Una pincelada sobre la violencia

El origen de la violencia y su incremento tiene múltiples factores, entre estos la pobreza y la exclusión social. El no tener acceso a los servicios básicos –educación, salud, transporte, deportes, diversión y un largo etcétera-, empujan a…

El origen de la violencia y su incremento tiene múltiples factores, entre estos la pobreza y la exclusión social. El no tener acceso a los servicios básicos –educación, salud, transporte, deportes, diversión y un largo etcétera-, empujan a la violencia en un círculo vicioso que aumenta de forma desmedida.

Estas faltas de oportunidades empujan a la población del interior del país a las urbes, aumentando los cordones de miseria que las circundan. Y, conjuntamente con este traslado de población en busca de mejor suerte y la falta de planificación y orientación estatal y familiar, se ha producido un aumento casi descontrolado de la población. Provocando mayores necesidades insatisfechas.

El aumento de la población no incide por sí sólo de forma directa en el aumento del crimen y la violencia. Pero es lógico que, a mayor población y a menores oportunidades, aumente la violencia y el crimen.

Por ejemplo, para el año de 1920 nuestra población era de: 894,665 personas, treinta años después, en 1950, ya teníamos: 2,135,872, para un aumento, en apenas una generación, de: 1, 241,207 almas. Es decir, más del cien por ciento.

Según el censo treinta años después, para 1981 la población era de 5,545,741 personas, también más del 100 por ciento. Y, para el 2010 ya éramos 9, 445,281.

Las soluciones que se plantean, puro populismo penal, son cambiar libertad por seguridad, por “mano dura”. De paso, les endilgan la mayor parte de la culpa a los jueces penales del país y a la normativa procesal penal. Fácil solución mediática para una compleja situación que, aun sin elementos científicos para sostenerla, encuentra muchos adeptos.

De paso, las cárceles del país –depósitos de vestigios humanos- están repletas, no cabe “ni un mandao”, y nada de esperanza de “reformar a los internos”, eso es una quimera.

Y, si bien es cierto que la violencia no es solo la física que se manifiesta en robos a mano armada a plena luz del día y cada vez con más desparpajo y temeridad, pues también hay violencia política, en el transporte, en los hogares, etcétera, no es menos cierto que en la misma (en todas sus partes o secciones), influye directa o indirectamente el Estado, el cual ha sido ineficiente en combatirla.

Evidentemente la violencia aumenta al ritmo que aumenta la población, hoy somos más dominicanos, tenemos mayor inseguridad y estamos más violentos. Andamos con miedo y, a la vez, con el cuchillo en la boca, como dice el pueblo.

En el país nadie está seguro. La violencia rompió el cordón de seguridad que rodea a las élites y no respeta lugares ni rangos. Ni los “políticos-empresarios” están seguros, que es mucho decir.

Debemos poner los pies debajo de la mesa, todos. El problema es que los políticos han desvalorizado la palabra y los acuerdos no se cumplen. Cada quien “jala” para su lado procurando ventajas políticas.

El asunto es serio.

Definitivamente, el horno no está para galleticas.

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