¿Qué nos cuesta preguntar?

Cuando queremos llegar a algún lugar, al que nunca antes hemos ido, preguntamos, antes a cualquier persona que encontrábamos en el camino, hoy consultamos en Google Maps. El GPS nos lleva derechito a donde quiera que queramos. Un “location”…

Cuando queremos llegar a algún lugar, al que nunca antes hemos ido, preguntamos, antes a cualquier persona que encontrábamos en el camino, hoy consultamos en Google Maps. El GPS nos lleva derechito a donde quiera que queramos. Un “location” nos dice dónde se encuentra la persona a la que buscamos. La tecnología lo ha cambiado todo.

Sin embargo, y a pesar del impacto de las redes sociales y de que las personas cuelgan todo lo que hacen, donde van, lo que comen, compran, sus cambios de trabajo y residencia, sus viaje, el inicio y fin de sus relaciones amorosas, en fin, todo lo que se entiende es de interés personal, para saber a ciencia cierta lo que es verdad y lo que no, sobre la vida de una persona, la manera más expedita es preguntarle a esa persona.

Es tan común como increíble, que terceros se sientan en la capacidad plena de hablar de las intimidades de otros y asegurar lo que ha sucedido en torno a un ser humano porque lo suponen o por darle pábulo a los comentarios de otro que a su vez se está haciendo eco de un rumor, producto muchas veces de la mala intención, del odio y el resentimiento.

¿Qué tan difícil es confirmar un dato, sin tener que echar tierra sobre la honra de nuestros semejantes? Lo malo es que en muchos casos, esos rumores que se vierten sobre algunas personas, en nada perjudican o benefician a aquel que sin confirmarlo se erige en difusor de esa “información”. Lo afirman de manera categórica, como si hubiesen sido testigos presenciales.

Tan seguros están de sus afirmaciones que aun con múltiples elementos probatorios que desmontan sus argumentos, continúan afirmándolo y demeritan cualquier cosa que demuestre la falsedad de sus conceptos.

Existen casos extremos de aquellos que sienten saber de nosotros más que nosotros mismos, aquellos que hablan de nuestras vidas y milagros, como si convivieran con nosotros bajo el mismo techo.

Cuando nos convertimos en difusores de noticias falsas, nos convertimos también en mentirosos, incurrimos en la calumnia, sin darnos cuenta nos aliamos con aquellos que “tiran la bola” para dañar a otro a quien odian. Difundimos sus mentiras y terminamos ayudándolos a lastimar a alguien que a veces ni conocemos. 

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