A la edad de once años empezó a tener pensamientos extraños, lloraba sin motivos y los comentarios negativos que sus compañeritos hacían acerca de ella le afectaba más de lo normal. A todo esto una sensación de inseguridad se fue incubando en ella.

Su estado anímico variaba constantemente y su reacción ante situaciones cotidianas era impredecible. Así fue creciendo, con una enfermedad incomprendida que por momentos exacerbaba su ánimo con “un exceso de felicidad” y en otro la hacía sentir la mujer más desdichada del mundo.

Solo ella sabía lo que pasaba en su interior. Con el pasar del tiempo su trastorno se fue agravando y fue perdiendo el interés por las cosas que le gustaban.

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Al cumplir la mayoría de edad, empezó a identificarse con las campañas de promoción de la salud mental. Recuerda el día en que leyó un mensaje que decía: “Si te sientes vacía y que tu vida no tiene sentido, busca ayuda”.

“Ahí fue cuando dije, es exactamente lo que estoy sintiendo, entonces dije dentro de mí, voy a buscar un psiquiatra, pero a escondidas, porque a la pareja que tenía en ese tiempo, mi novio, le comenté que quería buscar un psiquiatra porque estaba durmiendo más de la cuenta y él me dijo, si buscas un psiquiatra, yo no quiero estar con una loca”, narra.

Fue ahí cuando conoció la que es hoy su psiquiatra, quien la ayudó a aceptar su enfermedad y a fuerza de voluntad salió adelante. “Yo quise ser funcional y lo soy; y puedo serlo más que cualquier persona que no tiene mi condición”, afirma.

Hoy, Jeniffer tiene tres títulos universitarios: es ingeniera en sistema, licenciada en administración de empresa y psicóloga clínica. También es madre y dirige un personal importante como gerente.

Actualmente, se percibe como una mujer organizada, empática, que cuida los detalles y su imagen personal, contrario a lo que algunos pudieran creer.

“Eres tú quien debes encontrar dentro de ti tu problema, tu virtud y explotarla. Si tienes que reconstruirte, reconstrúyete. Yo me reconstruí, me costó, pero lo hice”, es el mensaje que quiere enviar a todas las personas que como ella tienen que lidiar con una condición de salud mental o un estado emocional difícil. “Yo era un edificio abandonado que decidí retomar y arreglar. He podido tener trabajos estables y salvarle la vida a muchas personas, porque se me acercan personas con conducta suicida”, (como psicóloga).

Jeniffer ha sido víctima del estigma social que rodea a los enfermos mentales. A muy corta edad se fueron manifestando en ella los síntomas de un trastorno mental que dormía en sus genes. Fue a los 20 años cuando conoció su diagnóstico: bipolaridad.

“Mi nivelador de ánimo está quemado (en palabras llanas), pero he tomado las riendas de mí, y me he estabilizado. Reconocí mi condición y con la ayuda de una profesional pude salir a flote”, dice.

Como paciente bipolar y psicóloga da testimonio de que el primer escalón en el proceso de recuperación es reconocer que existe un problema mental, así como el diabético o el hipertenso acepta su enfermedad y sigue su tratamiento, sin prejuicios, ni vergüenza.

Aceptando la enfermedad

“Llegó un momento que yo duraba hasta dos días acostada, hasta que dije, no. El diabético sabe que es diabético y se inyecta su insulina, porque yo no puedo estar medicada, ser un ejemplo para otros y ser funcional”, se cuestionó.

Está tan consciente de su condición, que identifica las señales en su cuerpo que la alertan ante alguna alteración. “Yo podré bajar un escalón, pero voy a subir dos. Lo más difícil fue levantarme de la cama el primer día”, destaca.

Religiosamente toma a diario su psicofármaco y visita su psiquiatra periódicamente a modo de monitoreo. “Yo me observo y me escucho. Cuando veo que estoy repitiendo algo varias veces, yo misma me corrijo, claro con la ayuda profesional”.

A sabiendas que su medicación, como efecto secundario, puede afectar levemente su memoria, siempre toma notas, como una herramienta auxiliar.

El bienestar emocional que siente, en ocasiones, la ha hecho creer que puede dejar el medicamento, luego reflexiona sobre su condición. “Hay un desbalance químico. Mi cerebro necesita ayuda moral, espiritual y química”, dice.

Reconoce que muchos pacientes bipolares y con otros trastornos tienen miedo de hablar de su enfermedad, producto de la estigmatización arraigada en la sociedad.

“Son conductas que hay que desmontarlas y montar conductas de misericordia y aceptación. Tú puedes salvarle la vida a una persona nada más escuchándola”. La mujer que soy ha sido construida por mis situaciones mentales, la depresión y mi bipolaridad”, sostiene.

Jeniffer está tan agradecida con la vida, que en ocasiones ha ofrecido consultas gratuitas a personas de escasos recursos. “Yo creo que te puedo cambiar el día para bien o para mal, a mí me lo han cambiado para mal, y yo he tratado de revertir eso”, cuenta.

¿Cómo se presenta la bipolaridad en alguien?

De acuerdo con lo externado por su psiquiatra, Jeniffer tiene una bipolaridad tipo I. Recuerda el día en que su paciente hizo una crisis tan severa (hace 17 años) que ameritaba internamiento y terapia electroconvulsiva (choque eléctrico) “Estaba en manía. Totalmente irritable, acelerada, no coordinaba sus ideas, dormía poco y tenía un aumento de la motricidad, se movía mucho”, describe el cuadro generado por una situación difícil, lo que los profesionales de la salud mental llaman estresor psicosocial. Destaca que el trastorno de estado de ánimo bipolar tipo I, siempre se va a caracterizar por una manía: exaltación del ánimo, del pensamiento y de movimientos, también puede sentir tristeza. Mientras en el bipolar tipo II, no se alteran los tres patrones juntos (motricidad, pensamiento y ánimo), solo uno a la vez. “A eso le llaman hipomanía, suben un poquito, pero no tanto. En la hipomanía, el paciente se ve normal, pero te hace una depresión que se quiere matar”.

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