Prisioneros de la inseguridad

La sensación de inseguridad que existe actualmente en el país impacta grandemente la cotidianidad de los dominicanos incluso en áreas que muchas veces pasan desapercibidas pero que igualmente afectan su calidad de vida.

La sensación de inseguridad que existe actualmente en el país impacta grandemente la cotidianidad de los dominicanos incluso en áreas que muchas veces pasan desapercibidas pero que igualmente afectan su calidad de vida.
Por ejemplo, los padres de tantos jóvenes y adolescentes que sanamente salen a divertirse con sus amistades viven largas noches de ansiedad y desasosiego esperando la llegada de sus hijos en un país donde asesinan hasta para robar un celular. También, las mujeres que antes salían a caminar o hacer sus ejercicios al Mirador tienen que conformarse con una bicicleta estacionaria o unas vueltas en el parqueo de su casa por el miedo que sienten ante los ya cotidianos hechos de violencia que están ocurriendo a cualquier hora del día y en cualquier lugar.

Y lamentablemente, pero con sobradas razones, se ha convertido en tendencia el temor, la angustia, y el tener que conformarse con salir menos, con menos espacio, con hacer menos, a cambio de la parcial protección que ofrecen las paredes de un hogar.

El dominicano bondadoso, que se levanta temprano a trabajar, que vela por su familia a pesar de las dificultades, que educa a sus hijos aunque sea una carrera de obstáculos en medio de una sociedad corrompida que estimula los antivalores y desincentiva el cultivo de las virtudes, y que a pesar de todo lo anterior casi siempre lo hace con una sonrisa en el rostro y una actitud positiva, debería poder al menos gozar ampliamente de su libertad.

Sin embargo, dicha libertad, que constituye un derecho fundamental que debe ser garantizado por el Estado, es cercenada cada vez que como consecuencia de una inseguridad desbordada la gente debe sacrificar sus gustos y sus deseos para disminuir las probabilidades de engrosar la preocupante cifra de víctimas.

Lo peor es que los victimarios protagonistas de esta ola de violencia y delincuencia que parece crecer, además de su condición, están protegidos por un sistema procesal vergonzoso y que no disuade, encabezado por un Código que bajo el título de “garantista” ha servido en demasiados casos de comodín o “pase de salida” para muchos delincuentes que, justo por ello, se sienten muy cómodos siendo reincidentes. En cambio, las reales y potenciales víctimas se tienen que recluir en sus hogares, limitar sus actividades y convertirse en temerosos prisioneros que se amargan por la impotencia ante un statu quo que no presenta soluciones y autoridades que aún no han descifrado cuál es el mejor camino para encontrarlas.

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