En nuestro mundo actual a nadie le cabe duda que la ciencia y la tecnología son dos elementos indispensables para el desarrollo social y económico de las sociedades contemporáneas. De sus resultados dependen el aumento de la calidad de la vida, el desarrollo de los sectores productivos y los avances en el ámbito de la comunicación. Al tiempo la sostenibilidad de nuestra sociedad, cada vez más necesaria debe a pasar por el desarrollo de la ciencia, empezando por el cambio del paradigma económico que permita crear un modelo que no nos destruya.

Para el avance de las sociedades actuales, y en el caso que nos atañe el de República Dominicana, considerando lo anterior, el país debería definir áreas prioritarias para su desarrollo aprovechando sus potencialidades y la estructura de su economía, las cuales deben surgir de un análisis cuidadoso, donde participen investigadores, los ciudadanos y el sector público. En este sentido, las universidades dominicanas deben jugar un rol más relevante y hacer un mayor esfuerzo por hacerse más presentes y útiles para el país, y con ello hacer una mejor transferencia de su conocimiento a la sociedad para ponerlo, como es su obligación moral y ética, a disposición de ella.

La universidad debe despojarse de sus moldes conservadores y atrasados y dejar de formar jóvenes en las mismas carreras tradicionales. Ello por dos razones de peso, la primera porque el mercado está saturado de profesionales en algunas áreas y seguir formando más gente en este ámbito lo que consigue es degradar el empleo. Y la segunda, la necesidad de abrir nuevos ámbitos estudios en conocimientos más relevantes y necesarios que hagan cara a los desafíos que la sociedad contemporánea debe enfrentar. Como, por ejemplo, el acuciante caso de la crisis climática que padecemos que nos hace muy vulnerables por ser una isla, y es como si los dominicanos vivieran de espalda a esta realidad. Necesitamos expertos y profesionales que ayuden a planificar los contingentes naturales que enfrenta el país y de paso nos hagan cambiar nuestros insostenibles hábitos de consumo.

Crear una cultura de la investigación es más necesaria que nunca y nuestras universidades, tristemente, son universidades de docencia y no de investigación, como demuestra el ranking Shanghai, donde no aparece ninguna universidad dominicana, aunque tampoco del Caribe. En la actualidad, solo unas pocas empiezan el proceso de tránsito de la docencia a la investigación, pero a una velocidad que no procede y sin ser conscientes de la energía que este paso requiere y la inversión económica que ello necesita. Claro, mencionar también, que tampoco existen políticas públicas planificadas que ayuden al desarrollo de este proceso. Pongamos para ello el ejemplo de Brasil que en tan solo veinte años desarrolló unos de los más potentes sistemas científicos del continente americano y que puso a su tejido productivo en el horizonte internacional. O sin ir más lejos el ejemplo relevante de Corea del Sur, que en menos de cincuenta años pasó de tener indicadores de desarrollo equiparables a cualquier país de América Latina, a hoy día, ser uno de los referentes tecnológicos mundiales.

El crecimiento y el avance de las sociedades se logra a través del conocimiento y la formación de capital humano y para ello se debe potenciar un aparato educativo que introduzca la calidad y la exigencia como sus valores principales y que trate de articular la educación primaria, secundaria, la superior y la educación continuada. Una estructura que favorezca el pensamiento científico, cree cultura de la investigación y permita un amplio desarrollo científico y tecnológico.

Las regiones y países relativamente menos avanzados son mucho más vulnerables a las injusticias de un mundo global que no tiene piedad con quien se queda detrás. La innovación, palabra de moda que todos repiten sin cesar, es un concepto que involucra el traslado de los avances científicos tecnológicos a la sociedad en productos que se integran al comercio y a la industria, y esto es esencial para el desarrollo de cualquier país. Esta es la clave del futuro y, o República Dominicana se pone a ello, o seguiremos rezagados en el furgón de cola del mundo, exportando materias primas y seres humanos.

La investigación científica en la universidad es crucial para enfrentar los problemas estructurales de una sociedad que necesita desterrar unos patrones sociales y políticos que la encierran en un círculo cerrado de atraso y escaso progreso. Asuntos como los modelos de desarrollo económico, la creación de un modelo de desarrollo endógeno, la integración caribeña, la cooperación externa, la formación del capital humano, el comercio intra y extra regional, la más urgente que nunca transición del modelo energético, la seguridad ciudadana, la alimentaria, la igualdad de género, el reconocimiento de la diversidad cultural y la equidad e inclusión son algunos de los muchos retos que las universidades deben proponer. Es decir, no distraernos en modas pedagógicas que no funcionan y que mantiene al profesorado nacional en un nivel bajo de desinterés, como demuestran los resultados internacionales de las pruebas Pisa, y centrarnos en la urgente realidad que nos rodea y que debemos enfrentar propositivamente y con determinación.

La universidad dominicana necesita una radical transformación que fomente el desarrollo de la ciencia y su compromiso social.
No más maestros que repitan una y otra vez el conocimiento que aprendieron treinta años atrás y que nunca se molestaron en renovar. Los estímulos, la exigencia y la inversión en la formación de un cuerpo de profesores investigadores que produzcan conocimiento y lo transmitan a la sociedad son más necesarios que nunca. O será que siempre soñaremos con irnos a un país mejor porque este no tiene esperanzas. La responsabilidad es de todos, aunque hace falta un pacto nacional entre los diversos sectores de la sociedad para encarrilar un mejor destino para las nuevas generaciones.

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