Refiere el doctor Rafael Miranda en su historia de la medicina que en la Isla de Santo Domingo desde 1666, se tienen noticias de la disentería. Se consideraba desde entonces como de las epidemias de mayor impacto ya que en los finales del siglo XVII, azotó la Isla Española con mayor efecto letal en las zonas urbanas. A principios del siglo XIX durante la invasión de Leclerc, una cantidad importante de soldados franceses cayeron por la enfermedad. Las enfermedades como la disentería han sido aliadas de las tropas dominicanas en diversas ocasiones. En los relatos del cuerpo de sanidad militar española durante el tiempo de la anexión, también se reportan bajas por la disentería. A finales del siglo XIX y en los inicios del siglo XX, se reportaron periódicamente casos de disentería que en ocasiones se tornaban en epidemias.

Uno de los momentos más nefastos para la población fue en el período posterior al ciclón de San Zenón que devastó Santo Domingo en 1930. Las condiciones terribles en que quedó la ciudad y sus alrededores fueron caldo de cultivo para brotes de diversas enfermedades como el tetános o la disentería. Se atribuye a la plaga de moscas que siguió a la gran acumulación de basuras y desperdicios la diseminación de la disentería que provocó múltiples muertes en la población. Con el desarrollo de los acueductos y la mejoría en las facilidades sanitarias así como los alcantarillados disminuyó la cantidad de casos de diversas enfermedades como la disentería. Las autoridades sanitarias fueron evolucionando rápidamente desde la creación de la Secretaría de Estado de Sanidad en 1919.

En un trabajo presentado en el congreso médico dominicano de 1933, el doctor Celio Struch relataba una importante epidemia de disentería en la zona de Higüey, que provocó gran alarma en la zona y una alta morbilidad y mortalidad. En el 1951 una gran epidemia azotó la ciudad de San Francisco de Macorís, afectando particularmente a las zonas más pobres y a los campos cercanos a la ciudad. Este brote fue particularmente grave, ya que producía la muerte de un alto porcentaje de los pacientes afectados en horas. La virulencia de este brote produjo pánico en los moradores de aquella ciudad. Los pacientes presentaban un síndrome con fiebre alta, dolor abdominal intenso y trastornos gastrointestinales. Los pacientes padecían unos cólicos tan fuertes que la población le llamaba a esa enfermedad “el dolor”. Era tal la celeridad de la enfermedad que muchos de los pacientes no llegaban a recibir tratamiento, ya que el tiempo transcurrido desde el inicio de los síntomas y la llegada de atención médica era insuficiente y los pacientes fallecían con terribles dolores y síndrome diarreico agudo.

La investigación de campo de la epidemia estuvo a cargo de los doctores Sixto Inchaustegui, Luis Ureña y Rafael Miranda, encargados por Salud Pública para atender de urgencia la situación. Esa grupo de médicos se trasladó a San Francisco de Macorís en donde se entrevistaron con el doctor Fabio Rojas, director del Hospital San Vicente de Paul y con el doctor José Asilis, quien fungía como médico sanitario provincial. Al llegar examinaron dos casos que estaban ingresados. Se realizaron cultivos, muestras de agua, análisis coprológico y se llegó a la conclusión de que el brote fue provocado por el bacilo de Shiga, que produce una forma sobreaguda de enterocolitis.

Como se ha entendido con el pasar de los años, la mejor medicina es la prevención y la educación en las medidas higiénicas sanitarias son parte esencia de ese esfuerzo. ¡Cuantas enfermedades se evitan con hervir el agua o el correcto manejo de basuras y desperdicios!

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