En un acto de equidad cívica, el Gobierno dominicano acaba de reconocer los méritos de un grupo de ingenieros y arquitectos nacionales.

Emergen así al conocimiento público, acaso por vez primera, los nombres de ilustres maestros universitarios y de consagrados profesionales; todos ellos vinculados a la enseñanza y al diseño y ejecución de obras de infraestructura que enriquecen la vida de nuestro pueblo: las carreteras y los puentes, los acueductos y sistemas de tratamiento de aguas servidas, las presas y los canales de regadío, los edificios públicos y las viviendas.

En este caso, la decisión gubernamental hizo posible que los dominicanos conocieran (además de los nombres de los grandes beisbolistas, de los ‘influencers’ y los ‘comunicadores’, de los ‘reguetoneros’ y los intérpretes del género ‘urbano’) la identidad y la obra de quienes cotidianamente trabajan para elevar las condiciones de existencia de nuestra nación.

Exhorto a las autoridades a seguir este ejemplo. Son numerosos los círculos de ciudadanos que consagran su esfuerzo a la consecución del bienestar ajeno y, claro que sí, a promover la paz social. Reconozcamos también a los profesionales de la medicina, a los maestros de escuelas primarias y secundarias, a los magistrados y, ¿por qué no?, a ese tejido de pequeños y medianos empresarios, forjadores de una vasta plataforma destinada a garantizar la estabilidad económica del modelo sociopolítico dominicano.

Expresiones de agradecimiento de Pedro Delgado Malagón
Presidente Luis Abinader Corona, vicepresidenta Raquel Peña, ministro Deligne Ascención Burgos, señoras y
señores:

Una mañana de octubre, hace algo más de cincuenta y dos años, recibí de manos del Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo un título que me facultaba para ejercer profesionalmente la ingeniería civil. En pocas palabras, con ese pergamino el Rector Andrés María Aybar Nicolás me hacía legatario de una antiquísima tradición que nos devolvía a las horas del Imperio romano y sus pontífices.

Porque puente en latín se nombraba pontem, y Roma llamaba pontífices a quienes concebían y construían los puentes y viaductos en aquella vasta red de caminos imperiales que enlazaba a toda Europa con el Norte de África, el Asia Menor y la antigua Mesopotamia. Como Pontifex Maximus (o Sumo Pontífice) se identificaba también al guía de la Iglesia romana; aquel pastor de almas cuya misión era tender puentes inmateriales entre la existencia terrenal y la ignota dimensión de la vida tras la muerte.

Recuerdo con satisfacción que el estudio de la ingeniería me acercó, en su circunstancia, a eminentes profesores como Leonte Bernard Vásquez, Alfredo Manzano Bonilla, Orlando Haza del Castillo, Víctor Pizano Thomén, Ernesto Musa Saba, Reginald García Muñoz y Julio Suero Marranzini.

Más tarde, en el ejercicio facultativo estreché vínculos con notabilísimos profesionales como Pascal Santoni Vivoni, Diego de Moya Canaán, Darío Contreras Peña, Rafael Damirón Dickson, Vicente Tolentino Dipp, José Guillermo Paniagua González, Miguel Ángel Logroño DiVanna, Romeo Holguín Veras, Carlos Garrido Demorizi, César Fernández Pichardo y Alejandro Lugo Casado.

A lo largo de esos años, el destino me ofreció la oportunidad de contribuir a la consolidación de nuestra infraestructura productiva.
Como secretario de Estado de Obras Públicas pude concebir y ejecutar la ampliación y reconstrucción de la maltrecha autopista Duarte de Santo Domingo a Santiago; al mismo tiempo que levantábamos la regia infraestructura para celebrar en la capital del Cibao, en 1986, los XV Juegos Centroamericanos y del Caribe.

Luego, y ya en el ejercicio privado a través de nuestra empresa Tecnoamérica, concebimos los proyectos de ingeniería y materializamos la supervisión del extenso corredor vial de más de 300 kilómetros que ha servido de apoyo al auge turístico en la región oriental del país. Me refiero a la Autovía del Este, de Boca Chica a San Pedro de Macorís; a la Circunvalación de La Romana, a la Autopista del Coral, de La Romana a Punta Cana; al Boulevard Turístico del Este y a la carretera de Uvero Alto a Miches y Sabana de la Mar.

En los días que transcurren, seguimos extendiendo servicios profesionales a través de una plantilla que congrega sobresalientes profesionales de la ingeniería, como lo son Leonardo Borrelly, Miguel Franco Michel, Pablo Hauszler Getmann, Claudia Castellanos Villalona y Javier Zorrilla Marte.

Pero este relato parecería inconcluso si omitiera las etapas en que intervine como profesor en las universidades Autónoma de Santo Domingo y Pedro Henríquez Ureña. Durante algunos años, en esas aulas ejemplares me fue dable transmitir nociones y experiencias personales vinculadas a la ingeniería vial y a la economía del transporte. Con un destacado grupo de jóvenes, situado hoy en lugares cimeros del universo profesional, compartí aquellos períodos de fructuoso intercambio didáctico.

Por tales razones, no menos que por las figuras antes evocadas, me siento más que honrado al ofrendar este decoroso galardón a mis maestros y a los compañeros de profesión con quienes compartí en las aulas, en los gabinetes de trabajo o en los fragosos escenarios en que se materializan las obras.

Algunos de esos nombres han rendido ya su tributo a la vida, y otros todavía felizmente permanecen en el ejercicio de este noble oficio, que nos permite a los arquitectos e ingenieros pensar y construir obras y estructuras para el bienestar de los humanos.
Con todas esas presencias, imborrables en mi recuerdo, comparto este honor y agradezco, asimismo, la generosidad de quienes hicieran posible tan elevada condescendencia.

En primer término, mi gratitud por esta distinción al presidente Luis Abinader Corona, a cuya familia me unen estrechos y muy antiguos lazos de amistad. Mi reconocimiento, también, al ministro Deligne Ascención Burgos por seleccionarme para este privilegiado galardón.

Y a todos los presentes, por su contribución a esta ceremonia inolvidable, muchísimas gracias.

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