Ningún hombre puede contar dos veces la misma historia. Nunca es la misma historia. Y también puede ser aburrida y mentirosa. Casi siempre, además, la cuentan desde arriba: El general ganó la batalla. Aníbal cruzó los Alpes… Lo más probable es que a Aníbal lo cruzaron y que la batalla se ganó a pesar del general. Puro cuento. La historia, originalmente, es puro cuento, pura imaginación. No lo digo en sentido despectivo. Una parte de la mejor historia antigua es literatura, una recreación y reconstrucción literaria de los hechos. Lo más sabroso de la historia son las mentiras.

Los grandes historiadores griegos y romanos la sazonaban con cuentos y con chismes, y no se negaban a introducir diosas y dioses en sus relatos. La intervención divina de dioses y diosas que fabricaban guerras y se mezclaban y copulaban con humanos lo explicaba todo. Con Suetonio, el romano, y su libro sobre la vida escandalosa de los césares el chisme alcanza categoría histórica. La historia de Suetonio es puro morbo, delectación morbosa. Julio César se convierte, a partir de Suetonio, en «marido de todas la mujeres y mujer de todos los maridos». Plutarco, el griego, es más comedido y discreto. De hecho, cualquiera es más comedido y discreto que Suetonio.

Lo cierto es que la historia de aquellos tiempos pasados no sería lo mismo sin la imaginación que llena los vacíos, sin la reinvención de los personajes y los hechos, sin adornos literarios.

El primer encuentro entre Julio César y Cleopatra, por ejemplo, sería muy aburrido si el historiador fuese un sicorrígido. Julio César se encontraba en aquel palacio de Alejandría (año 48 AC) y la manda a buscar o quizás es Cleopatra quien toma la iniciativa. De modo que allí se encuentran y hablan de política por largas horas y quizás nunca se atraen ni cometen relaciones sexuales ni tienen un hijo que se llamaría Cesarión.

La versión de Plutarco es más condimentada e interesante. Entre Cleopatra VII y su hermano consorte Ptolomeo XIII había una querella dinástica y se odiaban cordialmente. Cleopatra se juega la vida en el encuentro y hace que la envuelvan en unas telas o un saco de dormir para entrar desapercibida al palacio. De acuerdo con una versión más sofisticada se hizo envolver desnuda en una fina alfombra y así la vio por primera vez Julio César. Probablemente se le aflojaron las piernas, comenzaría a babear, a balbucear, a tener malos pensamientos. Sentiría quizás un deseo irreprimible de hacer malas palabras. Todo es posible…

Lo cierto es que a Cleopatra, a la Cleopatra de Plutarco, no le hacía falta encuerarse para llamar la atención y despertar la libido. Nadie sabe como era físicamente, pero era una encantadora de serpientes y desde que abría la boca, según lo que dice Plutarco, empezaba a embrujar al auditorio:

«Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje. Platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía mil… ».

La efigie de Cleopatra en una moneda del año 32 AC no es, en efecto, la de una mujer bonita. Los gobernantes de Egipto en esa época eran griegos macedonios, pero Cleopatra no era un modelo de belleza helénica. Su nariz no era la nariz que había celebrado Blas Pascal cuando dijo: «Si Cleopatra hubiera tenido una nariz más corta hubiera cambiado la faz del mundo». Pascal quería al parecer significar que hubiera sido menos seductora y no hubiera conquistado a César y Marco Antonio ni provocado tan sangrientos conflictos entre Egipto y Roma.

«Aquella no era precisamente una nariz rectilínea y delicada: no se desprendía del rostro como un apéndice grácil ni tenía la sutileza de las grandes narices, ni era por sí sola un rasgo de hermosura y de poder. Le faltaba elegancia y le faltaba clase, estilo, y le sobraban a cambio dureza y, en cierto modo, vulgaridad. La naricita más famosa de todos los tiempos no era el perfecto monumento al que se ha rendido tributo desde la antigüedad hasta nuestro tiempo. Todo apunta a que Cleopatra estaba lejos de lucir semejante don». (El Periódico de Aragón, https://share.google/btWQFlKJzXse6ycEL).

Además, según los entendidos, Cleopatra tenía bocio, un agrandamiento de la tiroides que puede manifestarse como un bulto visible en el cuello.

De cualquier manera, con los pocos o muchos encantos que tenía conquistó a Julio César y conquistó a Marco Antonio, con lo que provocó sin querer su propia ruina. Lo de César fue pasajero, pero no lo de Marco Antonio. En la tragedia de Shakespeare («Antonio y Cleopatra»), Marco Antonio está tan enamorado que no parece tener voluntad propia. Cleopatra, como se dice en mexicano, «lo trae cacheteando las banquetas». Borracho de amor:

«Entran DEMETRIO y FILÓN.
»FILÓN

»Sí, pero este loco amor de nuestro general / desborda el límite. Esos ojos risueños, / que sobre filas guerreras llameaban / como Marte acorazado, dirigen/ el servicio y devoción de su mirar / hacia una tez morena. Su aguerrido pecho, / que en la furia del combate reventaba / las hebillas de su cota, reniega de su temple / y es ahora el fuelle y abanico / que enfría los ardores de una egipcia».
»Clarines. Entran ANTONIO, CLEOPATRA con sus damas [CARMIA y EIRA], el séquito y eunucos abanicándola.

Mira, ahí vienen. / Presta atención y verás / al tercer pilar del mundo transformado / en juguete de una golfa. Fíjate bien..

»CLEOPATRA. »Si de veras es amor, dime cuánto.
»ANTONIO
»Mezquino es el amor que se calcula.
»CLEOPATRA.
»Mediré la distancia de tu amor.
»ANTONIO
Entonces busca cielo nuevo y tierra nueva».

Lo cierto es que Cleopatra fue una víctima de la celebridad. Ninguna otra mujer rivaliza con ella en este aspecto. Por eso hay tantas versiones de Cleopatra. Fueron principalmente los romanos los que más contribuyeron a deconstruir su imagen. La llamaron de mil maneras despectivas, groseras. Casi la convirtieron en prostituta, en una peligrosa e insidiosa embaucadora. Una promiscua.

Cleopatra, en cambio, parece haber sido una mujer de recio carácter, con una gran personalidad y una sólida formación humanista. Escribió libros que se perdieron en el incendio de la biblioteca de Alejandría y hablaba numerosos idiomas. Fue una de las pocas o quizás la única monarca griega de Egipcio que hablaba su lengua, sabía interpretar jeroglíficos y conocía los idiomas de partos y hebreos y de los romanos y los persas, incluso los de los etíopes y de los árabes. Era una intelectual, una erudita y era además una científica, una investigadora que poseía conocimientos avanzados de química, medicina, toxicología… Esa es otra Cleopatra, quizás la más auténtica de todas. Una Leonarda de Egipto.

Posted in Cultura, Gente

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas