Así como siempre he dicho que no me gusta hacer planes, tampoco me gusta cambiar mis decisiones, sobre todo, cuando asumo que ya han sido sopesadas y bien analizadas.
Odio tener que reorganizar la agenda. Ponerme a pensar en otras opciones, cuando por meses contemplé solo una opción posible.

Me enferma deshacer maletas y resignarme con permanecer en un lugar cuando ya era prácticamente un hecho que me dirigía a otro destino.

Es frustrante cambiar de parecer bajo el influjo de otros, o por una situación que ni siquiera te causa el temor o preocupación que adviertes en los demás.

Quizás porque tratas de no sucumbir y convertirte en presa de un miedo incontrolable, lo que muchas veces nos lleva a exponernos y a exponer a nuestros seres queridos.

Es triste acariciar una idea por meses, soñar con un tiempo que estabas convencido sería el más hermoso de todo el año, el espacio para recargar tus energías, para reír y descansar con libertad, un tiempo donde el reloj no sería necesario, pues la rutina y las obligaciones de todo un año, quedarían suspendidas por unas cuantas semanas y que al final, en un dos por tres, toda esa ilusión se desvaneciera.

Sé que muchas veces la obstinación nos impide pensar y ver las cosas con claridad.

Sé que cuando las personas que te aman coinciden en una cosa debes escucharlas y tomar en cuenta lo que te dicen.

Sé que por sentirnos felices cometemos muchos errores de los que no tardamos en arrepentirnos.

Sé que aunque al principio, la frustración, la rabia y la tristeza, no nos dejan ver las cosas con claridad, al final y muy a nuestro pesar la realidad nos enseñará que ciertamente muchas veces lo que vemos como un mal, termina convirtiéndose en algo beneficioso.

Quiero pensar que no siempre lo que no es ahora, no lo será
mañana.

Quiero creer que cuando puedan ser, las cosas serán, por mucho, mejores, aun con ciertos cambios en el escenario.

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