Eliazar llegó al Museo Horacio Vásquez con más aire del inspector Clouseau o Kojak, que de un encargado de protocolo. Cambiamos las sillas con rueditas no fuera que, en aquella tarima improvisada, fabricada con las puertas viejas, se rodara el ministro y se llevara de paso a sus acompañantes.

  • El ministro entra por aquí, se sienta y usted habla, luego visitamos el Museo. Y así fue, apareció Robertico, como cariñosamente se le llama desde sus roles infantiles en la televisión. Me saludó desde lo alto de su estatura altísima con una sinceridad y naturalidad que parece un émulo del propio presidente.

Este muchachón, grande, que se me confunde con cualquiera de mis hijos, ha elegido un método propio para dirigir tan importante ministerio sin que existan familias de apellido Médici, Borgias o Sforza.
Antes de él, la imposición, caprichos y sorderas reinaron para no hacer nada y que por suerte solo nos queda cenizas de recuerdos.

Roberto, al que hay que ponerle el Ángel, para no confundirlo con su padre, casi homónimo, recibió con humildad y agradecimiento un sencillo pergamino que lo declara visitante distinguido del Museo Horacio Vásquez de Tamboril, a donde vino a parar en su recorrido por el país recogiendo opiniones y propuestas para armar su programa cultural.

Es la primera vez que un ministro no viene a amenazar a empleados para que voten por el candidato chueco de su partido. Es la primera vez que nos oyen y ojalá que tenga el tiempo y los recursos para ejecutar las obras que son necesarias para que la Cultura deje de ser la barbaridad a la que hemos llegado por el descuido acumulado y la visión de hormigas en piyama de funcionarios, cuya existencia lo explican muy bien los sicólogos Dunning and Kruger.

Cuando Roberto llegó a la Alcaldía fue recibido por el Alcalde Anyolino con quien intercambió compromisos de cooperación, siempre para mejorar el aspecto cultural. Anyolino de su parte le mostró La Biblioteca Tomás Hernández Franco poblada de obras pictóricas del autor de estas líneas y del pintor local Tony Gómez. Allí, me cuentan, que Carlos José dio un discurso de Ministro, diría Papo, un amigo de Gaspar Hernández. Le explicó sobre el esfuerzo que hemos realizado para rescatarla y solicitó revitalizarla en libros, computadoras, personal calificado y con un buen proyector que nos permita volver al cine, aunque de vez en cuando, tal y como lo hizo en su pasado después de ser la Estación del tren que construyó el propio Horacio Vásquez, cuando fue nombrado administrador del Ferrocarril Central Dominicano y se convirtió en una máquina del tiempo para que pudiésemos viajar por numerosos países y épocas en las películas que colmaron a varias generaciones. Hoy es un espacio patrimonial y la única estación de tren, junto a la de Puerto Plata (donde está la Defensa Civil).

Antes de finalizar el acto sencillo de entrega del reconocimiento, Robertico se dirigió al público, muchos que vienen a buscar y otros, los menos que vienen a traer. De estos últimos menciono a Icelsa Collado y a Víctor Polanco filántropos tamborileños a carta cabal que nos acompañaron.

Roberto habló brevemente de su propósito de oír para luego hacer. En su discurso no hay poses, ni autoalabanzas, tampoco promesas de campaña. Hay sí un lenguaje que percibimos en sus palabras y sus gestos corporales que transmite confianza, seguridad, buenas intenciones y alguien que entiende que la Cultura sí es importante para cualquier gobierno y, quizás, esta siembra le dé cosechas al país, como nunca y , ¿quién sabe?, esta reemplace la estupidez que se instaló cuando cerramos los ojos y los libros. ¿Quién dice que los resultados de su política cultural no lo lleven de la mano de su pueblo, más arriba? ¿Quién dice que él no pueda seguir en su cartera junto a la primera mujer presidente? ¿“No verdad Raquel”?

Robertico no es un Quijote, como tampoco Pastor sea un Sancho al que se le envía a freír tusa o a cocer casabe. Pastor es una parte importante de ese ministerio que puede fortalecer “el uso de la buena palabra” con la publicación de textos para jóvenes y niños que los entusiasmen por el saber. Le hemos presentado un listado de personajes locales, cuyas biografías son necesarias y obras de autores regionales de obras agotadas.

Personalidades que acompañaron al Ministro de Cultura y al Alcalde de Tamboril.

Esperamos también, aquí en Tamboril, la realización de la segunda etapa del Museo que consiste en un Centro Cultural, una escuela de Bellas Artes con su auditorium y aulas para pintura, las que hasta el momento hacemos al aire libre debajo de un samán; clases de música que bien pudieran impartirse, mientras tanto, en la Biblioteca, claro, con previo acuerdo mutuo entre el Ministerio y la Alcaldía.

Y, Pastor, podría dedicarle una feria del libro a Tomás Hernández Franco, sin hacerle caso a la cantaleta habitual de chantaje e hipocresía de que fue un escritor de Trujillo y bla, bla, bla…

Al final nos trasladamos a 1930, hablamos con Don Horacio, cuya estatura facilitó la conversación con Robertico. Él le contó sobre cómo Abelardo Rodríguez Urdaneta lo convenció de aquel imponente retrato que está en la sala, cómo consiguió aquel lavamanos en porcelana fina, y cómo hizo para derrocar a Lilís y a Juan Isidro, “ese bolo de la porra”. Le mostró con orgullo la banda presidencial, el busto cuyo autor borró y, su legado de 40 mil y pico de pesitos.

Roberto y yo oíamos atentamente mientras que Pastor se había quedado en el cuarto de los rezos con Doña Trina, quizás calculando la reedición de su obra literaria completa.

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