Dice Núñez Collado fue un conciliador a tiempo completo, no se molestaba, no peleaba y tenía una sangre apacible

isabel Guzmán
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Monseñor Agripino Núñez Collado era el sacerdote, el educador, el mediador por excelencia que vivió cercano a la gente y el fundador de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, una combinación de legados y aportes que le distinguieron y que quedan para que sea recordado por y para la historia.
Así define el ingeniero Félix García a monseñor Núñez Collado, su confesor y la persona con la que estuvo ligado durante décadas y al que acompañó en su entusiasmo por lograr la paz y la construcción de una democracia sólida para el país. “Ese era su gran norte, su gran afán. Lo llamaban y acudía, nunca se negó a participar en nada”.
Recuerda que regresó al país desde México en el año 1968 y se acercó a la Universidad Católica Madre y Maestra (UCMM) para la época, en momentos en que la ciudad y el país hervían en emoción con nuevos profesores, nuevos muchachos que llegaban al campus, mientras se hacían negociaciones para la compra de terrenos. Se aprovechó la relación que ya existía con el BID y con el esfuerzo de monseñor se consiguieron los recursos y así comienza la historia de cómo se fue formando la universidad, un orgullo para Santiago y el país, es un campus preciosísimo. Se acercó a monseñor porque quería ser profesor, pero no de planta, sino por materia, como se le llamaba para entonces, le pagaban 10 pesos por la hora, y así comenzó y aunque ya trabajaba en Envases Antillanos, en la tarde y en noche daba clases en la universidad.
Cálido y cercano
Monseñor Agripino Núñez Collado fue un hombre cálido, cercano, muy cercano y le gustaba conversar y tener amistades. Tenía un gran sentido de la responsabilidad y daba seguimiento día a día a todo los compromisos que asumía.
Núñez Collado fue profesor primero, vicerrector y tiempo después rector. Entonces eso le dio la oportunidad de ir forjando lo que se conoce como la PUCMM, que fue un grado y un reconocimiento que le hizo el Santo Padre en el Vaticano. Él fue el que paso a paso se fue granjeando esa distinción.
Lo valora como su consejero. “Me dio muchos consejos, pero recuerdo uno en especial, que era un conflicto serio que se podía presentar y él me dijo ingeniero: usted cree que vale la pena insistir en eso. Y con esas palabras me convenció de que no valía la pena. Era algo sobre lo cual teníamos razón, pero se iba a levantar una polvareda, por lo que desistimos”. Unas veces fue amigo, otras el confesor, yo le comunicaba y él me escuchaba y me sugería, me daba consejos, “por eso fue tan importante en mi vida”.
Sobre su legado, considera que Santiago le debe agradecer la universidad, su primera obra y el país le debe la mediación. “Hará falta monseñor. Creo que ustedes han escuchado cuando hay conflictos que alguien dice ahí falta un Agripino”. Espera que sus enseñanzas sirvan para diferir esas rivalidades y esas diferencias que tenemos, como él decía: “no todos son malos, pero tampoco todos son buenos”.
Como mediador siempre supo escuchar y buscar acercamiento, no solo entre religiosos, políticos, con la población, también lo hizo con el sector empresarial.

El ingeniero García recordó un caso todavía latente, como fue el de la familia Bermúdez, monseñor trató de mediar con mucha entereza, pero al final no se pudo lograr lo que las partes querían. Tenía una capacidad de trabajo enorme, lo que buscaba lo encontraba, no se escondía, no era partidista, no era político, el buscaba alternativas para que los sectores en conflicto se pusieran de acuerdo.

Recuerda con cariño cómo en el año 1995 Ecuador le otorgó el reconocimiento al mérito en la gran Cruz del Ecuador, en una actividad que se celebró en Santiago y en la que él actuaba como cónsul de esa nación.

Cree que todos los que le conocieron sienten orgullo por los logros alcanzados las veces que sirvió como mediador y recuerda el caso de cuando los empresarios discutían el código de Trabajo donde se logró un proceso, aunque no el que aspiraban.
Monseñor fue un príncipe de la iglesia, sin el título de Cardenal, “para mí lo fue, fue una injusticia que no se le diera, lo merecía”.

Sobre sus últimos días, dijo que fueron apacibles, no sufrió. Le dolía más los que estábamos alrededor, “porque cuando se está así, llega un momento que te entregas, te preocupas por los demás porque les hará falta. Siempre quedan cosas pendientes, pero un gesto extraordinario de él fue que parte de sus bienes los donó a una fundación para becas estudiantiles y ese es un bonito gesto.

Valoración
“Todos lo vamos a extrañar y lo vamos a necesitar, encontrar una persona de la entereza de monseñor es muy difícil”.

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