacia las diferentes aventuras sin detenerse, y poniendo con vehemencia todo su corazón en ello. Un proceder bastante apropiado para cualquier tipo de acción o aventura que debamos emprender.

Estas dos frases de Confucio y las enseñanzas de Cervantes, son sabias y enriquecedoras enseñanzas que si las aplicamos siempre en nuestro andar, podemos estar seguros de que llevamos el equipaje necesario (la sabiduría ancestral) y la vestimenta adecuada (un corazón vibrante) para llegar con éxito a nuestro destino final. No es solo llegar, también disfrutarlo.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Colaboradora

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