Esta entidad ganó el Gran Premio Nacional a la Calidad y Reconocimiento a las Prácticas Promisorias en el Sector Público 2019

El asfixiante calor, las aguas fecales, el olor a putrefacción y la indigencia era el diario vivir de Andrés Cordero antes de los once años. Era buzo en el vertedero de Rafey, en Cienfuegos, Santiago. Él y su familia prácticamente vivían de la basura, pues su madre vendía comida ahí y sus hermanos también “trabajaban” entre toneladas de desperdicios.

“Mis hermanos y yo subíamos a ayudar a mi mamá, pero aprovechábamos para ganarnos la vida reciclando chatarra, plásticos, botellas o cartón. Era arriesgado, pero no teníamos otra opción”, recuerda Andrés, quien explica que aquellos años le tomaba llenar un fardo de esos desechos en una semana , por el cual le pagan alrededor de 350 pesos.

A pesar de que su madre vendía comida, en varias ocasiones tuvo que consumir lo que encontraba en la basura. “Habían camiones que desechaban embutidos y otros alimentos. Ya sabíamos cuáles días iban, así que estábamos pendientes. Con los refrescos, cogíamos de cada botella y los ligábamos en una sola, algunos amigos le echaban basura dentro, pero no la consumían, porque el trapo que solíamos usar para cubrirnos el rostro, colaba todo”, expresa.

Sin embargo, la vida de Andrés comenzó a cambiar cuando conoció al empresario asturiano Óscar Faes, quien, de paso en República Dominicana en el 2000, fue a la frontera con las intenciones de ir a Haití a brindar ayuda a los más necesitados. Debido al intento de golpe de Estado del presidente Jean Bertrand Aristide, Faes no lo logró.

El empresario vio tiempo después, en la prensa, una información sobre la situación que afectaba a cientos de niños que se dedicaban a “bucear” entre los desperdicios para poder subsistir.

Conmovido, el español fue hasta el lugar, y fundó la ONG Cometas de Esperanza, que al principio solo daba apoyo nutricional y de salud a alrededor de 80 infantes. Esta entidad, a escasos metros del basurero, tiene como propósito fundamental la erradicación de la explotación de los niños y adolescentes que trabajan como recolectores de desechos, integrándolos a la sociedad a través de educación integral al recibir formación en la escuela homónima.

Años después, Faes conoció a la madre de Andrés. La motivó a que lo inscribiera en la escuela, y ésta accedió. Sin embargo, a pesar de estar inscrito, Andrés iba de noche a “trabajar”, porque tenía una deuda con cabecillas en el basurero. Faes se dio cuenta, conversó con él y lo ayudó a pagar.

Otra de razón que motivó a Andrés a enfocarse en su educación y en perseguir una meta, fue cuando presenció un hecho lamentable en ese lugar, que a día de hoy, al recordarlo, le compunge. “A uno de mis amigos, que tenía 13 años, un camión recolector lo aplastó mientras éste dormía. Aquel día llovía, cuando el camión pasó sobre él, le intentaron avisar al conductor que había alguien cerca, pero fue demasiado tarde. Las ruedas habían decapitado a mi amigo Luigi”.

Andrés se integró a Cometas de Esperanza de lleno, pero el daño psicológico se convirtió en un enemigo con el que tenía que lidiar diariamente. Por dos años tuvo que irse a Altamira, con su padre, donde disfrutó un poco del campo, pero luego regresó. Óscar y los demás integrantes de la escuela lo recibieron nueva vez con entusiasmo. “Ahí comenzó la verdadera transformación de mi vida”.

“Si Cometas de Esperanza no hubiera existido, no sé qué hubiese sido de mí. Estoy agradecido, porque me han dado la oportunidad de ver que existe vida fuera de la basura, que existe algo más allá que Cienfuegos. Todos esos años de educación me han servido para crecer”, explica Andrés, hoy con 24 años, estudiante de Educación Física en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Actualmente, él trabaja como profesor en Cometas de Esperanza. “Es una forma de devolverle todo lo que hicieron por mí. Cuando trato con los niños que recibimos, me veo en ellos. Como pasé por ahí, sé cómo hablarles y motivarles para que echen hacia adelante. Para que vean que pueden cumplir sus sueños”.

Adrea Suero dirige la entidad en estos momentos. Con su entusiasmo por cambiar la realidad de las familias que viven del basurero y de Cienfuegos en general, se ha ganado el cariño de la comunidad. “Este espacio no sólo se limita a brindar la educación convencional, sino que trabajamos con la parte humana, para hacer frente al desafío de la violencia y la desigualdad que los golpea”, indica.

Cometas de Esperanza, donde reciben docencia 412 niños y niñas hoy día, cuenta con siete aulas y 15 docentes. Han tenido el respaldo de la Fundación Barceló desde el principio, que les ayudó con la compra de toda la infraestructura. Próximamente el Ministerio de Educación, que les reconoció como un Centro Educativo Modelo, reconstruirá la escuela para albergar a más niños.

La institución, que ha tenido más de 1,300 egresados, ganó el Gran Premio Nacional a la Calidad y Reconocimiento a las Prácticas Promisorias en el Sector Público 2019, además de ganar Medalla de Oro en esa misma premiación anteriormente, así como otros reconocimientos a nivel local. “Lo que caracteriza a nuestro centro es la administración por objetivos, y la gestión democrática y participativa”, subraya Suero.

Comenta que “Cometas de Esperanza tiene una matriz de logro que socializamos a principio de cada año escolar. Tiene 60 objetivos, que en conjunto debemos alcanzar. Mensualmente se realizan reuniones para ver el avance de los mismos. Esa ha sido la clave del nuestro progreso”. “Este es un grupo comprometido con darle a Cienfuegos una mejor cara, un mejor futuro, a través de los niños, de la educación.

La institución lleva a cabo operativos médicos

Cometas de Esperanza, que pertenece al Distrito Educativo 08-04, colabora con la comunidad de otras maneras. Entre ellas, a través del asfaltado de calles, operativos médicos de odontología, oftalmología, y dermatología. Igualmente con la donación de ropas para niños y también para adultos. Entre tanto, Andrea Suero señala que están trabajando en el proyecto “Ecometas”, que procura plantar alrededor del basurero plantas endémicas para embellecer y reforestar, así como la creación de colmenas para polenizar el espacio. “Es un compromiso para cuidar el ecosistema”, asegura..

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