“Los amores y los odios de un pueblo se fundan, no sobre juicios, sino sobre recuerdos, temores y fantasmas”.

André Maurois

“… es necesario que se consagre la alternabilidad en el poder y, por tanto, que el principio de la no reelección sea incorporado a los preceptos constitucionales”.

Antonio Guzmán Fernández Al juramentarse como Presidente de la República.

Finalmente, después de tres meses de angustia, el escenario quedó preparado para el solemne acto de instalación del nuevo Presidente Constitucional de la República. Con la proclamación de Guzmán a asemanas antes como mandatario electo y la aceptación del presidente saliente de éste veredicto, tras dos meses y medio de impugnación y esfuerzo estéril por preservar el cargo, el camino estaba allanado para que el hacendado de 67 años se hiciera cargo de los destinos nacionales y condujera al país por los nuevos cauces de libertad y progreso prometidos. De forma alguna había sido un trayecto fácil. La nación estaba exhausta y los ímpetus apagados. De los gritos de protestas por el insólito fallo de la JCE, que la prensa y los líderes nacionales habían satanizado y satirizado calificándolo como “histórico”, no por que tuviera en realidad un sentido patriótico, sino porque a pesar de todas las objeciones había conducido a una salida, obviamente alcanzada en una mesa de negociación política de la que se carecían de informes, apenas se escuchaban ya lejanos ecos.

Balaguer se había rendido finalmente a la realidad y aceptado el triunfo de su contendor. Una vez proclamado como Presidente electo, Balaguer le abrió por vez primera las puertas del Palacio Nacional, donde le recibió , otorgándole después, el 15 de agosto, la mayor de las condecoraciones, la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, en el grado Gran Cruz Placa de Oro, la más alta distinción, reservada a premiar los mejores servicios a la patria. Toda la prensa y la sociedad civil saludaron el final de la crisis como un buen augurio, el nacimiento de un nuevo sol, radiante y esperanzador. Los agravios parecían ir quedando atrás. Antes de su proclamación oficial y, por supuesto, antes de que se le autorizara a visitar como Presidente electo los cuarteles, a petición de Guzmán , Balaguer arregló lo que apenas unas semanas atrás hubiera lucido imposible : una reunión entre el próximo mandatario y la jerarquía militar, los hombres de uniforme con estrellas en sus charreteras que durante meses hicieron lo indecible para evitar la exaltación de aquel hacendado próspero, a quien tildaban de un “izquierdista radical indigno de confianza” para ejercer el cargo, a la máxima jefatura de la nación.

La reunión se dio finalmente en la sede de la Secretaría de las Fuerzas Armadas una mañana soleada de comienzos de agosto. Con la sóla compañía de su hija y yerno, y los dirigentes de su partido Secundino Gil Morales y Lorenzo Sánchez Baret, Guzmán acudió a la cita. Reinaba una gran expectación. Decenas de periodistas, locales y extranjeros, tuvieron que esperar fuera del recinto. El presidente electo entró sólo, sin ninguna compañía o testigo, a la sala donde estaba congregado todo el alto mando militar, unos veinte generales y oficiales de la más alta graduación de todas las ramas de las Fuerzas armadas del país. Al cabo de aproximadamente una hora, Guzmán abandonó el salón sonriente. Su figura erguida parecía elevarse sobre la de todos aquellos generales que veían próximo el fin de sus carreras militares. Con paso firme abordó su auto junto a sus acompañantes y se detuvo voluntariamente a la entrada del recinto para saludar a la prensa. No esperó la primera pregunta : “ Quiero informarles a toda la opinión pública nacional e internacional que acabo de sostener una reunión extraordinaria con los principales mandos militares de la nación y que estos, al unísono, como un sólo hombre, me han manifestado su compromiso de mantener su respaldo incondicional al poder civil en la persona del próximo Presidente de la República, tal como lo consagran la Constitución y las leyes”. Minutos más tarde, ya con el vehículo otra vez en movimiento, Sonia, su hija, le preguntó si en verdad los militares le habían garantizado su apoyo. –¡ Eso hubiera querido haberles escuchado decir. Pero que los desmienten ellos ahora ! , dijo Guzmán, mientras extraía una hoja arrugada de uno de los bolsillos de su chaqueta. La releyó, estrujó dentro de su puño derecho hasta reducirla a una pequeña bola de papel que luego desmenuzó con sus propias manos. Sonia le preguntó de qué se trataba. Era, le dijo, el pliego de demandas y condiciones que los generales le habían entregado momentos antes.

Esta anécdota refleja el carácter firme que poseía Guzmán y su habilidad , de la que diera muchas muestras públicas ya como Presidente, para manejarse en el difícil ámbito militar dominicano. Una de sus primeras medidas, el mismo día de su instalación, fue la de poner en retiro, de un sólo plumazo, a dieciséis de los generales más comprometidos con el régimen balaguerista. Medidas como esa le merecieron el sobrenombre de “Mano de Piedra” entre la gente del pueblo. El 15 de agosto, último día de la administración de Balaguer, se desenvolvió como un día normal. No hubo la afluencia ordinaria de buscones a las oficinas del Palacio Nacional, pero el Presidente saliente y sus principales colaboradores acudieron como de costumbre a sus despachos oficiales.

Balaguer llegó a media mañana, firmó algunos decretos atendiendo peticiones de entidades religiosas y organizaciones benéficas y dedicó un tiempo para arreglar sus cosas particulares. Retiró retratos de sus padres que le habían acompañado durante los doce años que había ocupado el despacho, registró cuidadosamente las gavetas del escritorio con la ayuda de su secretario Bello Andino y todavía le sobró tiempo para algunas entrevistas con colaboradores que venían a despedirse. Como siempre hizo durante más de una década, regresó en las primeras horas de la noche y permaneció allí hasta el final de la jornada , imperturbable y sonriente, exhibiendo un envidiable sentido del humor, riendo a costa de bromas de aquellos a quien permitió compartir sus últimos minutos como el jefe de la nación y haciendo incluso él mismo algunos chistes. Una monja a cuya institución concedió una propiedad estatal, un comentarista de televisión que fue su colaborador después de haberle combatido despiadadamente durante años, y un periodista de 32 años, fueron los últimos, fuera de su círculo íntimo, con los que conversó esa noche. Cinco minutos antes de que las manecillas del reloj que colgaba de una de las paredes de su despacho marcara las doce de la noche, el final del día 15 de agosto de 1978, el Presidente hizo sonar el timbre con que solía llamar a su secretario particular Bello Andino y le dijo al jefe de su escolta militar que había llegado justo el momento de retirarse. Bajó el ascensor privado del despacho presidencial y abordó su vehículo privado, el mismo que siempre usaba para el cumplimiento de todas sus tareas oficiales. Seguido apenas por otro vehículo, sin la habitual protección, abandonó el recinto sin echar siquiera una mirada atrás.

Las últimas luces de la lujosa edificación, construida por el dictador Trujillo a mediados de los años 40, se apagaron y el inmueble quedó sumido en la oscuridad. El oficial de guardia en la entrada norte del recinto presidencial, que solía usar el mandatario que esa noche cesaba en sus funciones, chequeó en su reloj de pulsera la hora de salida del que hasta ese momento había sido su comandante en jefe. Eran exactamente las doce de la noche (24 :00). Aquel hombre había cumplido así su promesa solemne de no permanecer un minuto en la Presidencia más allá del plazo para el cual había resultado reelecto cuatro años antes. Su sentido de la exactitud adquiría asimismo dimensiones extraordinarias. Tampoco había permanecido allí, sentado en la que él había bautizado irónicamente como la “ silla de alfileres”, en la que todo el mundo quería sentarse, un minuto menos del que le correspondía. —ooo—- El acto de juramentación comenzó como estaba previsto a media mañana. Balaguer, ataviado con su viejo frac, se despojó con el auxilio de un ayudante de la banda tricolor que llevaba prendida alrededor de su pecho. Cumpliendo el ritual para ocasiones como aquella, el ujier impuso al nuevo Presidente la banda que éste había mandado a confeccionar para aquel momento memorable. La multitud que atestaba la sala de la Asamblea Nacional estalló en aplausos. El presidente del Congreso, un reformista, en virtud de la mayoría que el “fallo histórico”, otorgara al partido del ejecutivo saliente, tomó el juramento de rigor a Guzmán y a seguidas leyó un discurso de salutación al nuevo mandatario. Visiblemente emocionado, dirigiendo su vivaz mirada hacia el ángulo de la sala donde se sentaban los dignatarios extranjeros invitados y los miembros del cuerpo diplomático, el Presidente Guzmán inició el discurso con el que , literalmente, la nación dominicana ponía fin a un largo periodo de doce años de duras luchas políticas y de crecimiento económico con el que había superado años de inestabilidad y cruentas confrontaciones y daba paso a una nueva fase de transición en su largo recorrido por sentar las bases de una democracia confiable.

El extenso discurso de juramentación pretendía ser a la vez una amonestación y una invitación a la concordia al líder a quien reemplazaba. “ Hace exactamente cien años que se realizó la última transmisión del mando presidencial de un candidato perdedor a uno ganador, cuando en el año 1878, el presidente Cesáreo Guillermo le entregó el poder a Ignacio María González”, dijo . “Este hecho demuestra la gran significación que para el afianzamiento de la democracia en nuestro pueblo tiene esta toma de posesión, ya que después de un siglo de accidentada historia política, caracterizada por la debilidad de nuestras instituciones, con este solemne acto se abren hermosas y promisorias perspectivas para nuestro orden institucional”. La experiencia que comenzaba a vivir la nación, con aquel acontecimiento trascendental, debía servir para reforzar la fe de los dominicanos en la democracia. La verdad era que el pueblo había atravesado por momentos de “gran escepticismo”, frente al ejercicio de gobiernos “esencialmente negadores de los principios que sirven de base a nuestro ordenamiento social”. Esta reflexión constituia la primera reprimenda contra el hombre que acababa de entregar el emblema del poder y asistía allí, estoicamente, al juicio moral de su gestión. La frase siguiente no dejaba lugar a dudas sobre el tono general del discurso. “ Hoy ese pueblo es espectador de una ceremonia que significa que la soberana voluntad popular ha sido respetada, por lo menos en mucho de lo que es fundamental”.

Su esperanza ahora era que Dios le ayudara para que en el futuro “ las periódicas consultas electorales constituyan acontecimientos normales en la vida de la nación, sin alterar en lo más mínimo las actividades” del país, como evidentemente ocurriera con el proceso en el que él resultó electo. Con todo, de los tres meses de angustia que siguieron a las accidentadas elecciones pasadas, podían extraerse lecciones positivas, ya que “ hemos dado un ejemplo a los pueblos hermanos de que con tesón, patriotismo, optimismo, y solidaridad, se puede salvar la democracia”. Desde esa perspectiva, cobraba significado la presencia “ prestigiosa” de los jefes de Estado y de misiones especiales y otros invitados extranjeros que asistían allí esa mañana a la nueva cita dominicana con su historia. Y aunque entendía que el juicio de los hombres y los hechos relativos al proceso eleccionario quedaba para la posteridad, dijo que luego del clima de “relativa tranquilidad” en que se desenvolvieron las actividades de los partidos, la situación entró en una fase de polarización entre su partido y el Reformista. “Los dominicanos tuvieron entonces la oportunidad de presenciar cómo el Partido Reformista utilizó de una manera inescrupulosa, todos los recursos del Estado en su afán de continuar al frente de la cosa pública”, sentenció, volteando la cara hacia Balaguer sentado a su lado izquierdo. Frente a ese patético ejemplo de descomposición, del otro lado, “ resplandecían el esfuerzo, la honestidad y el espíritu de sacrificio y la mística” del PRD, denominado “ a justo título, el partido de la esperanza nacional”. Las triquiñuelas de su rival no mermaron nunca su fe en la victoria. Una victoria alcanzada con grandes esfuerzos, “por el apoyo de la gran mayoría del pueblo dominicano”, que se había tratado de empañar acusando a su partido de haber cometido un fraude. Y señalando de nuevo con la mirada a su antecesor, dijo con tono enérgico y tajante : “ ¡ A qué persona sensata se le puede ocurrir que un partido que desde el año 1963 estaba en la oposición tenía medios y los recursos para cometer fraude en un proceso electoral !”. Guzmán dijo que esas acusaciones injustas sirvieron de base para hacerle un último despojo al PRD. “Este argumento sirvió de pretexto para la inconstitucional decisión del máximo tribunal electoral, mediante la cual, gracias a unos cálculos matemáticos arbitrarios, y a una caprichosa asignación de votos no emitidos, se despojó al Partido Revolucionario Dominicano de las senadurías de las provincias de Bahoruco, La Altagracia, María Trinidad Sánchez y El Seibo”. El procedimiento, “desafortunado”, a su juicio, utilizado para llevar a cabo ese despojo consistió en la adición de un porcentaje de los no votantes al Partido Reformista, que obtuvo de esa manera, explicó el Presidente mirando esta vez al ángulo del salón donde estaban sentados los delegados internacionales, “la mayoría en esas provincias, a pesar de que los votos que se depositaron en las urnas le habían dado el triunfo a los candidatos del Partido Revolucionario Dominicano”.

Esa irregularidad, que de todas formas su partido y él mismo aceptaron como una salida a la crisis, fomentó un delicado ambiente de inseguridad nacional. “La situación de desasosiego creada por las impugnaciones masivas del partido que hoy pasa a la oposición, generó unos días de recesión económica con repercusiones negativas para el futuro inmediato del país. Debemos sentirnos satisfechos , pues supimos superar, con gran espíritu cívico, los escollos que surgían para entorpecer el afianzamiento de la democracia en nuestro país”. Quedaría aún mucho por escuchar al pequeño hombre hundido en el sillón de respaldo alto, que habría sido el responsable directo de todas aquellas travesuras políticas. La instalación de Guzmán, en su propia y personal valoración del acontecimiento, constituia un paso de avance en el campo moral muy importante. “ Es indiscutible, y esto lo digo sin ánimo de acusar a nadie, que en nuestro país se ha vivido en los últimos años una grave crisis moral e institucional. Esta situación ha generado como máximo exponente, la enorme corrupción administrativa que el propio Gobierno saliente ha tenido el valor de reconocer”. El nuevo presidente tocaba de este modo uno de los puntos más sensibles de la administración anterior. En una ocasión el mismo Balaguer abordó en público el tema exculpándose de toda responsabilidad directa. “ La corrupción”, había dicho, “ se detiene a las puertas de mi despacho”. Tan ligera explicación de una cuestión grave y sensitiva tenía muchas lecturas. El hecho que la permitiera deteniéndola sólo cuando llegaba ante él, decían sus opositores, era una admisión táctica y desconsoladora del grado de impunidad que se había alcanzado y, por supuesto, del nivel de influencia de los funcionarios corruptos.

De manera que al abordarlo de una forma tan franca aunque breve en su discurso de inauguración ante la Asamblea Nacional, sin que aquel pudiera rebatirle, Guzmán estaba hiriendo a su adversario en su lado más sensible. “ Ha llegado el momento de que los hombres vuelvan a ser premiados por su dedicación al trabajo, por su vocación de servicio a la patria y a sus conciudadanos, y no por los frutos de su afán de lucro o por su habilidad para hacer engrosar su capital privado con fondos del Erario Público o con el tráfico de influencia que da el poder”. Era otro dardo contra el vencido. Guzmán, sin embargo, hizo galas de una desconocida destreza para mezclar ataques con ramos de olivo, que al final, a pesar de las duras referencias iniciales, convirtieron su mensaje inaugural a la nación en una invitación a la unidad y a la colaboración mutua. No sin antes, criticar muy severamente la acción de su antecesor en el área de las ejecuciones económicas y sociales. A causa de las políticas aplicadas por Balaguer en esas áreas, encontraba un país en muy malas condiciones, con graves problemas ocasionados por crecientes demandas de una inmensa población cada vez más empobrecida y famélica. Al referirse a ese aspecto de la crisis, dijo : “ En cuanto a nuestra economía, es justo reconocer que ha gozado de años de bonanza en el pasado reciente, especialmente debido a los altos precios del azúcar, del café, del cacao y del oro. Los altos ingresos que estas exportaciones generaron para el fisco, y las divisas obtenidas, fueron utilizados, principalmente, para financiar grandes inversiones en infraestructura urbana y rural y para el embellecimiento de algunas ciudades, pero se descuidaron las propias empresas del Estado, tales como el Consejo Estatal del Azúcar, la Corporación Dominicana de Electricidad y otras de la Corporación de Empresas Estatales”. No podía ignorarse que el país , durante varios años, logró altas tasas de crecimiento económico, admitía el Presidente, y que el sector privado respondió a los incentivos tanto fiscales como de financiamiento creados para orientar la inversión hacia determinados sectores, proceso que había ayudado a expandir una clase media sobre la cual descansaba ahora el desarrollo futuro del país. Sin embargo, se quejaba el Presidente, este crecimiento se había realizado a costa y en detrimento de los sectores de menos ingresos, como lo demostraba el congelamiento de los salarios, el descuido de los servicios públicos, tales como salud, educación y seguro social ; a la ausencia de mantenimiento de las obras públicas y al abandono de la gente del campo.

La aplicación de políticas agrícolas incorrectas estancaron además la producción y promovían la escasez de alimentos y la oferta de materias primas agrícolas. Balaguer era también responsable del desorden administrativo ocasionado por la excesiva concentración de las decisiones oficiales, lo que generaba también una “falta de coordinación de política económica” entre las instituciones y los organismos que inciden sobre el acontecer dominicano. A partir de aquel momento todo eso comenzaría a cambiar. El presidente achacaba a las viejas prácticas gubernamentales el hecho de que desde 1975 el crecimiento de la economía se tornara lento, sin aumentos significativos en la capacidad de demanda del mercado doméstico, con reducciones de los precios de los principales renglones de exportación, con la única excepción del oro, al ser menos eficiente el gobierno “ como administrador de la cosa pública”. En vista de todo ello, el esfuerzo principal del nuevo gobierno, prometía Guzmán, estaría dirigido desde un principio al logro de una “verdadera institucionalidad”, para lo cual se hacía imprescindible consagrar la alternabilidad en el poder. Esto significaba un cambio dramático en la escena política : impedir la reelección. Si se mantenía fiel a esta promesa, la posibilidad de que un jefe del Estado permaneciera más de cuatro años consecutivos en el poder no perturbaría jamás los futuros procesos electorales dominicanos. Guzmán abogó porque ese principio sea incorporado a los preceptos constitucionales. Existían por supuesto otras tareas fundamentales, que tras doce años de administración balaguerista habían quedado pasmadas. Una de ellas tenía que ver con la justicia y su necesaria modernización y adecentamiento. “Prestigiosas voces se han elevado”, dijo, “ reclamando la creación de la carrera judicial, el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de los servidores judiciales, la inamovilidad de los jueces y la verdadera independencia de nuestra judicatura en sus actuaciones. Comparto plenamente ese reclamo, el cual tendría que ser complementado con la realización de una reforma de nuestro sistema penitenciario”. El presidente reconocía la importancia de la cuota del poder que Balaguer se había reservado para sí mediante la aplicación del llamado “fallo histórico”, que le otorgó la mayoría en el Senado. “ De conformidad con nuestras disposiciones constitucionales”, señaló enfáticamente el presidente, “ corresponde al Poder Ejecutivo el nombramiento del personal auxiliar de la justicia, pero la grave responsabilidad de nombrar los jueces de nuestros tribunales le corresponde al Senado”. Guzmán volvió a dirigir la mirada al mandatario saliente al expresar a seguidas : “ Esto significa que sólo podremos contar con una judicatura realmente ejemplar si sus miembros son designados atendiendo a razones de probidad, de competencia y de honestidad”.

Esta breve frase presidencial ponía ahora en claro a muchos dominicanos la relevancia política del fallo electoral, que mediante una fórmula no contemplada en la ley modificó la composición del Senado de la República para concederle al Partido Reformista el control amplio de la más importante de las dos cámaras del Congreso, sin haber conseguido el número de votos suficientes. Balaguer dejaba el puesto que ocupara durante tres periodos consecutivos con un dominio efectivo de todos sus resortes. Guzmán, su sucesor, llegaba con un caudal de votos mayor, sin la movilidad que disfrutara el otro. Despojado de la mayoría senatorial, el nuevo gobierno carecía de la suficiente capacidad legal para acometer tareas tan trascendentes como la de sancionar la corrupción y administrar una sana e imparcial justicia. El presidente saliente se iba tranquilo, consciente de que cualquier intento ulterior de sancionar la corrupción u otros delitos de estado sería nulo ante una justicia diseñada para echar un manto espeso de impunidad sobre el pasado. La lucha contra la corrupción quedaba pues restringida al esfuerzo por evitar que los nuevos funcionarios emularan a los anteriores. “Los funcionarios y los empleados públicos, tal como señalé al principio, deberán caracterizarse por el cumplimiento estricto del deber y sobre todo, por la honestidad con que desempeñen sus funciones”, manifestó. “ Quién les habla actuará con energía en aquellos casos en que compruebe corrupción administrativa. Por ello exigiremos a los más destacados servidores públicos una declaración jurada de sus bienes al tomar posesión de sus cargos ; y haremos cuanto sea necesario para que desaparezca una nociva práctica que consiste en la solicitud de dádivas a nuestros ciudadanos en oficinas y departamentos de la administración pública, cuando se apersonan para resolver problemas de índole diversos.

Al mismo tiempo, se prescindirá de los servicios de aquellos funcionarios públicos que no desempeñen real y efectivamente alguna labor que justifique el pago de un salario, que es dinero que en última instancia proviene de los fondos que aportan al Erario Público los contribuyentes”. Estaba pendiente también el tema de la institucionalización de las Fuerzas Armadas, probablemente el que mayores dificultades pudiera presentarle al nuevo régimen. Guzmán hacía el juramento solemne de respetar su escalafón, “ defender su integridad, continuar y ampliar su profesionalización y mejorar las condiciones de vida” de sus miembros, que calificó como “abnegados hombres que sirven con dedicación, desprendimiento y patriotismo a la nación en su sagrada misión de garantizar nuestra independencia, como soportes de la soberanía nacional y preservadoras del orden público”. Una inquietud surgida de la propia evolución de los acontecimientos post-electorales debía responder necesariamente el presidente. Se relacionaba con las directrices que le servirían de guia en el manejo y conducción de los asuntos públicos.

La naturaleza y dimensión de los problemas exigían un gobierno de unidad, para lo cual resultaba indispensable el apoyo de la oposición, la cual no era otra que el partido de Balaguer. En el gabinete y en los organismos de dirección de los organismos estatales “ estarán representados los mejores hombres del país”, dijo, “ sin distinguir banderías políticas”. Con esta medida se dejarían a un lado los sectarismos políticos y las acciones y decisiones del gobierno resultarían de una fructífera diversidad de conocimientos ideas y potencialidades para garantizar “la primacía del interés nacional y la obtención del bien común”. Sin embargo, el presidente puntualizaba que su propuesta no ocultaba propósitos ocultos. No se debía confundir la unidad de todos los sectores de la vida nacional “en torno a miras y propósitos comunes para el engrandecimiento patrio, con las alianzas partidistas post-electorales. “ En otras palabras”, sentenció, “la verdadera unidad nacional está por encima de los partidos políticos”. La idea de un gobierno de unidad, que diera cabida a los partidos de oposición, no era original de Guzmán. Surgió de una propuesta del secretario general José Francisco Peña Gómez en la octava convención del Partido Revolucionario Dominicano que fijó las bases sobre las cuales se asentaría el gobierno en el caso de una victoria electoral. Peña Gómez lo había definido ya en un discurso radiodifundido el 9 de junio, cuando la organización hacía frente a la impugnación de los resultados electorales presentada por el Partido Reformista. Ese gobierno debía dar cabida “ a los sectores liberales” del reformismo, y era obvia, según el líder del PRD, que al hablar de sectores liberales de esa organización “ no se puede hacer abstracción del nombre de su fundador, el doctor Joaquín Balaguer”.

En aquel discurso, Peña Gómez recordaba que durante la precampaña y la campaña electoral “ repetimos sin cesar que no había condiciones en nuestro país para hacer un gobierno revolucionario, que los sectores que se nos oponían, aún en el caso en que el PRD saliera victorioso de la prueba electoral, conservarían demasiada fuerza y, por lo tanto, estaríamos obligados al compromiso y la transacción”. Como se verá , en su esencia y fondo, el discurso de Guzmán era un modelo de transacción como lo había pronosticado Peña Gómez. A pesar de cuán agrio se diera la confrontación en el plano del debate político, Peña Gómez reconocía que en el Partido Reformista “hay gente que se ha caracterizado por su balaguerismo militante, que ha combatido al PRD con decisión, pero que en el plano social ha observado una actitud de cara al futuro”. Había allí también hombres y mujeres de respeto, comprometidos con el cambio. Y funcionarios que “ no se han enriquecido y cuya rectitud nadie puede cuestionar”. Esa gente, de acuerdo con su líder, podía y debía tener espacio en un gobierno del PRD. Pero ¿ cuáles eran las metas de la nueva administración que surgía de un proceso tan doloroso como el que apenas terminaba ? Guzmán las señaló con detalles : “Fundamentalmente tendremos por delante una doble tarea a partir de hoy : dinamizar la economía para que al mismo tiempo aumente el bienestar de nuestra población. Para lograrlo, trataremos de ensanchar nuestro mercado interno y fomentar decididamente nuestras exportaciones, para crear demanda hacia los productos nacionales, lo cual redundará en un aumento de la producción y, por ende, en un aumento de la inversión y del empleo en el sector productivo nacional. De igual manera, llevaremos a cabo una labor de saneamiento y capitalización de las empresas del Estado…” Para ensanchar el mercado interno, el gobierno se proponía mejorar los servicios públicos, la operación de los programas del Gobierno y el mantenimiento de las obras públicas “ dándole así cabida a dominicanos que quieran servir a la patria”. Igualmente, creía necesario que las construcciones, las obras públicas y si es posible las privadas, “ den más empleo de lo que hasta ahora se ha logrado, utilizando más obreros y menos equipo pesado, siempre que las características de las obras así lo permitan”. La atención del gobierno se centraría especialmente en mejorar la situación del campesino, logrando con ello el aumento de la producción agrícola. Seguía un rosario de promesas muy propios de la ocasión. “ Nuestras exportaciones se incrementarán ofreciendo incentivos de diversa índole y financiamiento a esa actividad, para hacer nuestros productos competitivos en el exterior, ya que estamos seguros que los mercados existen. Para identificar esos mercados, es necesario que nuestro cuerpo diplomático esté al servicio de nuestras exportaciones. Y para poder mantener esos mercados, es necesario poder cumplir con los compromisos que se contraigan y que logremos niveles aceptables de calidad”. El presidente delineó asimismo los objetivos de su política en materia de derechos humanos. Este era igualmente un tema delicado, puesto que a lo largo de los últimos años la lucha política se había centrado, básicamente, alrededor del mismo, con muy serias denuncias sobre violaciones a esos derechos, a través de asesinatos políticos, secuestros, desapariciones y encarcelamientos arbitrarios de elementos contrarios al régimen saliente. Balaguer debía prepararse para escuchar otras censuras de carácter moral desde el más elevado de los púlpitos políticos, al que sólo él había tenido acceso en los últimos doce años. “El tema de los derechos humanos ha adquirido una nueva dimensión”, expuso el presidente. “Está superada la época en la cual eran considerados aisladamente, en los límites estrechos del territorio de un Estado determinado. Los derechos humanos constituyen un verdadero patrimonio común de la humanidad. En virtud de su carácter indivisible y solidario, sus violaciones en un país determinado, repercuten en los demás y representan un agravio para todos los hombres”.

Como quiera que se le viera e interpretara, no existía modo de desvincular esta frase a la insistencia de Balaguer de atribuir a las expresiones internacionales de respaldo al triunfo de Guzmán un sentido de intromisión ilegal en los asuntos nacionales. “ Me propongo dar rigurosa aplicación a los preceptos que consagran esos derechos como obligación principal del Estado, conforme a los términos de nuestra Ley Fundamental”, que en ese aspecto señala, como recordaba el presidente , “la protección efectiva de los derechos de la persona humana y el mantenimiento de los medios que se le permitan perfeccionarse progresivamente dentro de un orden de libertad y de justicia social, compatible con el orden público, el bienestar general y los derechos de todos”. Con el fin de asegurar el más estricto respeto de esos derechos, el Presidente prometía que en el curso de su gestión sometería al Congreso un proyecto para crear un Tribunal de Garantías Constitucionales. El país requería de un cambio profundo. Y según el presidente tenía que ser necesariamente de actitud ante la ley. “ No es sólo un cambio de hombres y funcionarios, sino un cambio profundo en la concepción de los derechos del ciudadano para con la patria y para con el Estado, como justa contrapartida al pleno disfrute de todos sus derechos”. La obra de conciliación que ello requería en las circunstancias actuales, demandaban, a juicio del mandatario, un esfuerzo de cada uno de los hijos de aquella tierra, que resumía de la manera siguiente : trabajo, sacrificios, paciencia, patriotismo y, sobre todo, una gran fe en Dios y en la capacidad del pueblo “para superar los momentos difíciles como lo ha hecho en tantas ocasiones”. El presidente reservaría para los últimos minutos algunos reconocimientos para el hombre a quien sustituía en el cargo. “ Mi gobierno está plenamente consciente de su responsabilidad histórica”, afirmó,“ la cual es compartida en igual grado por los partidos de oposición, especialmente por el Partido Reformista. Hago un llamado a todos los opositores para que desdeñen la crítica infecunda y ajusten sus actividades y sus actitudes dentro de un espíritu constructivo y de apego a los cánones legales vigentes”. Este llamamiento a la colaboración vino acompañado de una valoración favorable a la prensa y a su adversario. “ Es justo que reconozca que el triunfo que obtuvimos en las urnas y la manera en que hemos podido abogar por el respeto de nuestros derechos, se debe a la forma en que en nuestro país se ejerce la libertad de prensa, piedra fundamental de una democracia”. Para añadir en seguida : “ No puedo dejar pasar esta ocasión sin reconocer también la enorme y valiosa contribución de su Excelencia , doctor Joaquín Balaguer, para la cristalización de esta histórica transmisión pacífica del mando presidencial”. En esta la única mención específica de su nombre, el presidente intentaba borrar el dolor de los agravios que otras partes de su discurso pudieran haber arrojado sobre Balaguer. El párrafo que sigue demostraba a la saciedad su deseo de no abrir heridas demasiado profundas que entorpecieran luego la marcha de su propia administración. A fin de cuentas, el Presidente saliente quedaba en poder del Senado. “ También hay que reconocer que en los últimos años de su administración, se iniciaron obras de infraestructura de enorme valor para el futuro desarrollo de nuestra nación. Esas obras serán concluidas y las existentes serán mantenidas como lo merecen”.

Guzmán imprimió énfasis a estas últimas palabras volteando los ojos hacia Balaguer. Por vez primera, sus miradas se entrecruzaron. El ex mandatario hizo un ligero, casi imperceptible, ademán de asentimiento moviendo la cara de arriba abajo. Guzmán captó el gesto y le correspondió con uno similar. Después de todo no estaban en guerra. Con la instalación del nuevo régimen y la consagración del principio de la alternabilidad, que esta transmisión pacífica del mando a la oposición sellaba, la paz volvía a reinar en el ámbito político dominicano. Simplemente el símbolo del poder había cambiado de manos, lo que quedaba patéticamente de resalto, en toda su dramática magnitud, en la escena final de aquel nuevo drama nacional. Mientras rodeado de una numerosa escolta, ensordecido por los aplausos, Guzmán descendía las escalinatas para recibir los honores militares de rigor como el nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, por el batallón mixto que en traje de gala se ponía a sus pies en la explanada frontal del palacio del Congreso, Balaguer lo hacía casi en completa soledad y silencio, como si no existiera. No tuvo oportunidad de utilizar el ascensor y al bajar las escaleras, muchos después de que lo hiciera el presidente, por poco es arrastrado por los empujones de la multitud que aún atestaba el recinto. Tomó tranquilamente su automóvil, apenas protegido por una muy reducida escolta, y se retiró a su casa. En el trayecto alcanzó a sentir el entusiasmo popular por la ascensión de un nuevo gobierno y su salida del poder. En la concurrida y vistosa avenida George Washington , que bordea el malecón de la ciudad, una multitud ruidosa celebraba la llegada de una época de esperanza y la desaparición de un periodo de represión de más de una década. Balaguer correspondería al último gesto de Guzmán y no le haría oposición salvaje. A cambio, el gobierno no auspició contra él ni sus colaboradores más cercanos ninguna persecución judicial motivadas en expedientes de corrupción. De una forma tácita, ambos parecieron entender los límites del poder real que cada quien había obtenido del más accidentado de los procesos electorales que la República recordara. Guzmán designó ese mismo día a los 15 miembros del gabinete, que sólo incluían dos militares, uno de ellos titular del gobierno saliente : Fuerzas Armadas : Teniente general Rafael Adriano Valdez Hilario. Interior y Policía :Vicente Sánchez Baret. Relaciones Exteriores :Vicealmirante Ramón Emilio Jiménez (confirmado). Finanzas :Manuel José Cabral. Educación, Bellas Artes y Cultos : Julio César Castaños Espaillat. Agricultura : Hipólito Mejía. Obras Públicas y Comunicaciones : Rafael Corominas Pepín. Trabajo : César Estrella Sahdalá. Salud y Bienestar Social :José Rodríguez Soldevila. Industria y Comercio : Ramón Báez Romano. Deportes, Educación Física y Recreación : Jesús de la Rosa. Sin Cartera : Milton Ray Guevara y Héctor Inchausteguí Cabral. Administrativo de la Presidencia : José María Hernández. Técnico de la Presidencia :Leopoldo Espaillat Nanita. Gozando de un respaldo pocas veces visto, el presidente Guzmán pasó la difícil prueba de las primeras semanas en el gobierno. Los rápidos y radicales cambios en los mandos militares desmontaron el aparato de su antecesor y le permitieron desenvolverse sin dificultades mayores en esa etapa inicial.

La promulgación de una ley de amnistía contribuyó a despejar el clima de resentimiento y mejorar las expectativas sobre la situación de los derechos humanos. La prohibición que impedía a los dominicanos viajar a Cuba y los países de la esfera comunista fue eliminada de los pasaportes y cientos de exiliados y profesionales residentes detrás de la llamada Cortina de Hierro regresaron al país. Razones no existían para dudar de que aires nuevos soplaban sobre la República Dominicana.

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