¡Pobres jueces!

Un ciclón batatero azota la “justicia” y se lo lleva todo. ¡Pobres jueces!La violencia, los abusos y el terrorismo judicial campea en nuestro maltrecho sistema de justicia. No hay seguridad, los jueces tienen temor y la sociedad…

Un ciclón batatero azota la “justicia” y se lo lleva todo. ¡Pobres jueces!

La violencia, los abusos y el terrorismo judicial campea en nuestro maltrecho sistema de justicia. No hay seguridad, los jueces tienen temor y la sociedad mira estupefacta lo sucedido, oscilando entre el miedo de la mayoría y la alegría de unos pocos.

Ante el panorama, un poder judicial corrompido –esencialmente en lo más alto-, una policía con más puntos oscuros que luz y un Ministerio Público entronizado, poderoso y abusivo (persiguen a los jueces que no les legalizan sus desafueros), los jueces se sienten solos y no reaccionan, en una coyuntura en la que deberían revelarse ante el sistema de cosas, como un solo cuerpo, y empezar a decidir conforme a derecho (y punto). Tan fácil que parece y tan difícil que resulta.

Los jueces –¡pobres jueces!-, no saben cuál será el próximo en correr la suerte del matadero disciplinario o del escarnio público y muchos, ante la desventura, descargan su ira contra “los nadie”, como bien dijera Eduardo Galeano.

Los jueces –¡pobres jueces!-, están impotentes y mudos: “¿Qué hacer? ¿Cuándo terminará esto? Dios mío, ¿qué está pasando?”, gritan a sus más íntimos.

Y, al sentirse perseguidos, no quieren ni hablar por sus celulares y temblorosos escuchan al tornado llegar y mover los cimientos sobre los que sustentas sus seguridades y sus esperanzas y no tienen como Dorothy un “sótano de los tornados” donde resguardarse. Y como en El Maravilloso Mago de Oz, andan los jueces dominicanos –los pobres jueces dominicanos-: procurando un cerebro que les diga qué hacer en esta coyuntura (Espantapájaros), un corazón que les permita sentir lo que están pasando sus semejantes jueces y los infelices a quienes imparten injusticia (Leñador de Hojalata); pero, cual León Cobarde, no tienen el valor para actuar. Cada cual piensa en sí, en sus cuentas, en su estabilidad y la de su familia y hala para su lado: sufriendo callados.

Evidentemente les faltan líderes con capacidad de convocatoria y prestigio entre sus pares, que sean capaces de llevarles tranquilidad, afirmando entre estos su deber de fallar –exclusivamente- conforme a la Constitución y las leyes sin que esto opere en su contra. Y necesitan una línea de comunicación y defensa efectiva y un Consejo del Poder Judicial equilibrado, pero es mucho pedir.

En esta crisis, como bien afirmara el genio italiano Umberto Eco, en un artículo de 2015, “surge un individualismo desenfrenado (entre los jueces) en el que nadie es ya compañero de camino de nadie (…) se pierde la certeza del derecho (la magistratura se percibe como enemiga)” (La sociedad liquida).

Al paso que van -los llevan como cerdos al matadero- si no hacen algo los jueces, si no se revelan, si no gritan sus descontentos y frustraciones y empiezan a decidir conforme a derecho, se quedarán sin defensores, mustios y solos en la frialdad de sus despachos.
Un ciclón batatero azota la “justicia” y se lo lleva todo. ¡Pobres jueces!

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